La historia no se repite, y las supuestas repeticiones son una caricatura, un remedo, dice el académico Hugo Cox. Como ejemplo, cita el estallido social y los dos intentos constitucionales.
Por Hugo Cox.- En la obra “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” (1852) Karl Marx sostenía que “la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa”. En este libro analiza la historia de Francia y la ascensión de Napoleón III.
Lo que Marx quiere decir con esta frase es que la primera vez que ocurre un evento histórico, se produce con gran seriedad, pasión y con consecuencias dramáticas, manifestándose la lucha, el conflicto y un cambio significativo (por ejemplo, el golpe de Estado de 1973).
Pero cuando un evento se repite, no sucede igual sino de manera distorsionada, superficial y al borde del ridículo; la seriedad se pierde y el significado original se convierte en una parodia (por ejemplo, el estallido, y la primera y segunda asamblea constituyente).
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La historia, entonces, en realidad no se repite. En una segunda vez, los contextos son diferentes al igual que las circunstancias. Siempre la repetición es una caricatura del original.
Esto lleva necesariamente a que se debe establecer una relación entre el pasado y el presente; es importante aprender del pasado (historia) para no repetir errores del pasado.
Por ejemplo, Chile ha pasado por momentos críticos en su historia, como el golpe de Estado de 1973, que marcó el comienzo de una dictadura de 17 años. Este fue un episodio trágico que cambió profundamente la vida social y política del país. Hoy, en un contexto democrático, muchos chilenos continúan luchando por reformas sociales y constitucionales, tal como se evidenció en las protestas de 2019, conocidas como el «estallido social».
Este último movimiento recordó algunas de las demandas del pasado (desigualdad, derechos humanos, reformas), pero en un contexto distinto, y en algunos casos podría percibirse como una «farsa» debido a la polarización política, el uso de ciertas demandas con fines políticos o la percepción de que algunos actores buscan más una imagen de cambio que un cambio profundo y genuino.
Además, las dificultades para avanzar en el proceso constituyente de Chile, incluyendo el rechazo de la propuesta constitucional en 2022 y las tensiones en la redacción de una nueva propuesta en 2023, podrían interpretarse como una especie de farsa contemporánea.
La idea de cambiar el sistema en pos de la justicia social se ha transformado en un proceso prolongado y obstaculizado por divisiones políticas y problemas de representación, lo cual hace que las promesas de cambio pierdan fuerza y autenticidad ante la ciudadanía.
En resumen, la idea de Marx puede aplicarse a Chile hoy en día como una reflexión sobre cómo los grandes movimientos históricos y demandas de justicia, que originalmente pueden tener un carácter heroico o trágico, pero a veces parecen repetirse de manera que su esencia se banaliza o pierde, convirtiéndose en una suerte de «farsa» que es incapaz de alcanzar los cambios que en su origen pretendía.
Por otra parte, asistimos a un desfondamiento de lo público que pone en cuestión la democracia. En síntesis esto significa que el «desfonde de lo público» puede entenderse como parte de esa «farsa» a la que hacía referencia Marx, especialmente cuando se ve cómo se erosionan las instituciones y los bienes públicos en nombre de cambios que, en muchos casos, quedan en lo superficial o simbólico sin llegar a transformar la realidad social de fondo.
Este debilitamiento de lo público se manifiesta en varios aspectos: desde la privatización de servicios esenciales y la falta de inversión en salud, educación y seguridad, hasta la pérdida de confianza de los ciudadanos en el aparato estatal.
A pesar de las promesas de cambio y las movilizaciones populares que buscan fortalecer lo público, el proceso parece más un espectáculo político que un esfuerzo genuino por proteger y revitalizar lo colectivo.
Esto puede percibirse como una especie de «farsa» cuando los esfuerzos por restaurar lo público quedan atrapados en una retórica vacía o en intereses particulares, y no logran materializarse en mejoras reales que beneficien a la sociedad en su conjunto.
En el contexto chileno, esta percepción se ve reforzada por la desconfianza hacia el sistema político, especialmente tras las dificultades del proceso constituyente y la sensación de que el Estado no logra responder de forma eficaz a las necesidades de la gente.
En este sentido, la repetición de promesas sin cambios estructurales profundos da la impresión de que, en lugar de avanzar hacia una renovación genuina de lo público, se perpetúan prácticas y estructuras que socavan su papel en la sociedad.