Por Max Oñate Brandstetter[1].- «Tendría que pasar un evento telúrico para que gane el apruebo» (Pepe Auth). Los procesos electorales –como otros eventos políticos- están sujetos a complejos escenarios de desinformación, de manipulación, de atentados de falsa bandera, como el caso de la ETA de 2004, que significó la caída del PP y el ingreso del PSOE a la administración pública[2], por citar un ejemplo, donde cambia la aguja del apoyo electoral a partir de una coyuntura.
La crisis institucional en su expresión más aguda comenzó a instalarse durante el gobierno de Piñera (2019) y fue disminuyendo en la medida que se instalaba la crisis sanitaria, aunque esa crisis no se ha detenido en su totalidad, no solamente por “la falta de cambios”, sino por mantener una herida abierta en democracia (y ocurrida en democracia) sobre justicia y reparación.
Pretender hacer triunfar la tesis del orden público a través del monopolio legítimo de la violencia no es una buena idea para resolver la crisis institucional. Puede mitigar, desestimular, neutralizar temporalmente las cosas, pero la crisis como tal no se extingue.
Si ganara la opción rechazo, sería en función de la tesis del orden público, pero ello nos lleva a pensar, inevitablemente, que la crisis se piensa en esquema unipersonal del presidente de turno en un periodo en específico, pero la crisis institucional contra los partidos lleva demasiado tiempo como para caer en reduccionismos.
Este hecho moverá la aguja de los apoyos electorales, pero la pregunta es: ¿Hacia dónde?
Se tensionarán las relaciones dentro del mundo de “Apruebo Dignidad”, pero se tensionará en las calles, en los propios electores e inevitablemente, dentro de la participación electoral.
La “transversalidad del rechazo” saca sus cuentas en función de que la fidelidad electoral de las personas no derechistas -¿Des derechizar el rechazo?- que adhieren a la campaña fuera íntegra, pero la derrota del centro liberal-socialista es una evidencia que nos muestra la relación de caudillos políticos-electores como una relación totalmente rota.
La identidad colectiva de la “transversalidad”, instala la idea del triunfo del rechazo (derecha + independientes + mitad de la concertación), amparados en un acierto en lo nominal, pero que no contempla el quiebre de la relación de representantes y electores, como ha quedado de manifiesto.
La campaña del apruebo, en lo comunicacional, ha quedado expresada como la “defensa irrestricta de un resultado que solo le gusta a la extrema izquierda”, a pesar de que la propuesta constitucional fue redactada y aprobada por sobre la regla de los 2/3, teniendo en promedio un 80% de transversalidad de los acuerdos que se contienen en el documento final. Este relato se sostiene en la fuga de apoyos concertacionistas, que han pasado a respaldar a la opción de la derecha, confiando en que se trasladan con ello, la totalidad de sus electores.
Conclusión final
Sostengo que el quiebre de la relación entre “representantes” y electores es el antecedente del triunfo electoral a la opción Apruebo, aunque la detención de Llaitul generará un “movimiento telúrico” en las calles y en el comportamiento de la sociedad civil, a menos de dos semanas del plebiscito sobre una nueva constitución.
Tomando esto en cuenta, mis percepciones sobre el resultado son: Apruebo, oscilará entre el 60-70%, como la opción Rechazo oscilará entre el 30-40%, aunque esto está sujeto no a una “realidad” estancada y fija en un momento, sino al dinamismo político, que de todas formas es impreciso definir.
[1] El autor es Cientista Político, licenciado de la Universidad Academia Humanismo Cristiano.
[2] https://elpais.com/politica/2019/03/10/actualidad/1552221291_945279.html
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