Fuad Farah describe las causas que llevan a las actuales sociedades a centrar sus decisiones en las emociones, y no en la razón, como había sido en la modernidad que conocíamos.
Por Fuad Farah.- “La razón de la sinrazón, que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura…”. Relata Cervantes que frases como estas, a las que sin cesar daba vueltas en su cabeza Don Quijote, le hicieron perder la cordura.
Mi querido amigo Hugo Cox ha dedicado sus últimas columnas a reflexionar sobre el presente teniendo como telón de fondo el cine de la mitad del siglo pasado. Yo me dedicaré en esta y otras columnas a reflexionar teniendo como trasfondo obras insignes de la literatura universal, como esta cita del Quijote. Así que no se asombren si hablo de obras de Shakespeare, Dante, Fray Luis de León y otros incluso más antiguos.
Al pasar de la filosofía escolástica que trataba de explicar la relación de Occidente con el Dios cristiano, pero principalmente católico romano, a la época denominada Ilustración y luego a la denominada época moderna, se inicia la construcción de un pensamiento antropocéntrico, fundado en la razón como principio, hasta que durante el siglo XIX, pensadores como Nietzsche desde la filosofía, hasta Marx en sus escritos, anuncian la muerte de ese dios cristiano, que hasta el día de hoy goza de salud, aunque para algunos, entre los que me encuentro, con bastantes desvaríos.
Mas, como todo devenir societal, sin culminar su supuesto desarrollo, hace ya algunas décadas la modernidad ha dado paso a una postmodernidad, que más bien es mejor definirla como una posmodernidad, que ha nublado no solo la razón de un individuo, sino que de sociedades enteras y ha permitido aflorar los sentimientos, que se supone son parte de un desarrollo previo en nuestro cerebro que el pensamiento racional.
O sea, estamos avanzando muy rápidamente en nuestro desarrollo científico y tecnológico, obra del pensamiento racional, pero como sociedades nos basamos en tomar decisiones basadas en nuestros sentimientos.
¿Cómo se produjo esta extraña dicotomía?
Como todos estos procesos no existe una sola explicación, sino que hay múltiples causas.
En estas líneas me centraré en una de ellas, que es el desengaño de uno de los principios de la modernidad, que era el de que el desarrollo iba a traer una constante bonanza a todas las sociedades, que provocaría un crecimiento del bienestar constante, que cada generación siguiente estaría mejor que la anterior.
Desde inicios del siglo XX las dos guerras mundiales la segunda como consecuencia directa de la primera, ya nos indicaban que dicho paradigma no era correcto, aunque la posguerra de la segunda instaló en Occidente durante al menos 30 años la idea de un desarrollo concordante con el supuesto, olvidando las masacres de la era estalinista en la URSS, el salto adelante en China, el proceso de descolonización en África y Asia, los constantes golpes de estado en la América del Sur y Centro América, los múltiples conflictos locales y, muchos otros contraejemplos.
La primera señal para Occidente de que algo no marchaba bien vino con la decisión de los productores del petróleo a principios de los 70 de terminar con esa energía barata; luego, con la caída de los socialismos reales en los 90, que Fukuyama pronosticó un largo periodo de paz, capitalismo y democracia liberal, cosa que no ocurrió. Y, para ir completando el cuadro las crisis de las deudas de fines de los 90, la crisis de las hipotecas en Estados Unidos de América, que arrastró a todo el mundo capitalista y, por si faltaba algo, la pandemia de 2020 hasta 2022.
Con todo esto, las personas salieron de lo que los psicólogos llaman sus zonas de confort y parecen no tener certezas. Por ello se aferran a lo primario, y como ya no son dominantes las creencias religiosas del dios judeo cristiano, se vuelcan a sus emociones, en lo individual en aferrarse a herramientas de validez no comprobada como el tarot, carta astral, etc.
Y en lo colectivo son conducidas por sujetos salidos del mundo del espectáculo, que saben manejar la atención de la gente utilizando los medios de comunicación y transformar el temor en ira contra supuestos enemigos de su mundo conocido y también en contra de los políticos que no tienen soluciones para darles tranquilidad.
¿Que esto es similar al periodo ocurrido en Europa entre 1920 y 1938? Sí, tiene muchas similitudes, que hace que pueblos enteros, educados, se entreguen a estos ingenieros del caos, como los llama en un libro de ese nombre, Giuliano de Empoli, y que están provocando un mundo mucho más inestable que el que estamos dejando atrás, lo que refuerza aún más los temores y las iras.
Que los partidos políticos se estaban vaciando de ideas y proyectos, claro, pero al menos mantenían una cierta afinidad grupal, que ya parece no existir.
Como señalé al principio, me comprometo a ir entregando periódicamente otros argumentos sobre este tema, pero lo más importante es entender que es posible resistir y hacer todos los intentos para cambiar la ruta, con las modificaciones adecuadas, la más importante es que la razón no lo es todo, que los seres humanos tenemos otras herramientas, y que por sobre todo debemos volver a conversar en el disenso, pues la solución está en un todo que es más que la suma de las partes.