Categorías: Opinión

“No lo vimos venir”… ¿en serio?

Por Fernando Martínez.- Los resultados del plebiscito fueron contundentes, sólidos, aplastantes, pero las lecciones, no tanto.

Recapitulemos, aunque puede resultar tedioso y repetitivo. En el último tiempo, de acuerdo a una mirada superficial, todo parece concordar. Nadie lo vio venir, aunque había de sobra corrupción y cohecho en la vida pública y privada, delito y abusos en los mercados, actos de justicia con tratos de privilegio, incapacidad para frenar delincuencia y narcotráfico, abusos de poder a diestra y siniestra y, además, pedofilia entre los encargados de la buena moral. Demasiado, ¿verdad?

Pero es peor, pues, con más de perspectiva, otra mirada reconoce situaciones más durables. El infértil reconocimiento de que existen realidades que nos hacen padecer adversidad, pero que da igual porque nada las cambia. Bajas pensiones y salarios, precariedad del sistema de salud que nos está predestinado, la conciencia de sobreoferta en una educación mediocre y costosa, el secuestro de parte de los salarios para el pago de deudas contraídas masivamente, el pago de elevados precios monopólicos, la inflación inmobiliaria y otras ganancias comercialmente ilegítimas.

En suma, un sentimiento creciente de asfixia y de impotencia para los ciudadanos y sus familias que trascendió en efervescencia social. Luego la incapacidad política del gobierno, los excesos de las fuerzas del orden, los insolubles problemas de la Araucanía, la irrelevancia del mundo político que nos representa y, por supuesto, la aguda explosión de la violencia que nos acompaña desde hace más de 200 años.

El remate final lo produjo la precariedad de la salud pública, puesta en evidencia por la pandemia. Todo esto en el curso de una crisis medioambiental que amenaza el presente y el futuro de la especie. Demasiada larga la enumeración y, sin embargo, dicen que fue una sorpresa. Digámoslo claramente, no hay nadie ni nada que resista tanta calamidad. ¿Pero esta descripción de hechos es la verdadera explicación de los estados sociales actuales? ¿Existen otras razones no invocadas, aún más profundas que sustentan la rebelión social?

En respuesta categórica, algunos, especialmente en los sectores más conservadores, han desarrollado una interpretación bastante imprevisible. Si lo sucedido no es una pataleta ni un estado de ánimo, entonces es grave y hay que contener, pero dejando claro que no se trata bajo ningún punto de vista de una crisis de estructuras fundamentales. En esta particular lectura de los hechos, hay quienes asumen que los actores políticos estuvieron un poquito distraídos, y no percibieron la magnitud de la crisis que se les venía encima.

Para quienes ven las cosas de este modo, esta crisis social se desencadenó como consecuencia de una desapercibida y escondida brecha creciente, entre las aspiraciones de quienes sufren las consecuencias de la falta de atención y cuidado, y la omisión de las élites que, detentando el poder de decisión, descuidaron por culpa de la otra trinchera, sus deberes de atención a los problemas del país.

Por lo tanto, la solución a esta situación, que no consideran exenta de riesgos, es atacar los principales problemas en un buen orden de batalla, priorizando correctamente con una buena gestión de políticas públicas. Para que las correcciones sean posibles sólo se requiere del acuerdo de las formaciones políticas tradicionales disponibles para consentir las aprobaciones estrictamente necesarias, que requieran los mecanismos de solución. Algo así es lo que muchos han escuchado de aquel príncipe siciliano a quien llamaban el “Gatopardo”.

Es fácil darse cuenta que estas soluciones no producirán ni la sombra de lo que podría llamarse una salida razonable a la crisis social, porque carece de contexto, de profundidad y de historia. Recordemos primero, que esto que está pasando no sólo ocurre en Chile, sino en casi todo el mundo. Segundo, no apunta ni cercanamente a la identificación de las verdaderas causas raíces sistémicas, profundamente enraizadas en nuestros procesos sociales. Tercero, porque lo vivido ha pasado y seguirá pasando a lo largo de la historia, una y otra vez.

El contexto Global

En nuestra crisis social y en la de todo el planeta, es posible identificar ingredientes que están presentes en casi todas partes. Y lo más notable, tanto en países desarrollados como no desarrollados, es la desigualdad en economía y en derecho.

A partir de fines de los ochenta del siglo XX, bajo una enorme presión ideológica y mediática conservadora, ha prevalecido la creencia que el ultra-liberalismo es la forma natural del funcionamiento de las economías. En la opinión de algunos además, asociado al poderoso concurso de las presiones para-institucionales, que provienen de grupos interés de la sociedad intermedia. En todas las latitudes se estableció, con diferentes bríos, la supremacía de este único sistema. Pero con el paso del tiempo, las promesas de bienestar esperadas para las amplias mayorías, no se cumplieron. Las famosas curvas de Kuznets sobre la tendencia en el tiempo hacia una situación más igualitaria de la riqueza, al ser verificadas sobre períodos largos, han mostrado volver hacia la desigualdad. Así, en el mundo en 2010, las brechas verificadas serían próximas a las que existían en 1900.

Complementariamente, los derechos ciudadanos tampoco están repartidos de manera igualitaria en la población. Para que la desigualdad económica no destruya la coexistencia social, se necesita que algunos (los más afortunados), tengan en general más derechos que los otros (los más pobres). No debe sorprender entonces que, en casi todos los continentes y en países que parecen no tener nada en común, exista una emergente protesta social que apunta al corazón del mecanismo económico y a sus lógicas de repartición del bienestar de las poblaciones.

Los olvidados conflictos de repartición entre categorías sociales

En Chile, la dictadura -en su decidida cruzada anticomunista, en concordancia con su rol de paladín autoasignado en las postrimerías de la Guerra Fría- había promovido con acentos coercitivos la proscripción de algunas interpretaciones de la realidad social. Por ejemplo, el conflicto entre clases sociales y su consiguiente desigualdad económica y social. Buscando desalojar estas perturbaciones del interés común, la ofensiva conservadora de fines de los ochenta revitalizó en democracia estas interdicciones, echando mano a la marginalización de los disidentes, excluyéndolos de la academia y de la participación mediática. Esperaban que, al estar ocultas y no ser mencionadas, estas incómodas concepciones caerían finalmente en el olvido.

Sin embargo, el categórico cuestionamiento al modelo político y económico expresado claramente por la mayoría del país a partir de octubre 2019, no es otra cosa que el rechazo a la lógica, a la legitimidad y a los efectos de los mecanismos básicos de la organización social y su soporte ideológico. La emergencia reciente de la rebelión, antigua reacción social, nos ha demostrado que hay realidades imposibles de soslayar. No basta con promover el pretendido fin de la historia, ni la proclamada victoria definitiva del capitalismo, si los conflictos de repartición entre categorías sociales continúan vigentes y siguen siendo el núcleo de una parte fundamental de la problemática social. Así, la proscrita lucha de clases reingresa nuevamente al ruedo y son varios los que ni siquiera saben que existe (algunos preferirán llamarla “un juego donde la suma de las ganancias de los jugadores se anula”).

En el plebiscito, la votación de los que para algunos son los “más educados”, que suelen vivir en las Condes, Vitacura y lo Barnechea, y la de los vociferantes “menos educados”, en el resto de las comunas, simplemente separó a quienes privilegian de una mejor parte en la repartición, respecto de quienes no se sienten privilegiados. La larga lista de trastornos funcionales que encolerizan a la población, son la prueba indiscutible que el sustento ideológico destinado a ennoblecer los fundamentos de la organización social vigente, presenta forados imposibles de colmar. Por eso hay exigencias sociales que desbordan el ámbito exclusivo de la mala repartición y apuntan directamente a factores de amplio espectro, que se resumen en la necesidad de un nuevo pacto para redefinir aspectos esenciales de la organización social.

La historia que se repite, pero nunca igual

La sorpresa de los analistas políticos, de los políticos de profesión, de los medios de comunicación, de los académicos y de diferentes grupos intermedios de la sociedad, frente a la explosión social nos demuestra cómo la capacidad de análisis político ha perdido destrezas en el último tiempo. Lo extraordinario es que hechos de esta misma naturaleza se han producido una y otra vez a lo largo de la historia. Pero hay demasiados analistas que, para tratar de entender el presente, han dejado de recurrir a la historia, que ya han olvidado o que nunca conocieron.

Seleccionando intencionadamente tres situaciones conocidas, nos podemos percatar que lo sucedido sorpresivamente en Chile no tiene nada de nuevo. El episodio más característico que marcaría el fin de la monarquía absoluta y sus resabios feudales, fue sin duda la revolución francesa de 1789. El poder reducido a la nobleza militar y al clero concentraba más del 70% de las rentas y la riqueza, mientras que el pueblo llano (que incluía a nuestros actuales burgueses), representando la inmensa mayoría de los súbditos de la monarquía, obtenía menos del 30%. Hubo múltiples factores que favorecieron la irrupción social, pero la pobreza fue sin duda un factor esencial y un detonante. El pueblo de París asaltó y tomo la Bastilla ante el total desconcierto del poder dominante, sin ninguna dirección política y ni otras formas de liderazgo. Sólo más tarde se articularon las opciones políticas que enmarcaron y definieron el destino de ese movimiento social.

Aunque en Rusia desde 1905 estuvieron presentes necesidades de reforma al absolutismo zarista, en febrero de 1917 nadie esperaba un movimiento social de las características y amplitud del que irrumpió. Las debilidades del régimen zarista y del sistema político, la inmensa pobreza, y la guerra perdida con Alemania, son comúnmente invocadas para explicar los hechos. ¿Una vez más estaban distraídos los dueños del poder y los profesionales de la política? En conversaciones con jóvenes estudiantes, Lenin, exiliado en Suiza, manifestaba entonces lo poco probable que sería que él en vida, asistiera a la caída del zarismo y el sistema feudal. Fue también una sorpresa para los bolcheviques en Rusia que debieron readaptar completamente sus estrategias para subirse a la ola del movimiento social y asumir su dirección política.

En mayo de 1968 estalló en Europa y particularmente en Francia, un movimiento social que se fraguaba de modo inadvertido, de características bastante diferentes a los anteriores: Convulsionó a la República y produjo transformaciones culturales absolutamente inesperadas. Sucedió casi al final de lo que se llamó “los treinta años gloriosos”, superadas ya las derrotas coloniales, durante un período de importante crecimiento económico, reducción de las desigualdades y bienestar creciente. Una vez más la conducta social sorprendió al mundo político con una nueva categoría de exigencias sociales, que desafiaron la concepción del individuo y la ideología dominante. El movimiento social que se expresó con espontaneidad y violencia, nunca reconoció paternidad alguna. Tal vez por la naturaleza profunda de sus exigencias, el movimiento social se extinguió lentamente, no sin antes producir los hechos que motivaron cambios constitucionales esenciales.

En estos tres ejemplos, los movimientos sociales se inician y desarrollan al margen de las estructuras políticas establecidas. Fueron verdaderas revoluciones que sorprendieron al poder, a los intelectuales y a los partidos políticos. ¿Cómo nadie las vio venir? En algunos casos fueron posteriormente controlados por fuerzas políticas preexistentes. En otros casos siguieron un derrotero confuso y hasta contradictorio. En todos, implicaron modificaciones estructurales e institucionales y también algunos violentos conflictos. Ninguno fue insubstancial.

En Chile, hasta 1958, no se puede decir que haya funcionado muy bien el sistema democrático representativo. Las mujeres sólo pudieron votar en elecciones parlamentarias y presidenciales a partir de 1949 y tarde lo pudieron hacer los analfabetos. Es sólo en 1958, a las postrimerías del gobierno de Carlos Ibáñez, cuando se estableció el voto único que pudo poner fin al cohecho que fue un verdadero freno al ejercicio democrático. También se derogó la ley de defensa de la democracia. A partir de entonces se estableció el padrón electoral más amplio con el que el país había contado. La ampliación de la base de electores, coincide con la ampliación continua de derechos sociales en varios ámbitos. Esta relación se vio bruscamente interrumpida por el golpe de estado de 1973, que fijo un largo paréntesis a la evolución política. El plebiscito de 1988 no puso fin al largo paréntesis de la historia. La evolución posterior para enrielar al país en su evolución democrática histórica, no tuvo total correlato con las negociaciones y sus resultados. Durante años se consideró a este estado de bloqueo democrático un modelo ideal de desarrollo, para un país situado en el patio trasero del mundo importante. Pero eso no era lo que pretendían los ciudadanos de Chile. Los chilenos esperaban la continuación de su propia evolución democrática, una sociedad en la cual se obtuviera un provecho equilibrado en la repartición del bienestar y del derecho. Las grandes mayorías no pretendían el asalto al poder, pero sí modificaciones en las reglas sacrosantas que definen derechos y roles sociales.

La ignorancia y la soberbia pueden sostener que la expansión social que estamos viviendo es espuria, sin dirección ni sentido. Se equivocan. Pocos movimientos sociales han tenido el apoyo del que goza el actual. La insurrección en Francia de 1789 involucró esencialmente al pueblo de Paris. Las elecciones a la Asamblea Constituyente en Rusia, después de la insurrección de octubre de 1917 tuvieron apoyo sólo en un 25% de los votantes. El movimiento social en Chile es masivo, transversal y ha obtenido resultados sorprendentes en el plebiscito. Sería bueno que todos lo entendieran, porque no entenderlo es peligrosamente irresponsable y podría conducir por vías por las que nadie quiere transitar.

Alvaro Medina

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