Por Sergio Salinas Cañas.- La columna de Hugo Cox, titulada El diálogo para alcanzar la verdad, me hizo reflexionar sobre un tema poco tratado y muy cuestionado. La palabra diálogo es quizás una de las más usadas en el actual escenario político chileno tanto internacional como nacionalmente. Sin embargo, la comprensión de su significado y su uso práctico deja mucho que desear, lo que quedó en evidencia por los cuestionamientos de ambos lados del espectro político a la cuenta pública que entregó el presidente Sebastián Piñera, el 1 de junio recién pasado, por haber sido “poca conversada”. Más dramático para nuestra historia resulta el fracaso del diálogo entre el presidente Salvador Allende y Patricio Aylwin, auspiciado por el Cardenal Silva Henríquez, que podría haber evitado el golpe militar.
También se refirió indirectamente al diálogo el ex ministro del Interior, José Miguel Insulza, en una entrevista dada el sábado 18 de mayo a un medio de prensa chileno, en la cual se refirió a las dificultades que existen en la actualidad para realizar negociaciones en política como las vividas en el año 2003. Si bien, las causas señaladas por el senador son discutibles, toca un tema central en el actual escenario chileno: la falta de un genuino interés por colocarse de acuerdo. Una de las casusas señaladas por el ministro Insulza concitó el apoyo transversal de muchos senadores: las redes sociales tienen actualmente más poder que ninguna institución en el mundo. Recordemos, que Insulza fue el encargado por el ex presidente Ricardo Lagos para conducir negociaciones para impulsar una agenda de modernización del Estado, luego de la crisis provocada por el caso Coimas y el MOP-Gate.
La palabra diálogo proviene del latín dialŏgus, que significa discurso racional o ciencia (logos) del discurso. Desde la filosofía, Platón sostiene que el diálogo es el arte de concertar, entre dos o más personas, las contradicciones que manifiestan sus ideas y sentimientos. Es decir, se debe de tener cuidando de respetar la diversidad de sus criterios. De esta manera, se puede concordar las semejanzas y diferencias entre sus ideas o estados de ánimo. El objetivo, es entonces, comprender (al otro), comprenderse (uno) y ajustar nuestras diferencias, para lograr la comunicación interpersonal.
Volvamos al ex ministro Insulza, cuando afirma que “se ha perdido mucho esa idea de que la política está para llevar adelante acuerdos para resolver problemas que el país tiene. La política se ha puesto muy individualista”. Demasiada “doxa”, muchas opiniones, aunque sean bien intencionadas y apunten a un debate necesario.
La experiencia internacional muestra que el conocimiento entre los actores, el reconocimiento de la historia que ocurre en un lugar donde existe confrontación, genera un aprendizaje, producto de sus experiencias de conflicto, que es clave para abrir un diálogo. Hay que tener en claro, por parte de los actores en competencia, que se apertura un proceso no exento de conflictos, crisis, adversidades, quiebres y divergencias de todo tipo. Pero como humanos siempre deberíamos guiarnos por un axioma, Platón dijo: “Hay que tener el valor de decir la verdad, sobre todo cuando se habla de la verdad”.
En el Chile actual a cada rato hay llamados al diálogo político. Por ejemplo, un sector opositor exige diálogo y no militarización en el conflicto mapuche. El otro sector, sostiene que es necesario el diálogo para avanzar en materia tan importantes como la infancia, la seguridad pública y la salud. Un sector del oficialismo, encabezado por la subjefa de bancada de diputados de RN, Ximena Ossandón, plantea que es necesario un cambio de gabinete que incluya al jefe de asesores del segundo piso, Cristián Larroulet porque no “escucha” a todos los partidos de gobierno. Por otro lado, el senador Manuel José Ossandón critica por su falta de diálogo al ministro Alfredo Moreno y la consulta indígena en la Región de La Araucanía, llamándola Caso Catrillanca Dos. A lo que se suman las críticas al presidente de RN, Mario Desbordes, por sus declaraciones referidas a la reforma tributaria. La líder de la UDI, Jacqueline van Rysselberghe apunta a que “Mario Desbordes… es una persona con la que se puede conversar…”.
Pensar desde el cálculo político pequeño, basado muchas veces por el impacto en las redes sociales o por el pago que hacemos para intentar manipularlas, nubla la idea real: en un diálogo siempre van a existir problemas de distinto calibre e incumplimientos de compromisos en medio de los avances. Siempre. Esta ceguera es completamente ingenua y adolece de la necesaria visión estratégica que se requiere para iniciar un diálogo fecundo y avanzar en un proceso transformador.
El potencial transformador de un proceso de diálogo implica que todo objeto (el conflicto en la mira) tiene su reverso y todo reverso de un objeto (la dinámica del conflicto) es dialógico y transformador. Por tanto, ya no se trata del objeto que mirábamos como la historia del conflicto, sino que, a partir de su reverso, se inaugura un proceso de transformaciones de la historia, los actores, las estrategias y los escenarios que dan cuenta de una historia de confrontaciones.
Para que se despliegue el potencial transformador de un proceso de diálogo, la mirada hacia ese objeto tiene que surgir plural y diversificada. Ya no hay una única mirada lineal o plana. Se comienza a construir unas miradas diversificadas en movimiento, desplazadas de su zona de confort, que acceden al objeto desde distintos puntos de vista.
Los actores del diálogo pueden merodear esa realidad que antes parecía única, estática y objetiva para cualquiera de las partes. Estar dentro y afuera, panóptico y focalizado. Así se construye la poética de la mirada para iniciar diálogos fecundos y transformadores.
En este escenario, el tema que más me preocupa es la juventud. A los jóvenes no los entendemos ni conocemos su historia de los últimos años. No son los mismos
que conocimos en los años noventa. Hoy en día, ellos tienen mayor confianza en las redes y en las organizaciones sociales que en los partidos políticos. Por eso pareciera que están ajenos de la vida política y de la participación política tradicional (votar o participar en un partido político). Sin embargo, están informados y tienen preocupaciones sociales y políticas pero las aplican de una forma diferente.
La juventud actual, producto de la globalización, la tecnología, los mayores niveles de educación y el acceso a la información son lo que se denomina por los expertos: ciudadanos críticos, que defienden los valores democráticos y que están dispuesto a exigir más derechos. Ya dejaron de ser los ciudadanos cooperadores de antaño, que actuaban en base a los deberes establecidos por la sociedad.
Entonces para poder dialogar entre nosotros y con los jóvenes debemos primero entender que los conflictos y las crisis en sociedades divididas por décadas, no se resuelven, sino que se transforman, no se terminan, se proyectan hacia nuevos escenarios. Debemos crear nuevos actores conscientes, nuevas salidas en plural para que el proceso de construir cultura e infraestructura de paz sea sostenible en el tiempo y no se vuelvan a activar cíclicamente, ante leves escaramuzas, nuevos conflictos por la vía confrontacional. Es decir, la lógica de ganador-perdedor.