La historia de Oppenheimer, desde un niño prodigio a una luminaria científica, realza la importancia de estimular la curiosidad y el proveer oportunidades para esos jóvenes talentos para explorar sus intereses. Esta historia sirve como inspiración para docentes, padres y jóvenes, para enfatizar el poder transformador de la educación, dice Alejandro Félix de Souza.
Por Alejandro Félix de Souza (desde Panamá).- En 1995 descubrí en mi adorada librería Kinokouniya, de Tokio, un interesantísimo libro que se acababa de publicar en Estados Unidos: “Leading Minds”, de Howard Gardner, el famoso científico de Harvard, autor del paradigma de las Inteligencias Múltiples, y uno de los principales estudiosos de la mente humana de las últimas cinco décadas.
En años siguientes, Gardner fue una de mis referencias, como líder del Proyecto Zero de Harvard (creado el mismo año en que nací, 1967), y que es uno de los esfuerzos más interesantes en el mundo de innovación en educación, con uno de sus subprogramas que se dedica a estudiar a los individuos excepcionalmente superdotados y talentosos, un tema que vengo estudiando con entusiasmo desde hace 20 años.
“Leading Minds” es un libro fascinante, donde pude asomarme a la biografía (desde la perspectiva del liderazgo) de algunas de las mentes más interesantes del Siglo XX, entre ellas las de algunas personalidades que he seguido y me han influenciado desde mi adolescencia, como Margaret Mead (quien me abrió la ventana a la antropología), Robert Maynard Hutchins (a quien le agradeceré siempre su enorme contribución a la formación terciaria humanístico-científica integral en Estados Unidos, a través de su impresionante liderazgo en la Universidad de Chicago, y la monumental colección de lo mejor del pensamiento humano, cuya primera edición tengo en mi biblioteca), George Marshall (mi admirado general-civil, gran maestro en el campo de la guerra, y mejor aún en el campo de la paz), y otros grandes líderes en el campo empresarial, político y religioso como Martin Luther King, Ghandi, Juan XXIII, Alfred P. Sloan, Margaret Thatcher, Eleanor Roosevelt, entre otros.
Una de mis sorpresas de este libro fue descubrir por qué Gardner había elegido a Robert Oppenheimer en este estudio de casos sobre mentes líderes. La vida y las contribuciones de Robert Oppenheimer son un ejemplo de la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner, particularmente el vínculo entre la inteligencia lógico-matemática y la inteligencia existencial.
La peripecia vital de Oppenheimer comienza con un despliegue impresionante de la inteligencia lógico-matemática, algo que muchos experimentamos desde edades tempranas, y es una causa importante del “descalce” que muchos individuos con esta alta capacidad, encuentran con sus semejantes en la escuela primaria y secundaria (este es un fenómeno que he estudiado durante muchos años en mi análisis de los individuos superdotados y talentosos).
Su excepcional capacidad para comprender, en forma no solo intuitiva sino creativa, conceptos matemáticos y científicos complejos, fue clave y muy funcional para coordinar diferentes grupos de trabajo y mentes brillantes en el desarrollo de la teoría y la aplicación de conocimiento que llevó al desarrollo exitoso de la primera bomba atómica, en el hoy famoso (en ese momento ultra-secreto) Proyecto Manhattan.
El libro de Gardner resalta cómo este aspecto de la inteligencia de Oppenheimer jugó un rol pivotal en la reestructuración del escenario político mundial, y el inicio de un camino irreversible en la historia de la Humanidad: la era atómica, en la que nos encontramos desde entonces.
Aunque queramos consciente o inconscientemente, “olvidarnos” u “ocultar” que vivimos en una era muy diferente, una era donde efectivamente podemos (como lo describiría Oppenheimer en una famosa entrevista), la capacidad de destruirnos a nosotros mismos y al mundo en el que vivimos.
Pero no todo es apocalíptico, porque en un tono neto-positivo de la experiencia humana, también hemos podido, una vez advertidos del abismo, evitar estar cerca de él, en los últimos 80 años. Y ese sí es un pequeño triunfo de la racionalidad humana, expresada más allá de las ideologías y nacionalismos mesiánicos que hemos visto en ascensos y caídas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Obviamente, a mí -que desde pequeño tuve una fascinación por la física y la matemática- volver a recorrer el panteón de grandes inteligencias que por “alpinismo científico conjunto” nos llevaron en un período de poco más de 35 años, desde 1910 a 1945, a entender el comportamiento de la luz y la materia a nivel atómico y sub-atómico, deshaciendo algunos de los fundamentos de la física newtoniana y contrariando lo que nuestra experiencia sensorial empírica nos indicaba sobre las leyes y el comportamiento de la materia, la parte científica de la vida de Oppenheimer, es atrapante.
Sin embargo, como lo muestra el libro de Gardner, y varias otras excelentes biografías de Oppenheimer, incluyendo la monumental “Prometeo Americano”, de Kai Bird y Martin J. Sherwin (Premio Pulitzer de 2005), que sirvió de base para el guión de “Oppenheimer”, la reciente película de Chris Nolan, que es un panoplio con ricas texturas de la interesantísima vida de este científico (él se autopercibía como bastante aburrido, pero su vida fue definitivamente excepcional), el aspecto más importante y más accesible al consumo masivo de la vida de Oppenheimer fueron los dilemas éticos, morales y existenciales que tuvo que enfrentar, tanto con sus semejantes (con una cadencia bastante frecuente de incomprensión), como con su propia mente (quizás la fuente principal de desasosiego de un alma a veces muy atormentada por sus propios pensamientos y dilemas).
Es una situación que enfrentan muchas veces las mentes brillantes: incomprensión de los demás, y juegos dentro de su mente que los llevan por itinerarios sumamente difíciles de comprender para los demás, que no participan ni del inicio ni del transcurso de esos itinerarios.
El potencial destructor de la bomba atómica pesó mucho en su conciencia, como lo muestra la película de Nolan, los libros, los documentales y los registros históricos de sus participaciones en paneles de instituciones del Gobierno de Estados Unidos.
La forma en que Oppenheimer lidió con esos dilemas fue el ser un defensor activo y público del uso pacífico de la energía atómica, y propuso activamente el que la sociedad internacional llegara a acuerdos para el control de la proliferación de armas nucleares.
La sección del libro de Gardner que se ocupa de Oppenheimer señala el rol de este científico como un pensador complejo, que personifica las tensiones entre su brillantez lógico-matemática y sus preocupaciones existenciales.
Esta dualidad dentro de la inteligencia de Oppenheimer es muy emblemática de la naturaleza anfibia del conocimiento humano y la toma de decisiones. Gardner también explora las cualidades de liderazgo de Oppenheimer, destacando su capacidad de reunir un equipo de científicos excepcionales, gestionando sus enormes egos (eso lo vemos con bastante buen sentido del humor y precisión gráfica en la película de Nolan) y llevarlos, como un buen pastor, hacia un objetivo común. El estilo de liderazgo de Oppenheimer estaba basado en su enorme potencia intelectual, y su capacidad de inspirar a quienes lo rodeaban.
La Inteligencia existencial de Oppenheimer es un tema central del retrato que hace Howard Gardner. Sus dilemas internos y el haberse dado cuenta de las horrendas consecuencias de la bomba atómica, impulsaron en él un profundo sentido de responsabilidad.
El libro de Gardner nos muestra cómo Oppenheimer hace la transición (algo que en la película, obviamente por las limitaciones de tiempo que tiene ese medio de expresión, se muestra de forma menos detenida), de ser un genio científico a un activista por el control de armas y el uso pacífico de la energía nuclear.
Para quienes estudiamos el pasado para entender rasgos de carácter que iluminen dilemas del presente, es muy interesante observar esa transición de Oppenheimer, que muestra cómo todo ser humano tiene la capacidad de reflexionar sobre los impactos morales y éticos de sus acciones, lo que muestra que la inteligencia humana es múltiple, con diferentes estadios de capacidades desarrolladas, alcanzadas y optimizadas en cada una de esas múltiples facetas.
Vamos a adentrarnos un poco en la vida de este excepcional individuo. Oppenheimer nación en Nueva York el 22 de abril de 1904, de padres judíos, aunque poco religiosos. Su padre, Julius Oppenheimer, era un exitoso comerciante textil, mientras que su madre, Ella Friedman, provenía de una familia igualmente rica, aunque más educada y orientada a las artes.
Sus padres tenían una impresionante colección de arte moderno, con algunos de los pintores más representativos de las vanguardias artísticas del momento, como Pablo Picasso, Edouard Vuillard, Maurice de Vlaminck, y algunas anteriores, como Vincent Van Gogh, André Derain, Pierre Auguste Renoir, Paul Cezanne, entre otros.
Los años de niñez y adolescencia nos muestran en forma interesante cómo se “incubó” este genio, y cómo aprovechó las plataformas y vehículos para profundizar y expresar la ebullición de ideas y creatividad que normalmente existen en fases tempanas en estas inteligencias destacadas.
Durante sus años de escuela primaria, su mente inquisitiva y entusiasmo por aprender fueron muy evidentes, tanto para sus padres como para sus maestros y compañeros de clase. Sus padres lo inscribieron en una escuela laica y progresista, la Ethical Culture School, donde estuvo expuesto a un abordaje educativo holístico y experimental, que estimulaba a los alumnos a explorar sus áreas de interés y desarrollar habilidades de pensamiento crítico, algo que sólo muchas, muchas décadas después, todavía está en vías de implementación en la mayoría de los establecimientos escolares en el mundo.
Esos años tempranos estuvieron marcados por un amplio rango de intereses intelectuales, incluyendo las ciencias naturales, la literatura y los idiomas. Al ingresar en la prestigiosa escuela secundaria Alcuin School de Nueva York, su talento académico continuó brillando, y profundizó en materias como matemáticas y ciencias, fortaleciendo sus habilidades lógico-analíticas, a la vez que destacó en literatura y debate, mostrando que tenía capacidades intelectuales excepcionales en más de una faceta.
Para quienes hemos estudiado el rol del Entorno de Aprendizaje en el fomento y no atrofia de las inteligencias múltiples, y el rol que tanto la familia como los establecimientos educativos y los docentes juegan en el ecosistema que nutre a las mentes excepcionales, Oppenheimer es un caso claro de las ventajas que tiene el tener estos factores a favor.
El itinerario de Oppenheimer, desde un niño prodigio a una luminaria científica (algo que no siempre tiene este determinismo, como lo he podido ver en mis estudios), realza la importancia de estimular la curiosidad y el proveer oportunidades para esos jóvenes talentos para explorar sus intereses. Esta historia sirve como inspiración para docentes, padres y jóvenes, para enfatizar el poder transformador de la educación y la mentoría en estimular el surgimiento de nuevas generaciones de innovadores científicos e intelectuales.
En 1922 Oppenheimer comenzó sus estudios universitarios en Harvard, lo que marcó una fase crucial en su itinerario intelectual, ya que estuvo expuesto a un ambiente altamente estimulante para una mente brillante como él.
Hizo una licenciatura en Química, a la vez que continuó explorando otras áreas de interés que siguió desde joven, como la matemática y la literatura. Fue en Harvard donde también descubrió la física cuántica, la física teórica y la experimental. El rigor académico y la excelencia en la investigación de Harvard le proveyeron a Oppenheimer con una plataforma que le serviría por el resto de su vida.
El siguiente paso en la carrera de Oppenheimer vendría en 1925, al continuar sus estudios de Doctorado en la Universidad de Cambridge, uno de los centros más destacados del mundo en física, un lugar donde habían trabajado y destacado mentes como Isaac Newton, James Clerk Maxwell y Ernest Rutherford, entre otros nombres ilustres.
La ilusión de estudiar junto a algunas de las mentes más brillantes del mundo en el Laboratorio Cavendish de esa Universidad, se volvió pronto una decepción. Según sus propias palabras, este fue uno de los períodos más desgraciados de su vida, y donde fue muy infeliz.
Había llegado con gran expectativa, esperando trabajar con el renombrado físico británico Paul Dirac, cuyo trabajo innovador en física cuántica lo había cautivado. Sin embargo, al llegar a Cambridge, Oppenheimer descubrió que Dirac no estaba tan accesible como había esperado, lo que, junto a las muy altas expectativas que había puesto de su propio sueño académico en esa institución, lo desilusionó.
Además, había encontrado difícil establecer relaciones cálidas con sus compañeros, sintiéndose muchas veces aislado e incomprendido. Y su torpeza en el laboratorio de física experimental, aunada a su pésima relación con el Profesor Patrick Blackett (futuro Premio Nobel), su director de estudios en este tema, lo que supuestamente lo llevó al famoso, pero no verificado, episodio de la manzana envenenada (una anécdota muy cinematográfica, que una mano experta como Chris Nolan no iba a dejar fuera de ninguna forma en la película).
Real o anecdótico, chisme o intento frustrado, este episodio de la manzana envenenada tuvo consecuencias duras para Oppenheimer, ya que estuvo a punto de ser expulsado de Cambridge y sus padres tuvieron que viajar a Inglaterra e interponer todos sus buenos oficios y obligar a “Oppie” a realizar una terapia psiquiátrica para que no lo expulsaran de la Universidad.
Esta situación podría haberlo desestimulado de seguir sus sueños académicos, pero su historia es un testimonio de persistencia y determinación, y ante la adversidad de no ser muy apoyado por sus profesores, canalizó sus energías en estudiar e investigar por su cuenta.
De esta adversidad, surgió un Oppenheimer que desarrolló un especial talento para tener soluciones altamente creativas e intuitivas en el campo de la física teórica y cuántica.
Esta capacidad de Oppenheimer para darle la vuelta a una situación adversa, como se puede ver en la película de Chris Nolan, sería una característica de toda su carrera y su vida. Su resiliencia le permitió sobreponerse a obstáculos, envidias y adversarios implacables, y en última instancia, realizar una significativa contribución al campo de la física teórica.
Fue aquí donde se fue templando el Oppenheimer que luego tuvo que gestionar egos de algunos de los más importantes científicos del mundo que trabajaron en el Proyecto Manhattan.
Superado este período difícil en Cambridge, Oppenheimer decidió continuar sus estudios de Doctorado, reorientándolos a la física teórica, siendo aceptado, bajo la tutela de Max Born, uno de los físicos más renombrados del mundo, en la Universidad de Gottingen, en Alemania, que era quizás la universidad más prestigiosa de Europa en esa materia, y un hub de innovación científica en la segunda mitad de los años veinte.
En ese centro coincidió con una de las constelaciones más completas y estelares de genios científicos concentrados en un solo lugar, como Werner Heisenberg, Wolfang Pauli, Enrico Fermi, Edward Teller, y Pascual Jordan, entre otros. Este período fue fundamental para su carrera científica, pues se adentró en los vericuetos de la mecánica y física cuántica.
A su regreso a Estados Unidos, Oppenheimer fue contratado como profesor en la Universidad de California Berkeley, y en el California Institute of Technology, dos lugares que he visitado cuando mi hijo fue admitido para sus estudios de ingeniería química, y donde pude ver esos sitios históricos donde trabajaron estas luminarias, lo que fue toda una experiencia.
El momento clave en la vida de Oppenheimer vino con la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial y el surgimiento del Proyecto Manhattan. En 1942 fue nombrado el director científico de este Proyecto ultra-secreto, que aspiraba a lograr el desarrollo de una bomba nuclear antes que la Alemania Nazi pudiera llegar al mismo objetivo. La inteligencia lógico-matemática de Oppenheimer y su profundo conocimiento de la física cuántica lo convirtieron en el líder ideal para este ambicioso proyecto.
Bajo el liderazgo de Oppenheimer, el Proyecto Manhattan reunió a algunos de los más brillantes científicos de su tiempo, incluyendo a Leo Szilard, Enrico Fermi, Ernest Lawrence, Otto Frisch, Niels Bohr, Felix Bloch, James Franck, Emilio Segré, Klaus Fuchs, Richard Feynman, Hans Bethe, John von Neumann, y Edward Teller.
Todo ese grupo trabajó sin descanso para desencadenar el poder energético de la fisión nuclear, lo que culminó en el primer ensayo exitoso de una explosión atómica en julio de 1945 en el desierto de Nuevo México.
Pocas semanas después, la detonación de las bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki (lugares que visité repetidamente cuando viví en Japón, y que hace 3 años visitamos con nuestros hijos) marcaron, como lo muestra la película de Nolan, un momento clave en la historia de la humanidad.
Si bien su objetivo inmediato era lograr el final de la Segunda Guerra Mundial, el corolario de estas explosiones fue que se inició una nueva era en la historia humana, que es la era nuclear.
Y allí inicia una nueva etapa en la vida de Oppenheimer, donde se entrelazan su rol de científico asesor de la Comisión Nuclear del Gobierno de Estados Unidos, sus reflexiones sobre las implicaciones y consecuencias morales de su trabajo, los desafíos que enfrentó durante el Macartismo, y sus contribuciones de largo plazo a la ciencia y a la sociedad.
El uso de las bombas atómicas provocó una profunda reflexión moral y ética para Oppenheimer y los demás científicos que participaron en el Proyecto Manhattan. Por un lado, se daban cuenta de que habían protagonizado un logro científico sin precedentes (la fisión nuclear controlada y aplicada a usos bélicos o de producción de energía), y el rol que la bomba atómica había jugado en terminar una guerra brutal que hubiera tomado aún más víctimas en todo Japón, de haberse producido una invasión convencional con fuerzas aliadas terrestres (el número de víctimas militares y civiles se estimaba en varios múltiplos de las acaecidas en los dos horrendos holocaustos nucleares, lo que muestra lo abominables y difíciles dilemas éticos y morales que provocan las situaciones bélicas, algo que estamos viviendo ahora mismo).
Por otro lado, se sentían profundamente perturbados por la inmensa destrucción y pérdida prácticamente instantánea de vidas causadas por el inigualable poder destructor de las bombas atómicas, algo que quienes hemos visitado los museos de las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki (y en mi caso, que estuve en los actos del 50 aniversario de esas explosiones, viendo a sobrevivientes en carne y hueso), es algo difícil de describir (de todas las experiencias duras que me ha tocado ser testigo, no hay otra que me haya provocado tal encogimiento del corazón, es algo que se siente físicamente, el corazón se siente apretado).
La famosa cita que del Bhagavad Gita que podemos ver recitada por el propio Oppeheimer en la película de Nolan y en el video que les adjunto: “Ahora me he convertido en la Muerte, en el destructor de los mundos”, encapsula de una manera muy personal (basta sólo con ver el lenguaje no-verbal de su cara, todo un escaparate de la tortura y el dolor interno cuando piensa en ello) el peso de lo que sentía era su responsabilidad y el darse cuenta de que su trabajo había desencadenado una etapa de un poder destructivo hasta entonces no visto en la historia de la humanidad. Este conflicto interno lo persiguió durante el resto de su vida, y definió su visión preocupada y pesimista del mundo en los años de la posguerra.
Los años que siguieron trajeron algunos de los periodos más oscuros y tensos en la sociedad global, con el inicio de la Guerra Fría y el surgimiento del Macartismo en Estados Unidos, una etapa de paranoia e inquisición donde las personas que eran percibidas como izquierdistas, comunistas o filo-comunistas, eran objeto de investigación y vigilancia (y luego discriminadas o perseguidas) por las autoridades estadounidenses.
Si bien la película y la historiografía han sido tradicionalmente duras con el Macartismo y con ese período en la vida de Estados Unidos, que malogró y truncó muchas carreras en diferentes ámbitos de la vida estadounidense en uno de los períodos más oscuros de sus más de doscientos años de República, hay que reconocer también que esa gran democracia -si bien episódicamente, como lo he estudiado en los últimos treinta años- tiene taras y retrocesos, se ha diferenciado de otras sociedades con períodos de intolerancia y persecución en que tiene la honestidad y la capacidad de revisar, corregir y enmendar sus excesos. Y el caso de Oppenheimer es una bonita y clara prueba de ello.
Pero antes, a Oppenheimer le tocó sufrir algo que a muchos seres humanos nos ha pasado, experimentar la ingratitud y la incomprensión de sus semejantes, y que le lancen encima toda la caballería de la opresión de quienes están en posiciones de poder.
Oppenheimer, en su juventud, y como lo muestra muy bien la película en uno de esos flashbacks que jalonan el film, había tenido afinidades y amistades con organizaciones de izquierda y el Partido Comunista de Estados Unidos, y su activismo por el establecimiento de un régimen internacional de control de la proliferación de armas nucleares lo volvió un “sujeto incómodo” en medio de esas dinámicas de “quien no es mi amigo, es automáticamente mi enemigo” que se plantean en momentos de gran intolerancia de la historia humana (el Macartismo y la Guerra Fría han sido una de las experiencias más desgraciadas en las últimas décadas).
En 1954, luego de un “proceso” de investigación no-judicial, “dirigido” a confirmar culpabilidad y a sesgar un “prontuario” sin las mínimas garantías del debido proceso -que indudablemente es uno los logros más importantes de la civilización occidental liberal (¿les ha pasado a alguno de ustedes esto en la vida real, en sus trabajos, en sus grupos de amigos, en sus relaciones?)- le fueron revocadas sus credenciales de seguridad por el gobierno estadounidense, con lo que cesó toda posibilidad de que su mente brillante contribuyera directamente en la formulación de políticas públicas para el Gobierno de Estados Unidos.
Esto y la traición de algunos de sus colegas, como Edward Teller, fue un golpe devastador para Oppenheimer, que había sido en su época festejado como un héroe por la sociedad estadounidense.
Oppenheimer tuvo que pasar su “exilio en el desierto”, encontrando refugio en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton, pero la consecuencia directa es que el “establishment” científico y político lo aisló (son las consecuencias desastrosas y no deseadas de períodos de intolerancia, crispación y persecución, donde esas nefastas dinámicas de “si no estás conmigo, eres mi enemigo”, se instalan en las sociedades).
Sin embargo, como lo muestra la película, Oppenheimer resistió, y continuó luchando por su rehabilitación. En 1963, hace exactamente sesenta años, tuvo uno de los principales reconocimientos científicos de Estados Unidos, cuando se le otorgó el Premio Enrico Fermi. Este reconocimiento marcó un punto de retorno en su vida, al volver a colocarlo en el centro de los grandes científicos de nuestra era. El entonces Presidente John F. Kennedy le iba a entregar el premio Fermi en diciembre de ese año, pero su inesperada muerte en noviembre de 1963, hizo que su sucesor, el Presidente Johnson, fuera el anfitrión de la ceremonia, indicando que esa decisión había sido uno de “los mejores actos de Gobierno del Presidente Kennedy”.
Un detalle interesante de ese día de 1963 es que la viuda y ex Primera Dama, Jackie Kennedy, se hizo presente en la ceremonia del Premio Fermi para manifestarle a Oppenheimer que su esposo estaba muy entusiasmado con la posibilidad de entregarle ese premio en persona.
Este reconocimiento inició el proceso de reparación a su honor, proceso que puede haber tenido un cierre con la decisión, tan recientemente como el 16 de diciembre de 2022, de la restauración póstuma de sus credenciales de seguridad, por decisión de la Secretaria (Ministra) de Energía de Estados Unidos, Jennifer Granholm, lo que refleja una vez más una de las cualidades más admirables de la sociedad estadounidense, que me permito definir en forma poética como “su incomodidad con la perpetuación de la injusticia”.
La vida de J. Robert Oppenheimer luego de las explosiones atómicas, refleja no solo la complejidad de su carácter y los profundos dilemas experimentados por los científicos involucrados en el desarrollo de tecnologías destructivas.
Su peripecia desde científico famoso, a una figura manchada por la controversia política (lo que demuestra que esta actividad tan noble, tan atractiva, puede ser increíblemente caníbal, y se devora a sus propios y mejores hijos), y finalmente, su redención como luminaria científica (tanto en la etapa final de su vida, como lo vemos en estos meses en la película de Chris Nolan), es un testamento y testimonio de la resiliencia del espíritu humano.
La historia de Oppenheimer nos sirve como un poderoso recordatorio de las responsabilidades éticas y morales que acompañan a los avances científicos, y los desafíos de lograr un equilibrio entre el progreso científico y técnico, y las consecuencias que vienen aparejadas con la búsqueda del conocimiento.
Esto es un dilema de todas las épocas y -como lo he contado en otras columnas, mi biblioteca está llena de protagonistas a lo largo de la historia- es una cuestión tan vieja como la existencia humana. No por nada, desde la Biblia, los textos religiosos nos recuerdan en una forma increíble y terriblemente poética, y que ha sido bastante inútil para disuadirnos, que la curiosidad humana por el conocimiento y el comer de los frutos de ese árbol prohibido, tienen consecuencias.
Hoy en día, los dilemas morales persisten en la ciencia y la tecnología. La ingeniería genética, la nanotecnología, la inteligencia artificial y la investigación espacial, plantean cuestiones éticas fundamentales sobre la manipulación de la vida y la inteligencia artificial autónoma. La vida de Oppenheimer nos insta a considerar cuidadosamente las implicaciones morales de nuestras acciones y decisiones en el ámbito científico y tecnológico.
En el artículo estudiaremos (y es un excelente caso para entender los dilemas que tienen, ya no los científicos como Oppenheimer, sino los principales tomadores de decisión políticos, entre lo ético y lo necesario), cómo se llegó al proceso de toma de decisión del uso (una vez que estuvo disponible) la bomba atómica, y las paradojas generadas a partir de esas decisiones.