Aunque Marx rechazó la religión, su visión del comunismo como destino histórico guarda sorprendentes paralelos con el imaginario bíblico de la Tierra Prometida. ¿Fue el marxismo un mesianismo secular? Hugo Cox explora esa analogía y su vigencia tras la caída de los socialismos reales.
Por Hugo Cox.- Karl Marx, en su construcción ideológica, ofrece lo que podría llamarse el “sueño de la tierra prometida”. Esta analogía entre su visión de la sociedad futura y el imaginario bíblico del paraíso tiene una interpretación que, aunque Marx era ateo y materialista, puede entenderse como una fórmula secularizada de mesianismo. No se trata del paraíso celestial, sino de un estado superior de organización social: la sociedad comunista.
Marxismo como camino hacia el paraíso terrenal
Durante las décadas de 1960 y 1970, ser de izquierda implicaba, casi inevitablemente, ser marxista. Para un estudiante universitario comprometido con esa corriente, era imprescindible cursar al menos tres o cuatro semestres de marxismo, con énfasis en su obra mayor, El Capital. Este recorrido incluía también las Tesis sobre Feuerbach, el 18 Brumario de Luis Bonaparte, el Manifiesto Comunista y la dialéctica hegeliana.
Estas lecturas delineaban el camino hacia una sociedad sin clases, con bienestar asegurado y justicia estructural: una suerte de “paraíso terrenal” donde la explotación del hombre por el hombre cesaría.
La crítica a la religión como crítica al “valle de lágrimas”
Marx consideraba la religión como “el opio del pueblo”, pero esta frase debe entenderse en su contexto. Para él, la religión no era simplemente una ilusión, sino la expresión de una miseria real y, al mismo tiempo, una protesta contra esa miseria. Ofrecía un consuelo ilusorio, una “aureola” a un mundo sin alma, corazón ni espíritu.
La crítica a la religión era, por tanto, el primer paso para cuestionar las condiciones sociales que hacían necesaria esa ilusión. El “valle de lágrimas” del que hablaba la religión era, para Marx, el mundo de la opresión capitalista. La solución no estaba en una recompensa celestial, sino en la transformación radical de ese mundo.
El proletariado como pueblo elegido
En la narrativa bíblica, el pueblo de Israel es liberado de la esclavitud en Egipto para marchar hacia la Tierra Prometida. De manera similar, en el pensamiento marxista, el proletariado —la clase trabajadora— es la clase oprimida por el capitalismo. A través de la lucha de clases, tomaría conciencia de su situación y se levantaría para derrocar el sistema.
Así, el proletariado se convierte en el agente histórico de la emancipación, el “elegido” para liderar a la humanidad hacia una nueva etapa. El comunismo, en la visión de Marx, sería una sociedad sin clases, donde la propiedad privada de los medios de producción ha sido abolida. Un mundo donde “el libre desarrollo de cada uno es la condición para el libre desarrollo de todos”.
En este nuevo orden, la producción se organizaría para satisfacer las necesidades humanas, no para generar ganancias. Sería el fin de la alienación y el comienzo de la verdadera libertad humana.
El mesianismo secularizado
Aunque Marx rechaza explícitamente la religión, su pensamiento ha sido interpretado por autores como Ernst Bloch como un “mesianismo secular”. La esperanza de una sociedad justa y libre, donde las contradicciones históricas se resuelven, tiene ecos de la escatología religiosa.
En lugar de un mesías divino, Marx propone a la clase trabajadora como el “mesías colectivo” que traerá la salvación a la humanidad. El “reino de los cielos” se convierte en el “reino de la libertad” en la Tierra.
El fin de un sueño
La analogía entre la obra de Marx y el sueño de la Tierra Prometida permite comprender cómo el pensador alemán reinterpreta los conceptos de opresión, liberación y redención en un marco materialista y secular. El comunismo no es una utopía abstracta, sino el resultado inevitable del desarrollo histórico y la lucha de clases.
Sin embargo, con la caída de los socialismos reales se derrumba también ese sueño. Se desvanece el camino hacia la construcción del paraíso en la tierra, y la izquierda se queda sin un referente histórico claro. La pregunta que queda abierta es: ¿puede surgir una nueva promesa que combine justicia, libertad y sentido colectivo sin caer en los errores del pasado?