Por Carlos Cantero[1].- Abordaré el tema de los movimientos sociales actuales, poco estudiados y caracterizados, que tienen diferencias distintivas con aquellos que surgieron en el proceso de urbanización e industrialización, a comienzos del siglo XX. En la Sociedad Digital están determinados por la alteración tiempo-espacio producto de la amplia distribución e impacto de las tecnologías digitales. Son de carácter distribuido, es decir, tienen múltiples focos (no están determinados territorialmente), con una buena coordinación gracias a los medios digitales, son fragmentados, respondiendo a distintas motivaciones y, en general, siguen la dinámica que caracteriza el comportamiento social de la Sociedad de Masas. Es decir, no tienen cabezas visibles, ni liderazgos hegemónicos que marquen verticalidad. Por el contrario, se trata de liderazgos marcados por relaciones de horizontalidad, que para efectos de sus coordinaciones toman la estructura de “Función HUB”, esto quiere decir, una articulación, coordinación y logística, que concentra, distribuye y amplifica los flujos relacionales del sistema, mostrando un buen manejo de las redes sociales y herramientas de las tecnologías de información y comunicación, para tomar o influir el poder.
Ver también:
Ética: política, lo político y los políticos
Lecciones del caso Karen Rojo
Chile: Banalidad del mal
Los sectores más radicalizados son los jóvenes, que muestran una ruptura valórica y profunda brecha generacional, marcada por la rabia, el rechazo, la impotencia y la nula confianza para interlocución con la autoridad o los actores del mundo político. La confrontación que impulsan se libra con armas y métodos no convencionales. Es una mezcla de la cultura de masas, movilizada legítimamente, en las que se infiltran los grupos radicalizados, promoviendo reivindicaciones (escasamente decodificadas), que la mayor parte de las veces terminan en violencia. Es una mezcla de grupos diferentes que coinciden en la frustración, a los que se agregan grupos anárquicos, lumpen, terroristas y elementos asociados al narcotráfico, que en ocasiones hacen ostentación de distintos tipos de armas.
Aplican una tensión que encierra éticas confrontadas, no responden a las formas tradicionales de resolución de conflictos. Estos jóvenes movilizados muestran una ruptura del diálogo (rabia), están cargados de inexperiencia y se siente ajenos a este modelo de sociedad. Asumen que la historia comienza con ellos, en una compulsión de rechazo cultural, de ruptura con las tradiciones, como actitud (aparentemente) unilateral. No confían en los procedimientos democráticos y mucho menos en los políticos, despreciando por igual las diferentes tendencias. Usan el eufemismo “deconstrucción” para justificar el sentido de omnipotencia, volcándose a la destrucción (bárbara e irracional), introduciendo un cuestionable sentido valórico, cuando escalan la violencia hasta un carácter destructivo de bienes públicos y privados. No muestran respeto, ni compasión, en esa compulsión. Actúan por imitación, renunciando al razonamiento individual, actuando por sentido gregario, inmersos en su épica, solo desde la sincronía de la masa (viralización emocional). En la violencia de los movilizados hay ecos de llamados de algún líder de izquierda para defender su lucha en la calle.
Muestran momentos de irracionalidad, que intenta superar la acción de los agentes del Estado (policía), que también han mostrado equívocos. En muchos casos cometen delitos y crímenes, atacando con bombas incendiarias y balines a la policía, en completa impunidad, a vista de los observadores de los Derechos Humanos de Naciones Unidas y de los medios de comunicación, lo cual normaliza el doble estándar en la valoración de los mismos. Otro elemento transversal, global y local es lo que asocian al acrónimo ACAB (All Corps are Bastard) que significa “todos los cuerpos (de policías) son Bastardos”, que se repite en cada movilización (en todo el mundo) como desprecio por la institucionalidad, a las policías y sus procedimientos, a las que confrontan, cuestionando su legitimidad, legalidad y sus soportes logísticos.
La brecha generacional muestra jóvenes ajenos a los principios, en un creciente proceso de opacidad y degradación valórica, del que somos actores por acción y omisión, ya que solo reflejan su educación, a las instituciones y el hogar, lo que demanda otra reflexión. Se van borrando los límites: la libertad individual muestra amplios desbordes hacia el libertinaje; la justicia con extrema elasticidad se torna en injusticia; la competencia llevada al extremo termina eliminando los espacios de colaboración; el individualismo radical termina destruyendo el sentido de comunidad. La crisis es estructural, un materialismo que desborda en una “Pandemética”, agudo proceso de degradación ética, que se viraliza transversalmente en la sociedad y sus instituciones fundamentales.
[1] Carlos Cantero Ojeda, Geógrafo, Máster y Doctor en Sociología. Ha sido Alcalde, Diputado, Senador y Vicepresidente del Senado de Chile.
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