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Negociaciones por la paz en la macrozona sur

Por Pedro Barría.- Para que el nuevo Gobierno pueda alcanzar la paz frente al agudo conflicto que se vive en la llamada Macrozona Sur, solamente la negociación es una vía efectiva. Si ella fracasara, tendríamos una parte del territorio del Estado que permanentemente desconocería a sus autoridades e impondría sus propias reglas a sus habitantes. No obstante ese probabilidad, no es para el Estado chileno una alternativa viable y ética la confrontación bélica y derrota militar de los alzados, sin utilizar previamente las herramientas del diálogo y la negociación.

La efectividad de la negociación es evidente (Irlanda del Norte, el país vasco y Colombia, son ejemplos entre muchos), en términos de mucho menores costos y estabilidad, ya que la paz negociada puede ser duradera si el acuerdo contempla los intereses de todos los actores. En el triunfo militar, es probable que resurja la violencia de parte de los grupos redentistas derrotados.

Hasta ahora el liderazgo político del país no le había tomado adecuadamente el peso a este conflicto, lo que parece estar cambiando con el nuevo gobierno. En esa zona se encuentran actuando grupos armados organizados que dominan territorio, desafiando el monopolio de la fuerza del Estado (policías, tribunales y Ministerio Público) que, en la práctica, no pueden extender su acción allí.

El liderazgo empresarial ha comprendido más cabalmente el carácter del conflicto. No obstante, a personas y grupos importantes, la rabia les nubla el entendimiento y emiten opiniones que van en contra de toda la historia del mundo en materia de negociación. Así dicen: con terroristas no se negocia”. Esta es una insensatez, pues si el objetivo de una negociación es alcanzar la paz, no pueden estar excluidos los grupos que desafían la paz y el poder del Estado a través de la violencia y el terrorismo.

En medio de la larga negociación con la ETA, se manifestó el prejuicio de que “negociar es conceder” y el estado de derecho no puede conceder a quienes asesinan y extorsionan. Se prefería hablar de diálogo en vez de negociación (Raúl Calvo Soler. La negociación con ETA. Entre la confusión y los prejuicios, GEDISA, 2006, Barcelona).

En contra del diálogo y la negociación, alguien podría argüir que algunos grupos terroristas fueron derrotados militarmente, sin necesidad de negociar con ellos. Pero esos casos –Montoneros, Ejercito de Liberación Nacional en Argentina y Tupamaros en Uruguay—, presentaban dos diferencias políticas esenciales. La primera es que tales organizaciones no dominaban y ejercían soberanía en alguna parte del territorio de sus países. Segundo, esos grupos no tenían un sustrato identitario con raíces históricas y culturales profundas, sino que manifestaban reivindicaciones transversales de los postergados de las sociedades en que actuaban.

También es crucial considerar que el exterminio de esos grupos en Argentina y Uruguay fue realizado por dictaduras brutales que violaron los derechos humanos de muchas personas, dejando heridas en la sociedad que, pasadas varias décadas, aún no cicatrizan. Este camino, por cierto, es todo lo contrario de lo que habría que realizar para alcanzar la paz porque mantiene las brasas humeantes de la confrontación que pueden reactivarse en cualquier momento.

En Colombia donde grupos armados terroristas llegaron a dominar parte del territorio, solamente pudo avanzarse hacia una paz, inestable aún, mediante la negociación con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), pero esa paz aún es amenazada por grupos desprendidos de las FARC y por el Ejército de Liberación Nacional (ELN) que no fue parte de las negociaciones.

Los procesos de paz estables y duraderos en el mundo se han alcanzado mediante largas y pacientes negociaciones, a veces realizadas en medio de bombazos, secuestros y atentados, negociaciones que enfrentaron la cruda oposición de líderes dentro del mismo gobierno, que exigían como condición para mantener la negociación el cese de la violencia. Por suerte, imperó la tesis que había que seguir con la negociación y así se alcanzó la paz.

Ciertamente es un tema importante el cómo convencer a las partes confrontadas que hay que negociar. Afortunadamente ningún grupo económico, gremial, político o social es una entidad monolítica. Dentro de ellos, existen tendencias belicistas junto a tendencias negociadoras. Fue paradigmática la forma en que la disputa dentro del gobierno norteamericano entre “halcones” y “palomas” se definió a favor de éstas, llevando al país a negociar la paz y poder terminar la larga invasión y guerra en Vietnam. En Colombia también dentro del gobierno y dentro de las FARC surgieron ambas tendencias. Cuando en ambas partes predominaron los partidarios de la paz, fue posible sentarse a dialogar y construir un acuerdo de paz, aunque aún no consolidado.

Brevemente debemos considerar algunos aspectos (un modesto decálogo) que el Estado chileno no puede desatender:

  • Si se quiere alcanzar la paz hay que incluir en los procesos de diálogo y negociación a todos los grupos y personas que la amenazan con acciones violentas. Ninguno de los grupos en conflicto puede ser excluido del proceso. Afortunadamente, la Ministra del Interior, Dra. Izkia Siches ha demostrado tenerlo muy claro;
  • Un proceso podrá ser exitoso solamente con paciencia, perseverancia y grandes dosis de empatía. El fin de la violencia no puede ser una exigencia inicial, ello será el objetivo final. Para grupos que han conseguido la instalación de una instancia negociadora precisamente en virtud de sus acciones violentas, resultaría sin sentido renunciar a ella desde el inicio, mientras no vean algunos primeros productos de la negociación;
  • El éxito del proceso no depende solamente de la calidad y preparación de los negociadores, sino también del apoyo ciudadano y del liderazgo político que concite;
  • Estos procesos no se realizan por la prensa o las redes sociales, pues ello puede resentir la creación de confianza que requiere el proceso. La confidencialidad es una regla sagrada que permite que todos puedan expresarse con la certeza que ese mismo día no aparezca lo que han dicho en la TV o las redes sociales;
  • Previa resolución de lo que se comunicará a los medios de difusión, la labor de hacerlo debería ser paritaria, uniforme y colectiva;
  • La permanencia de los mismos participantes es esencial para que a través de las sesiones pueda surgir la confianza entre estos actores;
  • Hay que tener claramente definido el carácter del proceso (diálogo o negociación) de modo que todos entiendan lo mismo;
  • Debe aceptarse que como todo proceso, habrá avances y retrocesos, lo que no debe impedir su prosecución;
  • Si se adquiere la convicción de la imposibilidad de avanzar, es aconsejable la terminación o suspensión temporal del proceso y la información pública de esa circunstancia; y
  • Finalmente, y este es el ABC de la negociación, solamente las partes negociadoras podrán arribar a un acuerdo si se pasa de las posiciones (lo que quiero) a los intereses (por qué lo quiero). Muchas veces las posiciones son rígidas porque están fundadas en emociones arraigadas: miedo, rabia, incertidumbre, lo que puede impedir el descubrimiento de intereses compartidos,

Como puede apreciarse esto no puede lograrse en días, semanas o meses. La experiencia histórica indica que, a veces, se logrará en años o décadas. Lo bueno es que en el proceso pueden irse logrando acuerdos intermedios que disminuyan progresivamente el enfrentamiento violento dentro del conflicto. Todo un desafío de paciencia, perseverancia, resiliencia y empatía.

Pedro Barría Gutiérrez es abogado y mediador, miembro del Club del Diálogo Constituyente