Por Samuel Fernández.- Podemos estar más aliviados. Al menos en esta oportunidad, un misil en un país de la OTAN, como el que terminó en Polonia y dejó dos fallecidos, en plena andanada de proyectiles rusos contra Ucrania, se estableció que no fue una acción deliberada. Se investiga y estamos más tranquilos, por ahora. Las acusaciones mutuas no tardaron y las propagandas políticas, tampoco. Primó la prudencia, y el riesgo cierto de una reacción de toda la Alianza, con Estados Unidos incluido, no se materializó. Ucrania reconoció que la afirmación rusa de no ser responsable, era cierta. Privilegió la verdad, en contraste con las continuas falsedades rusas contra Ucrania, plagadas de amenazas mayores, como la nuclear. Hubo contención y afortunadamente, tiempo para aplicarla.
Sin embargo, quedó en evidencia la fragilidad de la cual depende la guerra a gran escala, o una a nivel mundial. Un error técnico, o un desperfecto de lanzamiento, un disparo en falso, o deliberadamente aprovechado en el campo paralelo de la información y de los medios, todavía ponen en riesgo la estabilidad de la región y del mundo. Un conflicto de nueve meses que no cesa ni tiene posibilidades reales de terminar todavía, al no existir tratativas confiables ni métodos pacíficos de solución aplicándose, mantiene la tensión y los peligros latentes.
Los costos gigantescos de la agresión siguen y aumentan, en vidas y destrucción, no sólo para Ucrania y a quienes la apoyan, sino que igualmente para Rusia, pese a que el régimen absoluto los oculta y sofoca toda información confiable. En algún momento, aún indeterminado, se sabrá, y el veredicto será lapidario para Putin. Cuesta mantener el control y la calma ante tales hechos, si bien occidente, no debe entrar en el juego de las provocaciones irresponsables. El misil en Polonia ha logrado demostrarlo, de momento, aunque la inseguridad prosigue. No solamente entre las partes en guerra, sino también, frente a la eventual acción de terceros, como Corea del Norte, Irán u otros, que busquen posicionarse. Dependemos del curso de la guerra, de actores desquiciados, y en gran medida, de una tecnología bélica incierta.
Samuel Fernández es académico de la Facultad de Derecho de la Universidad Central
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