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Patrimonio Cultural inmaterial: materia y energía

Por Fidel Améstica.- El lunes 7 de noviembre se llevó a cabo la ceremonia «Los Patrimonios Inmateriales en Chile: reconocimientos a sus comunidades y territorios», en el Palacio de la Moneda. Un rito que ya se echaba de menos, suspendido por la pandemia y que merced a ella quizá se ocultaba algún desinterés o franca indiferencia que asomaban desde antes. O simple falta de experiencia, ya que la política patrimonial es relativamente nueva en Chile, y la ignorancia y atrevimiento de los grupos gobernantes tienden a priorizar símbolos y emblemas rigidizados y huérfanos de conexión con la memoria y los relatos de lo que es y ha sido el pueblo de nuestro país, en medio de dinámicas sociales sobreestimuladas por el olvido y el abandono de la educación pública como un espacio de formación humana y crecimiento social, enfoque mucho más a contrapelo de lo que se entiende por «movilidad social».

Una de las virtudes de volver a los ritos es que las personas tienen la posibilidad de reingresar al discurso desde una mejor plataforma, una ciudadana. Es solo un gesto, pero depende de cómo alimentemos esos ritos el que estos no se vacíen de sentido. Y ese es el margen de acción que cada cual debe vislumbrar para incidir en los cambios, porque solo aceptando los cambios es como podremos permanecer. Pero no los cambios motivados por la «novedad» de la oferta consumista —lo nuevo sin más arraigo que el desarraigo—, sino por la dirección y sentido en pos de lo original, cualidad propia del «origen». Y aquí es donde entra la mirada hacia atrás, a la memoria, la tradición, y muchos de sus productos en calidad de patrimonios. Y en este empeño, el riesgo no ceja: patrimonializar «tradiciones orales, artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo, y saberes y técnicas vinculados a la artesanía tradicional», como refiere la Unesco, puede llevarnos a sustituir la memoria por el patrimonio. Y no son lo mismo.

El presidente Boric, en parte de su alocución en La Moneda, frente a artesanos, carpinteros de ribera, alfareras, cesteras, constructores de ruedas de agua, cantores a lo poeta, entre otros, manifestó que «es un orgullo, una alegría, estar hoy día con ustedes y, a través de ustedes, con la historia de Chile». Y no es menor la frase, porque hay una conciencia de que al reconocer un patrimonio existe un relato que lo sustenta, una memoria arraigada a los territorios geográficos, espirituales y lingüísticos; y ese relato lo portan quienes cultivan las prácticas y saberes que apuntan a cómo vivir y habitar esos territorios para saber quiénes somos. Y así lo explicó la ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Julieta Brodsky, en la tertulia previa a la ceremonia con 40 cultores:

Cada representante que está presente aquí hoy es clave en la preservación, transmisión y construcción de la identidad de su territorio. Es fundamental escuchar y aprender de sus saberes y experiencias, para lograr acuerdos de trabajo conjunto y con participación vinculante en pos de la salvaguardia efectiva.

Como manifestó el presidente Boric, estos reconocimientos hablan, o debiesen hablar, de una «historia viva, que está cambiando», gracias a que estos cultores conservan lo que no debe ser olvidado, y eso que no debe olvidarse es aquello que el propio trabajo le enseña a cada uno de ellos, pues su labor es indisociable de una mirada sobre el mundo, de una escala de valores y de una porosidad ante la belleza. No son meras habilidades las que cultivan, más bien acciones que fortalecen lazos de comunidad. Sus saberes y experiencias son herramientas que nos permiten entendernos como personas, asociarnos y buscar soluciones en beneficio de todos.

En este ámbito de los patrimonios, falta mucho por recorrer y construir desde abajo, en medio de un mundo globalizado aunque no integrado, híper conectado, pero no comunicado entre sí. Los reconocimientos son un avance, pero el paso siguiente, y es difícil saber cuánto tardará, corresponde a constituirse en interlocutores válidos y de peso frente a actores que solo se mueven en lenguajes endogámicos, economicistas y de castas. La asociación es clave, no solo para defenderse de la avalancha tecnomoderna, sino que sobre todo para construir una mejor vida, que no equivale a la «calidad de vida».

Por otro lado, cuando se habla del mercado de capitales como el motor de la economía, solo se piensa en dinero, platas frescas cuyo acceso es restringido a un club muy especial; porque con plata se compran huevos, y ese es todo el parámetro que se propone. Pero hoy también se habla de innovar, de ser disruptivo, y así generar más valor. Sin un pensamiento lateral, no obstante, ¿en qué se podría innovar o ser disruptivo? Y este pensamiento lateral bien puede ser nutrido por el patrimonio cultural inmaterial. Ahí existe un pozo enorme de capital humano, no para mercadear ni especular con él, porque alcanza para todos. Todos esos saberes y experiencias pueden ingresar, ser inyectados, en el sistema circulatorio de la educación, a todo nivel, en el crecimiento de la industria de las artes y en cómo se promueve a Chile hacia la comunidad internacional. La innovación y la disrupción han sido estudiadas a profundidad en el mundo, pero nadie innova sobre la nada, hay un sustrato que lo permite.

Todavía falta una mirada sistémica con la cual actuar, y en este sentido, desde el Estado, son altamente relevantes y estratégicas la comunicación y la acción coordinada entre las carteras de Cultura, Educación y Relaciones Exteriores. Y junto con el aparato Estatal, es clave la apertura de las grandes empresas y sus instituciones a los valores patrimoniales más allá de los monumentos, pero no haciéndolos encajar en sus propios códigos y conceptos, sino que dispuestos a colaborar en la construcción de puentes para luego cruzar a la otra orilla. Después de todo, vivimos en el mismo país; y aunque a unos les vaya mejor que a otros, ¿qué problema puede haber en comer alrededor de la misma mesa y los mismos alimentos preparados por quienes saben hacerlo?

Las personas son el centro en todo este proceso. El reconocimiento de este lunes 7 apunta en esa dirección. Los cambios no caen del cielo, sino que brotan desde la tierra, desde las raíces, crecen desde abajo rompiendo la gravedad. Y el presidente Boric lo refrendó:

Este patrimonio inmaterial que hoy estamos reconociendo nos constituye, nos da sentido, nos permite tener raíces en el pasado, entender que no partimos de cero y, también, nos muestra un camino hacia delante, un camino hacia el futuro, que es de encuentro, que es de colaboración, que es de diversidades, que es de hermandad.

Siete comunidades de expresiones patrimoniales fueron reconocidas: 1) bailes devocionales de la Oficina Salitrera Pedro de Valdivia (Región de Antofagasta); 2) portadores del anda de la Fiesta de la Virgen de La Merced de Isla de Maipo (Región Metropolitana); 3) la crianza caprina pastoril del río Choapa en Salamanca (Región de Coquimbo); 4) las técnicas y saberes asociados a la cestería de coirón y chupón de Hualqui, 5) la carpintería de ribera del Boca Lebu, 6) la representación del imaginario rural a través de los bordados de las mujeres de Copiulemu, 7) y los saberes y prácticas de la comunidad de Caleta Tumbes, asociados al rito fúnebre ante la desaparición de pescadores en el mar; las cuatro últimas, de la Región del Biobío.

También, seis Tesoros Humanos Vivos, propuestos por sus propios pares en homenaje y cariño a su maestría, experiencia y entrega con los suyos: 1) José Eduardo Huerta Serrano, constructor y reparador de ruedas de agua de Larmahue (Región de O’Higgins); 2) Luis Alberto Martínez, Humberto José Miguel González Ramírez (QEPD) y María Cristina Escobar, de la generación emblemática o «Viejos Craks» de la música de la bohemia tradicional de Valparaíso; 3) un grupo de 8 tejueleros artesanales (Región de Aysén); 4) los cantores a lo poeta José Manuel Gallardo Reyes, Juan Domingo Pérez Ibarra (ambos de la Región Metropolitana), Juan Andrés Correa Orellana, Gilberto Acevedo González y Santiago Varas Yáñez (QEPD), estos últimos de la Región de O’Higgins; 5) once antiguos músicos de las bandas bronce de Arica y Parinacota de las festividades devocionales de las Sociedades de Morenos de Paso, y 6) 49 alfareras y alfareros de Quinchamalí y Santa Cruz de Cuca, en Chillán, Región de Ñuble, quienes postulan su alfarería a la Lista de Salvaguardia Urgente de la Unesco.

Rosa Labraña, habitante de Caleta Tumbes de Talcahuano, en su discurso de presentación, manifestó que «cultivar nuestros saberes nos hace humildes ante la inmensidad del universo. Nos reconocemos como un proyecto inacabado, que pone en evidencia nuestras propias realidades y nos compromete en la búsqueda, incansablemente, del fortalecimiento de nuestras tradiciones, para transcender en comunión con un sentimiento profundo de identidad». Y de esto se trata, de saber vivir unos con otros; es así como trascenderemos, aquí y ahora. Y el presidente no pasó por alto estas palabras, porque «a través de ellas, también, y de lo que tú haces, se expresan tu hermano y tu hijo de alguna manera». Solo así podemos entender y vivir lo que es la Patria, con mayúscula, porque la patria está en las personas, y los símbolos y emblemas son el pórtico mental a esos territorios consagrados, a esos templos geográficos del espíritu donde se cultiva el alimento que nos hace humanos.

Frente a la pregunta de qué entendemos por patrimonio cultural inmaterial, el cantor a lo poeta Juan Domingo Pérez Ibarra, de Santa Rita de Pirque, respondió esto delante de las autoridades y compañeros que serían reconocidos:

Patrimonio inmaterial
siempre es la naturaleza
de un pueblo con fortaleza
que navega en su caudal.
Si el Estado es nuestro aval
para ser navegadores,
abriremos los amores
con el propio testimonio
de que en Chile el patrimonio
necesita más cultores.

Nadie ama lo que no conoce. Nadie cuida lo que no ama. Y nadie puede amar si no se deja asombrar primero, y muchas veces con dolor, ante lo que somos y hemos sido luchando por la vida. Y la tarea no es fácil, porque adquirir esta conciencia exige un esfuerzo de cada uno, y tenemos que hacerlo, porque de esto depende nuestra felicidad también, una dignidad que se conquista día a día los unos con los otros. Y así se lo encomendó el presidente a la ministra Julieta Brodsky Hernández y a la subsecretaria Carolina Pérez Dattari:

(…) le pido, ministra; le pido, subsecretaria, que realcemos y que contemos en todo Chile lo que hacen en Caleta Tumbes; que en todo Chile conozcan esas ruedas de agua (…) Que la gente de Magallanes conozca el arte de Quinchamalí; que en Aysén conozcan a los crianceros de la Cuarta Región; que sea público y notorio todo esto que hacen (…).

«Público y notorio». Que sea de todos y que no se olvide. La señal ya se dio. Tras estos reconocimientos, lo que viene es fortalecer lazos, construir puentes, escuchar a nuestros mayores, y actuar con arrojo, ingenio y sabiduría. Y a la vez, cuidar a quienes nos heredaron todo lo que son, que es la riqueza que jamás debemos desechar, menospreciar, folclorizar ni denigrar con la indiferencia de lo pintoresco. En esta materia humana que llamamos patrimonio, ahí precisamente fluye la energía que requieren los cambios, y que —como subrayó el presidente Gabriel Boric Font— «permiten que Chile siga siendo Chile».