El fuerte crecimiento de mayores de 50 en la universidad exige un modelo inclusivo y flexible que promueva el aprendizaje intergeneracional y el desarrollo social.
Por Samuel Erices.- El Observatorio del Envejecimiento UC-Confuturo señala que, entre 2013 y 2024, la matrícula de personas mayores de 50 años en educación superior aumentó un 157 %, pasando de 10.494 a 26.952 estudiantes. De ese total, un 42,3 % cursa estudios en institutos profesionales y un 27,9 % en universidades privadas.
Avanzar hacia un modelo de aprendizaje a lo largo de la vida exige programas más flexibles, becas diseñadas para este grupo, modalidades híbridas y planes de estudio inclusivos. Hoy, las universidades no solo forman a jóvenes; deben reconocer que la curiosidad y la capacidad de aprender acompañan a las personas toda la vida.
Integrar plenamente a las personas mayores en la educación superior constituye una estrategia clave para el desarrollo social, cultural y económico de un país que envejece aceleradamente. Proyectar un futuro sostenible resulta inviable si se mantiene la idea de que la universidad es un espacio exclusivo de las primeras etapas de la adultez.
Más que mirar al futuro, es urgente atender al presente. La educación superior tiene la responsabilidad de acompañar a quienes, en etapas avanzadas de su vida, siguen buscando aprender y aportar. Reconocer su dignidad y valorar sus experiencias transforma a la universidad en un espacio de encuentro intergeneracional, donde la memoria y la innovación se combinan para enriquecer la vida académica y social.
Un campo fundamental es repensar la docencia, desplegar estrategias de apoyo específicas y asumir que la diversidad etaria es una dimensión esencial de la inclusión. La presencia de personas mayores en las aulas no solo abre oportunidades personales, sino que también amplía la riqueza de las discusiones y suma perspectivas históricas al debate académico.
Abrir la universidad a las personas mayores no es un gesto simbólico, sino una apuesta transformadora: redefinir la relación entre envejecimiento, conocimiento y ciudadanía. Comprender que el aprendizaje a lo largo de la vida fortalece la democracia, impulsa la economía y enriquece la cultura es el primer paso para construir una sociedad que reconoce el valor de todas sus generaciones y proyecta un futuro compartido, sin exclusiones.
Samuel Erices es académico de la carrera de Trabajo Social de la U.Central