Por Juan Medina Torres.- Hace cien años, la pandemia de la influenza española entre 1918 1921 mató a más de cincuenta millones de personas en el mundo, más víctimas que las registradas durante la Primera Guerra Mundial que en esos mismos años asolaba al planeta.
En Chile, la pandemia provocó la muerte de más de cuarenta mil personas, casi el uno por ciento de la población de nuestro país en ese entonces.
Una primera medida del gobierno de Juan Luis Sanfuentes fue la solicitud por parte del ministro del Interior, Pedro García de la Huerta, de 250 mil pesos al Congreso para la habilitación de camas y para la adquisición de diversos materiales para la desinfección.
Entre las soluciones específicas que se propusieron destaca la organización de un servicio extraordinario de inspección, aislamiento y vigilancia médica de los enfermos.
La prensa, en especial el diario La Nación y El Mercurio, describieron en diferentes reportajes cómo la Policía de Aseo y Ornato recorrió cada barrio capitalino inspeccionando y, eventualmente, clausurando conventillos, ferias y todos los lugares en donde se detectara algún atisbo de la enfermedad.
El alcalde de Santiago solicitó a la Inspección de Higiene la fiscalización de los teatros y biógrafos (como se denominaba a las salas de cine en ese entonces) y otros lugares de afluencia masiva de público como el caso de los colegios para los cuales se dispuso de una serie de indicaciones para evitar la propagación de la epidemia, que no solamente apuntaba a los aspectos estrictamente higiénicos, sino también a las costumbres de los niños, para lo cual se recomendó la distribución de jabones y “escupitines” en los establecimientos escolares.
Otra de las acciones destacadas por la prensa de la época fue una activa campaña de normas higiénicas que incluso proponía restringir ritos sociales como el saludo de mano y la conversación a corta distancia, o actos de la vida íntima como besarse. La población dispuso de una serie de terapéuticos, modernos o tradicionales, cuyo uso era proporcional a la confianza que se depositara en ellos.
Las boticas o farmacias aumentaron notablemente la venta de preparaciones antisépticas, como el alcanfor, naftalina, sulfato de cobre, entre otras, al punto que muchas de ellas escasearon.
Una de las consecuencias positivas de esta pandemia, según Marcelo López profesor de Historia de la Salud e Historia de las Pandemias en la Facultad de Medicina de la PUC fue que permitió generar una estructura sólida en materia de salud en nuestro país.
En efecto, hace cien años todo el sistema de salud estaba fragmentado en varios organismos descoordinados: la Intendencia, el Ministerio del Interior, la Junta de Beneficencia, el Instituto de Higiene, el Consejo Asesor de Higiene, entre otros. No existía el Ministerio de Salud.
La crisis provocada por la pandemia cambió la visión a nivel gubernamental y académico sobre la materia. En 1919 el Congreso aprueba el primer Código Sanitario del país que otorga un mayor rol del Estado en materia de salud.
Asimismo, se crearon las Facultades de Medina de la Pontificia Universidad Católica y la Universidad de Concepción.
Lo anotado nos hace pensar que las enfermedades tienen el poder de cambiar el mundo.