Por Antonio Leal.- Zigmunt Bauman es uno de los pensadores contemporáneos y referente obligado de la sociología y seguramente uno de los más importantes del siglo XX y de lo transcurrido del siglo XXI. Nos ha legado, entre otros aportes, la idea de la sociedad y de la vida líquida como llamó a la posmodernidad, donde las estructuras, las ideas e incluso los lazos humanos se tornan de extrema fragilidad, para contraponerla, en sus características esenciales, a la modernidad sólida, típica de las primeras fases del desarrollo capitalista y al peso del mundo de las certezas que fundaron las ideologías.
Polaco de nacimiento, era esencialmente un sociólogo que buscó definir el espacio de la sociología entre los dos mundos de la solidez y de la liquidez y, por ello, su elaboración es de gran originalidad y esencial de conocer por todos aquellos que hacemos de la sociología nuestra profesión y por aquellos que deseen adentrarse en estos conocimientos.
En su libro-entrevista “Para qué sirve realmente un sociólogo” Bauman señala que la vocación del sociólogo es “aportar orientación en un mundo que reconoce como cambiante” y agrega que “esa vocación solo puede llevarse a cabo observando los cambios y sus consecuencias, a la vez que examinando, a través de la investigación sociológica, las estrategias vitales para responder a dichos cambios”.
Sin embargo, para Bauman la sociología es relevante no solo cuando da información sino esencialmente cuando entrega narraciones capaces de conectar la época con la imaginación y la experiencia de la vida cotidiana como la llamaría la socióloga húngara Agnes Heller.
Experiencia, dice, que comprende sea los elementos objetivos del análisis sociológico que los aspectos subjetivos del sujeto que recibe la información y que comprende sus percepciones personales, su comprensión y sus emociones.
Siendo así, la sociología se torna intrínsecamente política en tanto proporciona una fuente distinta de legitimidad del poder a aquella que ofrece la política institucionalizada, justamente porque su información está conectada con la experiencia del sujeto y de la sociedad.
Bauman resalta siempre que la sociología es una actividad crítica en la medida que “lleva a cabo una deconstrucción de la percepción de la realidad social y se distingue en su quehacer de la irreductible verdad natural -científica toda vez que la social – científica está referida a la subjetividad humana, a su identidad.
Esta especificidad de la sociología actual de combinar los subjetivo con lo objetivo, lo individual con lo estructural, Bauman subraya los aportes de Bourdieu y de Giddens elaboraciones donde se profundiza la relación de lo estructural con los problemas sociales e incluso personales o como le llama “biografías con estructuras e historia”.
Esta idea se torna relevante para comprender las características de la política actual donde el sujeto histórico y la acción colectiva entre a ser reemplazada por la acción individual y es tarea de la sociología explicar este fenómeno, a la vez, que entregar los instrumentos para que los individuos aumente su opción electiva y, por ende, su libertad.
Lo dice claramente Bauman: “El objetivo de la sociología es la expansión de la libertad humana”. Agregando que el enemigo de esta libertad son los fundamentalismos religiosos o ideológicos, los autoritarismos estatales, los estereotipos y los prejuicios que buscan impedir la comunicación y la formación de la identidad propia.
Como diría Bourdieu, y lo cita Bauman en su entrevista, “aquellos que tiene la oportunidad de dedicar sus vidas al estudio del mundo social, no pueden permanecer neutrales e indiferentes ante las luchas que tendrá que afrontar el mundo del futuro” La sociología es , por tanto, crítica y comprometida no con una ideología sino esencialmente con la interpretación activa, vinculante de parte del propio sociólogo, con la realidad y con el sujeto individual que vive en la sociedad líquida, donde las certezas del pasado han desaparecido.
Ese rol lo juega la hermenéutica sociológica, que consiste, de acuerdo a Bauman, en interpretar las decisiones humanas como estrategias “elaboradas para responder a los desafíos del marco social en que nos encontramos”.
Bauman descifra el rol clave de la sociología actual. Señala que esta pasó la primera parte de su historia “intentando estar al servicio del proyecto moderno y de la obsesión por construir un orden”.
Parsons, recuerda Bauman, fue el principal inspirador de lo que llamó la “cuestión hobbesiana” de la sociología destinada a seguir un orden preestablecido, mecánico y, por tanto, de la sociología de la no libertad.
Sin embargo, subraya Bauman en la modernidad líquida cada vez más individualista, donde “los problemas de origen social son cada vez más transferidos por los poderes sociales a los hombros de los individuos, la sociología tiene la oportunidad de convertirse en una ciencia y en una tecnología de la libertad”, esto porque la sociología trabaja en diálogo con el sentido común de las personas, la investigación sociológica está referida y la comparte con el objeto y el sujeto de estudio.
La sociología habla de la misma experiencia que vive el individuo personalmente y, por ende, hay una interacción mucho más estrecha que con cualquier otro tipo de conocimiento.
Por ello, para Bauman, la sociología es política en la medida que está ligada a la experiencia social e individual y cita al personaje de JM Coetzee en su Diario del mal Año, “las alternativas no son sólo la plácida servidumbre por un lado y la rebelión contra la servidumbre, por el otro. Existe una tercera vía, elegida por millones de personas todos los días. Es la vía del quietismo, de la obscuridad deseada, de la emigración interior”.
La gente, nos dice Bauman, va por el mundo ateniéndose a una rutina cotidiana y resignados a la imposibilidad de cambiarla y convencida de la inutilidad de sus propios actos. Es lo que en la ciencia política llamamos la desafección, el desánimo respecto de las instituciones.
Esto nos habla del porqué del empobrecimiento de la política, de la abstención electoral en las democracias modernas, de la crisis de legitimidad porque atraviesan las democracias representativas frente a sociedades más individualista y apáticas, en un mundo donde ya no hay causas finales que envuelvan las luchas cotidianas y momentáneas en torno a las cuales se organiza, por las redes sociales, y le den a la política el sentido del futuro en torno al cual se organice la confiabilidad de la sociedad.
Bauman cita a Kundera para subrayar como la sociología debe, al igual que el arte, “rasgar el telón”. Traspasarlo, y es allí donde la sociología “debe ser juzgada por el éxito o el fracaso de esta labor”.
Por tanto frente a las preguntas planteadas por la modernidad líquida, que necesita ser interpretara permanentemente, es como la sociología opera en la subjetividad de los individuos en su calidad de teoría social crítica y formula nuevas preguntas y da nuevas repuestas a la velocidad del cambio de la vida en su conjunto que supera, en sí mismo, por sus propias características, la Teodicea, es decir la creencia, incluso de Marx, de que era posible construir y mantener el mejor mundo posible.
Esto implica que el mundo líquido, donde se mueve la interpretación sociológica de Bauman, es contrario a la Teodicea y juega su rol en “rasgar el telón” de las concepciones que dominaron el mundo en la modernidad sólida. Bauman recuerda que en la modernidad líquida los sociólogos están fuera de la Casa de Salomón como llamaba Bacon al conjunto de los conocimientos que aspiraban a dirigir colectiva e inexorablemente los asuntos humanos.
Bauman nos revela que en la modernidad líquida ya no es más posible realizar ese sueño de Marx, descrito de una belleza extraordinaria por el teórico alemán, de que el sujeto histórico, la clase obrera “no podía emanciparse sin emancipar al conjunto de la sociedad humana y no podía poner fin a su miseria sin poner fin a la miseria humana”.
A ello agrega según Bauman, se suma la impaciencia comprensible de Lenin, dado que en Rusia no había un capitalismo desarrollado, ni una clase obrera guía de la revolución y agreguemos que por la Rusia de los zares no había pasado tampoco el tren de la revolución francesa, este elabora la estrategia del “atajo”, la de los revolucionarios profesionales y ello contamina a todo el marxismo, ya rusificado, y al movimiento comunista hasta la caída del muro de Berlín.
En tanto, recuerda Bauman, los otros hijos de Marx, alemanes como él, elaboran, en una realidad de desarrollo capitalista y donde las premisas democráticas ya se daban en las postrimerías de la vida del propio Marx, un programa “revisionista”, de la persecución de valores socialistas dentro del capitalismo y de las instituciones, que es la línea seguida por la socialdemocracia.
Por ello, porque hoy no son más posibles los atajos hechos por cierta izquierda a nombre de Marx, Bauman dice que vivimos, en el ámbito de la sociología y de la política, un tiempo en el cual “los antiguos modos de acción dejaron de funcionar, mientras que otros nuevos, mejor adaptados al escenario cambiante y sus nuevos desafíos, todavía no han salido de los departamentos de diseño”.
Si no hay atajos, se le pregunta a Bauman, ¿existe algún camino para un mundo mejor? El responde que hoy no hay puentes visibles entre el mundo de hoy y ese mundo emancipado que se pensaba que estaba a la vuelta de la esquina por los teóricos del siglo XIX.
Bauman agrega que tampoco ve “masas ansiosas de cruzar toda la distancia del puente” y agrega que nadie sabe hoy como construir ese puente que sea transitable “ni donde está el acceso a el” y enfatiza que “podemos concluir que esas condiciones no existen de manera inmediata”, citando a Adorno que atribuye la soledad de los intelectuales y de la política a la “falta de comunicación con los que quieren participar, con los que no han podido participar y con los que no se deciden a participar”.
Bauman sostiene que la estrategia de comunicación con ese público que propone Adorno “es del tipo del mensaje en una botella”, es decir un mensaje que alguien encontrará más adelante.
Cita, también, a Bourdieu cuando afirma que “el número de personalidades del mundo de la política que eran capaces de atender y articular las expectativas y necesidades de sus electores estaba disminuyendo rápidamente y agrega que “ que el espacio público mira hacia adentro, tiende a encerrarse en sí mismo”, sosteniendo que para abrirlo hay una sola fórmula: “Convertir en relevante nuevas preocupaciones y anhelos privados con frecuencia incipientes e inarticulados para el proceso político”.
Bauman nos advierte que en la comunicación política destinada a influir en la subjetividad del individuo no es lo mismo ser visto que escuchado, como Eco señalaba que no es lo mismo ser conocido que reconocido.
Vivimos, dice Bauman, “en una creciente fragmentación, en una tendencia a la división, a la desregulación, a la individualización, a la privatización y a la personalización, y que afecta a todas las áreas de la relaciones humanas al igual que a la concepción del mundo que domina actualmente” es en esta liquidez en que sitúa los fenómenos que explican la crisis de la política y desinterés ciudadano con participar en las instancias democráticas institucionales.
Lo que una a las formas de vida de la modernidad líquida en que vivimos es “la fragilidad, la provisionalidad, la vulnerabilidad, y su tendencia al cambio constante”. El cambio se transforma, entonces, en la única certeza.
Agrega que si en la fase sólida de la modernidad su corazón estaba en “controlar y fijar el futuro, en la modernidad líquida radica en evitar hipotecar ese futuro”.
Bauman nos deja pistas y respuestas para abordar la desconexión de las instituciones de la democracia con la sociedad y los individuos. Una de ellas es que el sujeto histórico ya no existe y que los sujetos, en medio del individualismo que genera el mercado mundializado y su lógica, debilita el sentido de comunidad que en las redes sociales se configura solo de manera parcial y temáticamente sin pretender siquiera construir el puente y cruzarlo integralmente.
Es con este sujeto, que personaliza sus inquietudes y demandas con las cuales la política progresista debe hoy dialogar y reconstruir los tiempos y el sentido de los cambios estructurales, teniendo presente que la propia política es débil dado que se configura localmente frente a un mundo donde todos los temas que cruzan son globales.
Como decía Hesse en “Indignaos”, la indignación existe, pero la política en su debilidad no logra canalizarla sino tras objetivos parciales.
La filosofía política y la sociología deberán entregar las herramientas teóricas para comprender el mundo de la sociedad líquida, de la realidad compleja y desarticulada y solo ahí el “mensaje de la botella” podrá de nuevo establecer la conexión con esta sociedad.
Marx decía “hay que leer la historia para hacer historia” en un mundo en movimiento y con cambios permanentes tan distintos al de la realidad sólida en que se escribió una parte esencial de las razones de la sociología y de la política se requiere de otra interpretación en medio de la liquidez de la vida incorporada tan notablemente en el análisis teórico de Zygmunt Bauman.