Por Antonio Leal.- Nicolás Maquiavelo inaugura, con “El Príncipe” y “Los Discursos sobre Tito Livio”, la Ciencia y la Filosofía Política moderna, y lo hace en abierta confrontación con el pensamiento teológico medieval. La operación teórica que cumple Maquiavelo es aquella de delinear las características específicas y técnicas de una nueva política que se expresa en la formación de un Estado laico desvinculado de la religión y de la ética. Por tanto, Estados dotados de autonomía y vida propia y donde la política juega el rol de sostener y conservar el poder.
El objeto de la investigación y de la elaboración de Maquiavelo ya no es más, como en la especulación clásica, sobre el tipo óptimo de Estado capaz de realizar la vida virtuosa, sino hacia el estudio de un Estado que tiene un dinamismo naturalístico y hacia el método del funcionamiento de este.
La política para Maquiavelo es, por tanto, una técnica de acceso y control del poder, con lo cual nace efectivamente la política en sentido estricto. El mayor aporte de Maquiavelo a la política, como lo subraya Gennaro Sasso, es su exclusividad, su autonomía, dado que “es la primera realidad de la vida humana, el único fin, que usándolo también como medio, el hombre necesita perseguir con el sacrificio, si es necesario, de su propia alma” . La política para Maquiavelo es “superiorem non recognoscens”. Esta concepción de Maquiavelo será un punto de no retorno para la política y la filosofía moderna.
Por eso muestra al gobernante: “el arte de conquistar el poder”, al que identifica como el Estado. Es este arte la política del gobernante, y ha de estar exento de toda norma.
El bien común radica en el poder y en la fuerza del Estado, y no es subordinable en ningún caso a fines particulares, por muy sublimes que se consideren. El Estado, en Maquiavelo, es el gran articulador de las relaciones sociales para garantizar que los hombres vivan en libertad a través de sus leyes. De esta forma, se logra el bien común, y todo lo que atente contra él puede ser rechazado, siendo cualquier medio lícito.
La innovación que representa “El Príncipe” reside en que es una reflexión teórica que indaga rigurosamente la realidad tal como es y no como, moralística e idealmente, nos pensamos, imaginamos o creemos que debería ser.
Los problemas que enfrenta Maquiavelo no son problemas abstractos que se ponen en el plano de las categorías universales de la moral y la religión sino problemas unidos a la solución de una situación política concreta.
El Estado, es la única fuerza sobre la que apoyarse, y el hombre, malvado por naturaleza, sin ninguna virtud sobre la que alzarse, se reduce a ser “ciudadano”, un simple “animal político” a decir de Aristóteles, al cual se puede juzgar por su grado de sociabilidad y por sus virtudes cívicas.
La obra de Maquiavelo es una teoría del Estado, es decir de las formas de organización que permiten al hombre, venciendo su egoísmo instintivo, vivir en sociedad, vivir sin que “el bueno pueda ser aplastado por el malo”. De ahí su insistencia en el término “virtud” ya que le da un nuevo significado con una nueva carga moral
Maquiavelo, resalta al mismo tiempo la diferencia entre tirano y príncipe, considerando tirano al que gobierna en beneficio propio y Príncipe el que lo hace buscando los intereses del Estado y de la colectividad. Por eso aconseja la violencia, la crueldad, pero solo cuando sean necesarias y en la medida en la que sean necesarias.
Sobre la legitimidad del poder, Maquiavelo es claro: “Aquel que llega al principado con la ayuda de los grandes se mantiene con más dificultad que aquel que llega con la ayuda del pueblo”, porque el fin de los grandes es oprimir y el fin del pueblo es no ser oprimido y , por ello, recomienda al príncipe la necesidad “de tener al pueblo como amigo, de lo contrario no tendrá remedio durante la adversidad”.
El príncipe antes de ser gobernante ha sido hombre, y como todos los hombres es malvado, egoísta, voluble, pero ha sabido, en el momento adecuado, adaptarse a la situación que le exige erigirse como líder para dejar de ser un simple ciudadano. El hombre del pueblo es “libre” de actuar en función a sus propias necesidades, y por eso puede ser juzgado por su grado de sociabilidad y sus virtudes cívicas.
Sin embargo, dice Maquiavelo, el gobernante está atado a la moral pública que le exige una forma de comportamiento muy estricta, de la cual no le está permitido salirse. Posiblemente en muchas ocasiones, por ser también hombre, tenga la necesidad de transgredir sus propias leyes: ahí es cuando surge el dilema, y es donde tiene que prevalecer el interés público al privado para no caer en la tentación de anteponer sus prevalencias a las del pueblo.
Maquiavelo es categórico en afirmar que la persona que ha decidido tomar la iniciativa de llevar un pueblo, debe saber a lo que se expone, a lo que tiene que renunciar para ser un buen gobernante. Si no está dispuesto a ello no debería plantearse ningún dilema, y podría seguir siendo un ciudadano más, un hombre común que lleva a cabo sus intereses sin intervenir en los intereses de los demás.
El Príncipe, el gobernante, es concebido por Maquiavelo como una víctima de su posición, obligado a comportarse de determinadas maneras debido a la maldad de los demás, dispuesto a condenarse con tal de cumplir con su deber y mantener en vida el Estado.
Esa moral cruel que le aconseja al príncipe está en función del bienestar de los hombres, que no es posible sin la existencia de un estado ordenado y tranquilo, seguro de los enemigos externos y no “desordenado” por los enemigos internos.
Maquiavelo es coherente con su idea de la autonomía de la política. Deja de lado las utopías políticas, como la del idealismo platónico, para teorizar sobre un nuevo modelo de política más realista y aplicable a los gobiernos de su época. Lo que son, no lo que debieran ser.
Por ello, él cree que un príncipe ha de ser “amado y temido” y alaba la virtud de los gobernantes que son crueles con unos pocos y así mantienen el Estado, mientras que critica a los pueblos y príncipes crédulos que son buenos y dejan que sus enemigos destruyan una parte de su patria, seguros de que así la sed de conquista de sus enemigos se saciará. El bien del Estado no se subordina al bien del individuo, y su fin se sitúa absolutamente por encima de todos los fines particulares por más sublimes que se consideren.
Para Maquiavelo, el poder, considerado como uno de los ámbitos de realización del espíritu humano, y el fenómeno político, visto como la expresión suprema de la existencia histórica, que involucra todos los aspectos de la vida, es la concepción que subyace en su obra “El Príncipe”. Da nacimiento, con ello, a la secularización del mundo y las cuestiones religiosas quedaban restringidas al ámbito de la conciencia individual.
La ciencia renacentista despojó al hombre de su armadura teológica y le devolvió la voluntad de organizar su existencia sin temores o esperanzas de compensación espiritual.
El Estado también empezaba a concebirse como un poder secular no ofrecido a los individuos por derecho divino sino por intereses económicos, de clases o ambiciones personales.
Fue esa gran mentalidad renacentista la que permeó la obra de Maquiavelo y de la que derivó su concepción del poder y de la política.
Maquiavelo no es ajeno a la moral y supo intuir, antes que sus propios contemporáneos, que era imposible organizar un Estado en medio del derrumbe social de Italia.
“La experiencia muestra que las ciudades jamás han crecido en poder o en riqueza excepto cuando han sido libres”, dijo Maquiavelo.
“El fin justifica los medios”, no es una sentencia carente de moral y ética como han pretendido demostrar los críticos de Maquiavelo. Sencillamente es una reflexión en la que se reconoce que de las mismas circunstancias que enfrenta el príncipe, él debe extraer las premisas necesarias para desenvolverse en un mundo cambiante.
Con ello Maquiavelo demuestra que los hombres se miden con el mundo y actúan sobre él. Premisa infalible que había olvidado la Edad Media.
Ello significa que la ambición de Maquiavelo de ver una Italia unida, expuesta de forma precisa en los consejos que en 26 capítulos sugieren al Magnífico, Lorenzo de Médicis, no constituyen un espejismo político sino que puede realizarse en la realidad material a través de la lucha por el poder y estimulando en los italianos los sentimientos comunes que configuraban la identidad cultural del país. Italia invadida por fuerzas extranjeras, representa una necesidad real: la liberación nacional y la construcción de la unidad política.
El medio para lograrlo es la guerra, y el fin, adaptarse a las exigencias de los nuevos tiempos, organizándose como estado nacional. Para Maquiavelo los fines políticos eran inseparables de ese “bien común”. La moral para el pensador florentino radica en los fines y la ley constituye el núcleo organizador de la vida social.
Todo lo que atente contra el bien común debe ser rechazado y por ello “la astucia, la hábil ocultación de los designios, el uso de la fuerza, el engaño, adquieren categoría de medios lícitos si los fines están guiados por el idea del buen común, noción que encierra la idea de patriotismo, por una parte, pero también las anticipaciones de la moderna razón de Estado”.
La razón de Estado, concepto tan preciado y recurrente en la ciencia política moderna y en el ejercicio del poder por siglos, es antes que nada en Maquiavelo la relación entre el bien y el mal. Maquiavelo sabe, como varios siglos después lo expone el propio Weber, que un gobernante debe combinar las leyes con la fuerza, que el estado mismo debe ser el monopolio legítimo de la fuerza y que el gobernante se verá obligado, en tanto estado, a usar “la bestia y el hombre”. Aquí Maquiavelo no hace sino exponer para la historia una de las características de todo estado: la fuerza y el consenso. Es categórico en que el gobernante no puede exponer solo sus virtudes sino también la fuerza, pero destaca que no puede ser considerada una virtud “matar a ciudadanos, traicionar a amigos, ser infiel, sin piedad, sin religión”.
El príncipe, por tanto, en el uso de esta dualidad de todo poder convertido en estado debe “ser amado y temido” y, si no conquista el amor, al menos debe ahuyentar el odio. Por tanto, el príncipe no puede ser cruel ni actuar al margen de sus propias leyes, debe combinar virtuosamente la fuerza, la crueldad solo si es necesaria, con la benevolencia que no lo muestre débil.
El interés de Maquiavelo se centra, a través de toda su obra, en la política como “arte de conquistar el poder”, pero también de mantenerlo y para ello le dice al príncipe que la “mejor fortaleza de un gobernante es no ser odiado por el pueblo”. Un príncipe sabio, dice Maquiavelo, debe pensar y actuar en modo de que sus ciudadanos siempre y en todo momento tengan necesidad del estado, de él que lo encarna y así obtendrá la lealtad de los que más lo necesitan.
La política es por tanto el arte del príncipe o gobernante en cuanto tal. Y el príncipe, en cuanto conquistador y dueño del poder, en cuanto encarnación del Estado, está por principio, para este objetivo, exento de toda norma moral.
Lo importante es que tenga las condiciones naturales como para asegurar la conquista y posesión del poder, “que sea astuto como la zorra, fuerte como el león”. Esto, porque para Maquiavelo la razón suprema no es sino la razón de Estado.
El Estado, que identifica con el príncipe o gobernante, constituye un fin último, un fin en sí, no solo independiente sino también opuesto al orden moral y a los valores éticos, y situado de hecho, por encima de ellos, como instancia absoluta.
El bien supremo no es ya la virtud, la felicidad, la perfección de la propia naturaleza, el placer o cualquiera de las metas que los moralistas propusieron al hombre, sino la fuerza y el poder del Estado y de su personificación en el príncipe o gobernante.
El bien del Estado no se subordina al bien del individuo o de la persona humana en ningún caso, y su fin se sitúa absolutamente por encima de todos los fines particulares por más sublimes que estos se consideren. Es aquí donde Maquiavelo connota dos nuevos conceptos que se tornan esenciales en la conducción del estado por parte del príncipe: la virtud y la fortuna, con lo cual busca establecer cuanto, cada cual, es patrón de su destino, el libre albedrío de Santo Tomás de Aquino después que Dios ha tocado el alma, pero en una versión completamente laica. La virtud consiste en no abandonarse nunca, es la parte activa de la política; en tanto la fortuna, a decir del politólogo italiano Gianfranco Pasquino, es la forma como los hombres construyen sus historias de vida. Maquiavelo lo dice así: “Ningún fatalismo frente a la desventura, un poco de desaliento frente a la dimensión de la tarea resulta legítimo. Es más para que nuestro libre albedrío no sea anulado juzgo verdadero que la fortuna sea el árbitro de la mitad de nuestras acciones, pero que esta nos deje gobernar, o casi, a nosotros”. El significado es aquel de mantener el impulso o de que la política no puede limitarse a registrar o a reflejar la sociedad porque ello implicaría que pierde su atractivo, su tarea histórica y Maquiavelo necesitaba en el príncipe el impulso fuerte para lograr la difícil tarea de unir a Italia y transformarla en una República libertaria.
Estas consideraciones revelan cómo, con su obra “El Príncipe”, Maquiavelo muestra el triunfo del espíritu renacentista sobre la religión, como también bordea el lado más creador y sombrío de los hombres en la ardua e inconclusa tarea de perfeccionamiento de la conciencia humana y de la sociedad. Cómo el poder es el centro de la política, un arte, para construir el bien común.
Diversa de la ética aristoteliana, que nos habla del respeto la mesura, el equilibrio y que tiene como bien superior la felicidad, Maquiavelo propone una ética pragmática, fría, más que un ideal, un día a día, expresada en su máxima “El fin justifica los medios”, es decir no importa cómo se logre, mientas que se logre.
La ideología maquiavélica al respecto se refleja a través de una ética que no contempla más que llegar al fin perseguido, debido a lo cual quedarán automáticamente justificados todos los medios utilizados para ello, por condenables que puedan parecer. La idea de Maquiavelo de que un gobernante debe ser inflexible ante todo para preservar el bien del Estado, aunque sea a costa de una conducta moralmente indigna.
Ello suscitó la inmediata incomprensión de casi todos sus coetáneos que lo interpretaron como una astucia maligna, saltaron los mecanismos de defensa sociales y pronto se estableció una corriente antimaquiavélica en defensa de las bases morales hasta entonces establecidas que aún perdura en nuestros días, asociada a la idea de astucia, mala fe y cinismo en política.
Pero la verdad es que Maquiavelo no acepta ni legitima la violencia como norma del obrar político, sino sólo en casos extraordinarios y en orden, no al mantenimiento del poder por parte del gobernante, sino en orden al bienestar de todos.
La necesidad de uso de la fuerza por parte de los gobernantes es solo el complemento para reafirmar el poder propio de quienes poseen la inteligencia para aplicar las leyes que aseguran el bien del Estado. Para Maquiavelo, está claro que, aunque puede que los hechos acusen, los resultados excusarán; de modo que la falta de escrúpulos debe ser tenida como el modelo correcto de actuación para el buen gobernante. Esto lo justifica mediante la teoría de que el hombre es malo y al ser malo lo mueve su naturaleza.
La falta de ética será excusable en la aplicación de tal precepto porque precisamente va en contra de la maldad humana y en bien del Estado.
Alude algunas cualidades animales para ejemplarizarlo. El gobernante debe poseer la astucia de la zorra en combinación con la fuerza del león, para librarse de las trampas y los lobos, que son al fin y al cabo los traidores y los opositores al gobernante.
Por tanto, si se utilizan el engaño y el incumplimiento de promesas no pasa nada, porque siempre hay gente dispuesta a dejarse engañar y siempre hubo quien faltó a sus promesas.
El gobernante necesita ser un maestro de la manipulación y la seducción mediante el lenguaje para manipular al pueblo tanto en sus creencias y opiniones como para asegurarse su incondicional adhesión.
Es así como el gobernante debe aprender a instrumentalizar las pasiones humanas y confundir las cabezas de los hombres con todo tipo de embustes ya que en política sólo cuentan las apariencias aprovechando que la mayoría de la gente vive muy alejada de la realidad.
Es el bien común y no el privado el que legitima la violencia en determinadas situaciones pero, puesto que con sus acciones lo que el gobernante busca son buenos resultados, debe conocer bien el alma humana para atacarla allí por donde sea más oportuno, manipulación al fin, y si para ello necesita entrar en el mal deberá colorearlo y disimularlo para asegurarse el éxito y no el desprestigio. Sacar provecho de todo y de cada situación.
Hay que subrayar, entonces, que la reflexión de Maquiavelo “y el fin justifica los medios” no es una amoralidad o una falta de ética, es nada menos que la ética de los fines que ha acompañado la historia de la política prácticamente hasta fines del siglo XX. Todas las revoluciones, pasando por la Francesa y la Rusa, como toda la política de los grandes megarelatos ideológicos estuvo inspirada en la ética maquiavélica de los fines. Si el fin era virtuoso, los medios eran secundarios. Hoy, esa visión es improponible y la humanidad ha avanzado hacia una sociedad de derechos y de límites que hace que el fin y los medios que se utilizan importan y que ambos deben ser virtuosos. Por virtuoso, significativo, que resulte un fin, los medios deben ser éticos porque de lo contrario contamina irremediablemente el fin. Pero la ética de los fines de Maquiavelo estuvo presente en la historia posterior de la política por siglos.
Por todo ello, es Maquiavelo quien revoluciona la teoría política del momento junto a una nostalgia hacia la civilización romana y en particular a la República.
Para Maquiavelo, un estado afortunado tiene que ser fundado por un solo hombre, lo cual determinará el carácter nacional de su pueblo, la restauración de una sociedad debe ser efectuada por un legislador. No existen límites a lo que puede hacer un estadista siendo el poder lo único que puede mantener unida a la sociedad y las obligaciones morales que existen tras ella.
Todo gobierno debe encontrarse regulado por ley. Prefiere la elección a la herencia del poder, empleo de la severidad con moderación y libertad de expresión estimando el gobierno liberal y sujeto a las leyes.
En “El Príncipe”, Maquiavelo trata a la política por primera vez como técnica del poder y como ciencia con la cual se analizan los medios y procedimientos por los cuales un hombre pudo llegar al poder supremo de un país. La acción del príncipe más que moral, será ordenadora.
La virtud de Maquiavelo es que cree firmemente en la razón y en el pueblo y que construye, la política de la desmistificación, de la secularidad, y el rechazo a la interpretación sagrada de los acontecimientos. Con ello prepara el terreno para que se abra paso, a partir de sus grandes intuiciones, la cultura de la razón humana y de la ciencia, que con sus límites deterministas y lineales, ha dominado nuestra cultura occidental y la Filosofía Política hasta nuestros días aún con la incapacidad para leer hoy adecuadamente los acontecimientos de una política que requiere dotarse de otras claves para comprender y operar sobre la realidad del siglo XXI.