Por Silvio Cuneo.- No es primera vez que ante una segunda vuelta electoral los candidatos parecen mimetizarse ante un enemigo común: la delincuencia que no nos deja en paz. Abundan, en los discursos de los dos finalistas, menciones al narcotráfico y promesas de poder volver a caminar tranquilos por las calles.
Claramente notoria ha sido la incorporación de un discurso de ley y orden en Boric. Kast, por su parte, habla permanentemente de delito y mano dura en sus franjas televisivas, donde propone detener a personas en lugares distintos a una cárcel. Las estrategias no difieren de lo que fueron los discursos punitivos de Lagos y Lavín en su momento y, si escarbamos un poco más en las raíces de estas alocuciones, podemos llegar a personajes como Nixon o Reagan que hicieron de la “Guerra contra las Drogas” el corazón de sus promesas electorales.
Tanto en el caso estadounidense como en la realidad criolla se trata de un discurso falaz que descansa en la falsa premisa de que el mayor punitivismo se traduce en una significativa disminución del crimen. Si, más allá de la pura verborrea política, miramos datos sobre los efectos que generó la “Guerra contra las Drogas”, encontraremos consecuencias muy distintas de las prometidas. En Estados Unidos, por ejemplo, significó la principal causa inmediata del encarcelamiento masivo. El reconocimiento belicista de esta política pública supone el desconocimiento de la condición de ciudadanos para los enemigos del poder.
En Estados Unidos, las redadas para el control de droga no se desarrollaron ni en las universidades ni en los centros financieros de las grandes ciudades. El campo de batalla de esta guerra fueron los barrios pobres habitados principalmente por afroamericanos. De ahí que los dos millones de presos hayan sido en su mayoría afroamericanos. Las mujeres, que hasta entonces raramente fueron encarceladas y pese a no tener más que un rol menor y sustituible en la cadena del tráfico, comenzaron a sufrir el encarcelamiento y los principales afectados fueron sus hijos e hijas abandonados a su suerte. Así, aunque prometieron algo distinto, la mencionada guerra terminó encarcelando a drogodependientes y a los eslabones finales de la cadena del tráfico, sin lograr disminuir ni el tráfico ni la violencia.
El discurso punitivista, sin analizar el problema en su complejidad, simplifica el mundo entre potenciales víctimas y delincuentes. El estereotipo de delincuente es el enemigo que perturba nuestra paz. De ahí que su exclusión de la vida social aparezca como necesaria para la sociedad, además de ser un discurso que genera grandes réditos electorales.
Silvio Cuneo es, Doctor en Derecho y académico de la Universidad Central.
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