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Neoliberalismo, cáncer y plebiscito

Por José Víctor Núñez.- Los pensamientos sociales[1] están muy vinculados a las estructuras de dominación económica y política en los sistemas sociales, ya sea para justificarlas o para luchar contra ellas y proponer otras alternativas y/o diferentes. De hecho, la evolución del pensamiento económico y sociopolítico posterior a la II Guerra Mundial, fue elaborado e impulsado principalmente desde los centros avanzados del capitalismo mundial y, más allá de sus diversas modalidades de expresión, su despliegue se formalizó  en torno a un núcleo central de concepciones e ideas básicas que se fueron concretando en un modelo económico y político absoluto y con pretensión universal (globalización) incentivando o forzando a las naciones del planeta a aplicarlo sin posibilidades reales de modificarlo.[2] 

Este núcleo de concepciones básicas que se impuso objetivamente en los años ochenta y noventa del siglo XX, tanto en la instrumentación de la gobernabilidad interna como en las relaciones internacionales, hoy se lo identifica como pensamiento neoliberal y, su materialización, se sustenta en las siguientes orientaciones básicas:

  • Un rechazo activo a cualquier iniciativa de tipo socialista, colectiva o comunitaria por ser contrarias al individualismo, que acepta y normaliza la desigualdad como factor potenciador del desarrollo personal y económico.
  • Una reafirmación decidida de la afirmación thatcheriana[3] referente a que la unidad constitutiva de toda sociedad es el individuo, cuyo propio perfil, nivel y sofisticación de necesidades y aspiraciones, define y especifica su rol fundamental de consumidor y estimula la diversificación de los mercados. Esta interpretación explica la exclusión de la noción de persona como unidad básica de una comunidad, porque implicaría relevar los derechos junto o por sobre las necesidades.
  • Una radical negativa a reconocer, conceptual y prácticamente, que la educación, la salud, la vivienda, el agua, la energía o en entorno constituyen derechos y, en tal calidad, pudiesen generar una responsabilidad de Estado. Por el contrario, se asume que sólo son servicios destinados a satisfacer necesidades, y deben estar sometidos a las leyes del mercado y, por tanto, de la lógica del lucro. Conjuntamente con ello al Estado se le compele a reducirse a su mínima expresión, conservando sólo funciones de seguridad nacional y policía interna y con una expresa exclusión de toda actividad económica directa, pero garantizando que la libertad económica y empresarial sean efectivamente la madre de todas las libertades y se encuentre incluso por sobre la libertad política (de hecho, como se sabe, la economía neoliberal no requiere vivir en democracia y puede funcionar perfectamente bajo un régimen autoritario o dictatorial).
  • Los trabajadores son considerados un recurso fungible del proceso productivo, al igual que lo son los insumos, el capital de trabajo o las herramientas, bajo el supuesto premoderno que esencialmente ellos sólo aportan su energía humana. Por ello, los representantes de esta corriente de pensamiento consideran éticamente razonable que reciban sólo una parte de los frutos del crecimiento de la economía por la vía del «chorreo» y, para los más marginados, que pudieran transformarse en “factores de inestabilidad social” se les asignen políticas «focalizadas» de asistencia social.
  • Una característica esencial del pensamiento neoliberal basado en el pragmatismo del capital financiero es presentar sus ideas como verdades absolutas y procesos inevitables e irreversibles, dotándolas así de una pretensión epistemológica y ontológica como si fuera una teoría universal para la humanidad.

Un ejemplo nítido de este modelo, se concretó en Chile a partir del golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973. Los llamados Chicago Boys, dirigidos por Friedman, llevaron a la práctica, casi de inmediato, una serie de políticas económicas monetaristas neoliberales conjuntamente con el establecimiento de la dictadura de Pinochet. Fue el propio Friedman quien diseñó los programas o políticas de «shock» que, bajo condiciones de dictadura militar, produjeron rápidamente cambios drásticos en la propiedad de la riqueza y la distribución del ingreso.

Así, a cuatro meses del golpe de Estado, en enero de 1974 la Junta Militar recibió del FMI un préstamo de contingencia. En los hechos, empezaba todo un programa extenso que incluyó: cambiar radicalmente la ley laboral, modificar el patrón de producción y distribución, apertura a ultranza de la economía chilena al exterior y a la inversión extranjera, liberación de precios, devaluación y fijación de paridad respecto al dólar, reducción arancelaria y supresión de los controles internos, reducción del papel del Estado minimizando su gasto y contrayendo la oferta monetaria, subasta de empresas públicas, reducción de personal al servicio del Estado y ajustes salariales y una aplicación sistemática y permanente de represión contra los trabajadores cancelando en definitiva las libertades y las garantías políticas.

Hasta la rebelión del 18 de octubre 2019 la “elite” portadora  del pensamiento social dominante, hablaba de un Chile -el suyo- que caracterizaban como un “oasis”, pero,  como lo afirma Sosa Fuentes “la ideología y el pragmatismo del pensamiento neoliberal y sus concepciones e interpretaciones hegemónicas, universalistas y lineales de la historia social, cultural y política del sistema-mundo y de las relaciones internacionales, no sólo interviene en la mundialización del capital financiero, sino en la imposición de un modelo cultural de ser y una concepción mercantilizada de la vida social pero, sobre todo, constituye un discurso que enmascara, oculta y niega tanto las crisis económicas y las nuevas formas de explotación económica global como sus acciones de intervención, ocupación, neo colonización, saqueo y devastación de recursos, culturas y países en el sistema mundial. En fin, el mundo vive inmerso en la crisis agónica de una civilización y una cultura que pretendió ser universal, única y supuestamente la mejor frente a las demás culturas: la agonía de la mundialización del neoliberalismo”. [4]

Muchos otros autores ya hablan del ocaso del modelo neoliberal en el mundo, Por ejemplo: Kuttner sostiene que, en buena parte, eso se debe a la falta de un mayor control y regulación de los mercados: “El gran experimento neoliberal de los últimos 40 años ha demostrado que los mercados no se regulan a sí mismos. Los mercados gestionados resultan ser más equitativos y más eficientes. Sin embargo, la teoría y la influencia práctica del neoliberalismo se extendieron espléndidamente. El economista político británico Colin Crouch capturó esta anomalía en un libro titulado ¿Por qué no murió el neoliberalismo? Como observó Crouch, el neoliberalismo fracasó tanto como teoría como como política, pero tuvo un gran éxito como política de poder para las élites económicas.

El ascenso neoliberal ha tenido otro costo calamitoso: la legitimidad democrática. A medida que el gobierno dejó de amortiguar las fuerzas del mercado, la vida cotidiana se ha convertido en una lucha más para la gente común. Los elementos de una vida de clase media decente son difíciles de alcanzar: trabajos y carreras confiables, pensiones adecuadas, atención médica segura, vivienda asequible y universidad que no requiere una deuda de por vida. Mientras tanto, la vida se ha vuelto cada vez más dulce para las elites económicas, cuyos ingresos y riqueza se han alejado y cuya lealtad hacia el lugar, el vecino y la nación se han vuelto más contingentes y menos confiables”. [5]

Márquez, por su lado, pone la mirada en las desigualdades que genera el modelo:   “La eclosión de la gran crisis del capitalismo neoliberal contemporáneo en la alborada del siglo XXI desnuda los mecanismos orientados a concentrar capital, poder y riqueza en manos de una delgada élite transnacional en el marco del desarrollo desigual entre países centrales y periféricos y, en contraste, evidencia el crecimiento de las desigualdades sociales en el mundo. De manera inevitable, afloran los riesgos inmanentes a la desmedida explotación del trabajo, la depredación ambiental y la financiarización de la economía, además de los peligros derivados de las escaladas de violencia y guerra. Para el sistema capitalista, hoy como nunca antes, la vida humana representa un recurso desechable, cuya existencia se encuentra en predicamento en distintos ámbitos del planeta, mientras el capital, en tanto forma suprema de las relaciones sociales, tiene primacía absoluta”.[6]

Una forma de resumir las distintas maneras de plantear que el mundo está empezando a recorrer la etapa de transición hacia el fin del dominio neocapitalista en el planeta, sería diciendo que el excesivo desarrollo de los propósitos básicos del modelo neoliberal, será la principal causa y razón de su ocaso final.

La Paradojal Dinámica del Cáncer

El cáncer es la segunda causa de muerte después de las enfermedades cardiovasculares. Supone dos de cada diez muertes entre las mujeres y tres de cada diez entre los hombres. Cada año se diagnostica cáncer a aproximadamente 3,2 millones de europeos. Con el aumento de la esperanza de vida y el envejecimiento de la población es de temer un incremento del número de enfermos de Cáncer, en particular entre las personas mayores.

En consecuencia, es una de las enfermedades de mayor prevalencia a nivel mundial. El aumento de casos de este padecimiento se debe a una mayor exposición a los factores de riesgo relacionados en gran parte con el estilo de vida. Estos factores tienen la capacidad de interactuar con los genes moduladores del crecimiento y la diferenciación celular, y de producir mutaciones o alteraciones en el genoma. Tales mutaciones inducen un cambio en la dinámica de interacciones génicas en el interior de la célula, modificando la estabilidad de las redes de regulación génica característica de cada fenotipo celular.

“De manera simple, el cáncer es un resultado paradójico de un proceso normal y permanente de división celular que por causas que todavía se continúan investigando, se vuelve irregular tal que las células cancerígenas se dividen cuando no deberían, no dejan de dividirse cuando tienen que y no mueren cuando deben morir. En el peor de los casos, las células cancerígenas dejan el área donde se desarrollaron y viajan hacia otras partes del cuerpo.

Las células cancerígenas ni se ven ni actúan como las células normales desde las cuales se originan. Es entonces razonable preguntar «¿Por qué las células cancerígenas se portan tan mal?». Resulta que las respuestas están en los genes de las células afectadas. En las células cancerígenas, los cambios en los genes clave causan que las células actúen de manera anormal. Los cambios son frecuentemente el resultado de cambios en el ADN (mutaciones) de las células. Ya que muchas cosas son capaces de causar una mutación, hay un número igual de grande de causas del cáncer”.[7]

Las células normales se dividen de forma controlada. Cuando una célula normal desarrolla mutaciones u otras alteraciones que no pueden ser adecuadamente reparadas activa su propio programa de muerte celular para así controlar e desarrollo y crecimiento del sistema celular. Este proceso es conocido como “apoptosis”.

Las células cancerosas desarrollan mutaciones que no son reparadas y pierden la capacidad para morir. Algunos cánceres pueden no formar tumores, como sucede típicamente en los de origen sanguíneo. Por otra parte, no todos los tumores son “malignos” (cancerosos). Hay tumores que crecen a un ritmo lento, que no se diseminan ni infiltran los tejidos los vecinos y se los considera “benignos”.

Como hemos dicho, el Cáncer es el término utilizado para las enfermedades en que las células anormales se dividen sin control y son capaces de invadir otros tejidos. Las células cancerosas se pueden diseminar a otras partes del cuerpo a través de la sangre y el sistema linfático. El cáncer no es una sola enfermedad sino existen más de 100 tipos de él. Considerando las posibles terribles consecuencias de adquirir esta enfermedad se da una creciente importancia a las actividades de prevención y de detección precoz, entre ellas:

  1. Pruebas de detección
  2. Vacunación
  3. Decisiones saludables, reductoras de riesgos.

Una vez diagnosticado un Cáncer, es necesario realizar diferentes tipos de intervención, cuya profundidad y características dependerá del o los órganos afectados, los riesgos involucrados, el nivel de desarrollo de la enfermedad y la ubicación de los tumores. Así, se utilizan métodos quirúrgicos de cortar y extraer, de reparar o reemplazar, u otros menos invasivos como la quimioterapia, la radioterapia o la inmunoterapia y, finalmente, otros métodos más sofisticados como los trasplantes de células madre o de médula ósea y las terapias hormonales.

Hay varios aspectos de esta temida y mundialmente prevalente enfermedad[8] biológica que nos pueden aportar ciertas enseñanzas para entender y manejar mejor la enfermedad económica, social y política en que se ha convertido el modelo neoliberal por sus efectos destructivos sobre la paz, el bienestar, la seguridad, la equidad, la justicia y la igualdad en la sociedad.

Un primer aspecto del Cáncer que podría metaforizar lo que ocurre con el modelo neoliberal, es el hecho de que el Cáncer emerge dentro de una de las operaciones básicas de la reproducción vital del organismo, como es su permanente división celular. Cuando algunas de las células anormales evaden el control apoptótico del organismo, y logra dividirse y desarrollarse sin control, pueden invadir al organismo y destruir su funcionalidad natural enfermándolo e, incluso, provocándole la muerte.   Algo muy parecido ocurre en sociedades -como la chilena- gobernadas por un modelo de desarrollo desigual e inarmónico como el neoliberal que, en su funcionamiento regular genera, por una parte, enormes desigualdades de ingresos y oportunidades y, por otra, profundas fracturas y quiebres en la cohesión social, las que suelen expresarse en indignantes segregaciones y marginaciones de amplios sectores de la población.

Un segundo aspecto que valida la analogía entre el Cáncer y el neoliberalismo es el tremendo riesgo que implica no desarrollar una suficiente conciencia social sobre sus consecuencias y de no desplegar actividades de prevención y de detección de lo que no funciona o daña a personas. Un buen ejemplo de esto lo constituye lo expresado, pocos días antes de la Rebelión Popular del 18 de octubre 2019, por el presidente Piñera quien, entre varios cuestionables argumentos sobre el continente latinoamericano, afirmó: «En medio de esta América Latina convulsionada veamos a Chile, nuestro país es un verdadero oasis con una democracia estable, el país está creciendo, estamos creando 176 mil empleos al año, los salarios están mejorando».

Lo más lamentable de este discurso es que mostraba una inexplicable ignorancia y falta de conciencia sobre el país real que él mismo gobernaba, como quedó nítidamente demostrado, días después, cuando varios millones de chilenos y chilenas coparon las calles de las ciudades manifestando su insatisfacción y su desacuerdo con las políticas públicas del oficialismo.

Más aún, en los últimos años hubo diversas manifestaciones de este malestar que, sin embargo, no fueron tomadas en cuenta por las elites políticas y sociales del país, hasta que la potencia y masividad del “Estallido Social” de octubre remeció de tal manera la conciencia nacional que ya nadie podía argüir desconocimiento. Sólo les quedó el estupor, el temor y el consiguiente (¿y oportunista?) cambio de lenguaje. Pero ya había pasado el tiempo de la prevención y de detección precoz de los problemas. Peor aún, ya no hubo decisiones saludables, sino apresuradas y tardías.   La pandemia del COVID-19, terminó por desnudar la gravedad de los riesgos estructurales a los que se encuentra sometido el país, a los que hay que sumar la ineptitud de los gobernantes.

Ahora bien, si se acepta que ya está suficientemente diagnosticado el carácter destructivo del modelo neoliberal y, en tal condición, se lo puede motejar de Cáncer social de la modernidad, hay que preguntarse sobre el tipo de intervención que se requiere aplicar en nuestro país. También podríamos hacernos la pregunta sobre el rol que podría jugar el plebiscito en este dominio.

Un Plebiscito para un Nuevo Chile  

El Mercurio, órgano cuasi oficial de la derecha y las elites empresariales de Chile, en su edición matinal del 25 de octubre 2020, día fijado para el plebiscito, destacaba dos frases: “La de hoy es una oportunidad para que las ‘grandes mayorías’[9] expresen, en los hechos… la convicción de que sólo los caminos institucionales y la fidelidad a las reglas convenidas pueden ser admisibles” y “no ha habido un real debate ciudadano en torno al ordenamiento vigente”. Es claro lo que le preocupaba a este sector. El día lunes, una vez conocidos los resultados, también destacó dos frases: “El resultado inviste de indubitada legitimidad los siguientes pasos de un proceso que los chilenos han entendido como el camino para dar cauce a sus expectativas de cambio” y “ni el Gobierno ni las autoridades legítimamente constituidas deben dejar de ejercer sus facultades en plenitud, ni el país puede paralizarse en este complejo momento”. Más allá de la rebuscada redacción del significado de los resultados, se nota la presencia de lo comentado en el punto anterior.

En la historia de Chile han existido bastantes procesos de consulta ciudadana para dilucidar los caminos de futuro de la sociedad. Una de las líneas de análisis para determinar el sentido y significado del reciente plebiscito, ha sido la comparación con el referéndum llevado a cabo hace 32 años, que inició la fase terminal de la dictadura cívico-militar encabezada por Pinochet (1973-1990). En efecto, la consulta de 1988 puso fecha de caducidad a un régimen militar que se perpetuó durante 17 años, período en que se redactó la actual Carta Magna que, para muchos, es la fuente de las desigualdades del país.

«Tanto este referéndum como el que sacó a Pinochet del poder son claves para el relato político de Chile», explicó a Efe Claudia Heiss, autora del libro «Por qué necesitamos una nueva Constitución«. Ambas votaciones, aclaró la experta, surgen de la «necesidad de destrabar un contexto sociopolítico complejo». El referéndum de 1988, considerado por los expertos como la primera votación democráticamente válida desde 1973 por ser la única con registros electorales celebrada en dictadura, se llevó a cabo en un momento de escalada de violencia de grupos radicales y protestas que exigían el retorno a la democracia”.[10]

Hubo quienes expresaban que el plebiscito del 25 de octubre, aplazado desde abril por el coronavirus, es una vía política destinada a amainar la actual crisis social que vive el país, iniciada con las masivas movilizaciones de octubre 2019, dejando como secuela más de treinta fallecidos, miles de heridos y graves violaciones a los derechos humanos. Otros, por el contrario, sostienen que se trata de dos eventos independientes y que, además, representan modalidades diferentes para resolver los problemas.

La actual Constitución, diseñada en la dictadura bajo la influencia de un grupo de economistas neoliberales (los “Chicago Boys”) y ratificada en un cuestionado plebiscito en 1980, estaba orientada a perpetuar la permanencia del régimen neoliberal instaurado en ese tiempo. En el plebiscito de 1988, con una histórica participación del 90%, los jóvenes fueron decisivos para el resultado, puesto que abarcaban más de un 50 % del total de votantes.

En esta ocasión, que se preveía algo parecido al referéndum de 1988, en razón a que los menores de 39 años suponen un 40% del total de los 14,5 millones de ciudadanos llamados a votar y efectivamente así ocurrió y se rompió con la alta abstención de las últimas décadas. Los jóvenes que habían mostrado un notorio retiro de la política antes de la Rebelión de octubre 2019, en esta ocasión fueron protagonistas claves para la aplastante victoria de las opciones “Apruebo” y “Convención Constitucional”, mayoritariamente rechazadas en las tres comunas de Santiago, donde reside la población con mejores estándares de vida (la “elite” social y empresarial).

La mayoría de los analistas y “opinantes” coinciden en que una mayoría cercana al 80% a favor de un cambio de la Carta Magna expresa una aspiración de cambio que va mucho más allá de la Constitución. La elección con cifras aún más elocuentes por una Convención sin presencia de parlamentarios que no fuesen expresamente elegidos como ciudadanos constituyentes, parece indicar una aspiración de “todo nuevo”.

Desde la perspectiva que hemos venido utilizando, el Plebiscito 2020, muestra un triple significado:

  • Primero, su resultado constituye un claro diagnóstico precoz de lo que podría suceder si continúa el estructural deterioro social que provoca el “modelo neoliberal” y no cambian radicalmente las cosas. Expresiones como “Chile despertó” o “la Calle y la Kalle están vigilantes”.
  • Segundo, la amplitud de la diferencia entre las opciones propuestas en el plebiscito enterró definitivamente la llamada “transición” con sus pros y sus contras, pero con una novedad: incorporó un cambio generacional en el protagonismo del proceso.
  • Tercero, estos mismos resultados señalan que el plebiscito y la Rebelión de octubre forman parte de los pasos “preoperatorios” de la extirpación -que muy probablemente será lenta y prudentemente gestionada- de los principales enclaves del modelo dominante, como fue la expulsión del poder de Pinochet en 1988 (tal vez por eso la intuitiva reiteración de la comparación entre aquel referéndum y el actual plebiscito).

Notas

[1] Entendidos como proyectos culturales

[2] Basta recordar las condiciones (algunos hablan de chantajes) que aplican las Agencias Financieras Internacionales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, ambas con sede en USA.

[3] Se refiere a la famosa afirmación de Margaret Thatcher: “la sociedad no existe, sólo existen los individuos.”

[4] Samuel Sosa Fuentes,  “Otro mundo es posible: crítica del pensamiento neoliberal y su visión universalista y lineal de las relaciones internacionales y el sistema mundial Rev. Mexicana de Ciencia. Política y Social, vol.57 no.214 México ene./abr. 2012

[5] Robert Kuttner,” Neoliberalismo: éxito político, fracaso económico”, Nuevos Papeles, Jun 2019

[6] Humberto Márquez Covarrubias “La gran crisis del capitalismo neoliberal”, Andamios, vol.7 no.13 México mayo/agosto, 2010

[7]   Introducción del Informe Emery Winship Cancer Institue

[8] El término enfermedad viene del latín infirmitas, que significa literalmente «falto de firmeza», que es considerada como un estado donde haya un deterioro del organismo e implica un debilitamiento del sistema natural de defensa del organismo o de aquello que regulan el medio interno.

[9] Expresión utilizada por Allende en sus campañas y en su día postrero y profusamente por Piñera, pero obviamente con un diferente significado

[10] “Chile, un país que escribe su historia política a través de plebiscitos”, Diario el Día, 12/10/2020