Por Gonzalo Martner.- Hasta hace unos 11 mil años,antes de la sedentarización humana, las mujeres tuvieron un rol social, económico y simbólico integrado con el de los hombres, incluso en la caza mayor (practicada en grupos colaborativos) o en el primer arte en las cavernas, según han establecido diversos estudios recientes, en una relación en la que se compartía el trabajo (en una economía de extracción no depredadora), el alimento, los ritos y el arte. Los nacimientos podían espaciarse por cuatro años, por la lacntancia prolongada, como subraya Claudine Cohen. Más tarde hicieron su aparición -con la sedentarización y luego que los grupos del orden de 30 miembros se federaran en comunidades mayores y apareciera la capacidad de formar reservas- las jerarquías sociales, económicas y religiosas y se privatizaron y oligarquizaron buena parte de los medios de subsistencia. En ese proceso, el dominio masculino sobre las mujeres se generalizó y la división del trabajo por género se hizo parte de la mayoría de las culturas, mientras la evidencia arqueológica muestra el aumento de las violencias contra las mujeres.
La desigualdad de género, imbricada con la desigualdad social, es así una construcción social que ha sido combatida por mujeres y también por hombres con mayor o menor éxito a lo largo de la historia. Hitos han sido los de Olympe de Gouges y su Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana que la revolución francesa no recogió, de la nacida esclava Sojourner Truth que por primera vez reclamó la igualdad desde un tribunal en Estados Unidos, de las luchas de Flora Tristán, para quien “el nivel de civilización a que han llegado diversas sociedades humanas está en proporción a la independencia de que gozan las mujeres”, de Clara Zetkin y Emma Goldman, de Virginia Woolf, de Teresa Flores, la primera mujer que dirigió la Federación Obrera de Chile, de Elena Caffarena que bregó con éxito por el derecho a voto de la mujer en nuestro país, entre las precursoras. Lo fueron también los movimientos anarquistas y socialistas como sus impulsores políticos iniciales, (sobre la relación entre Marx y el feminismo, ver el brillante ensayo de Laura Fernández Cordero en Feminismos una revolución que Marx no se pierde.
Entre las figuras emblemáticas de esas luchas iniciales se cuenta a Rosa Luxemburgo que, manifestándose “orgullosa de llamarse feminista” y postulando que “quien es feminista y no es de izquierda, carece de estrategia” y “quien es de izquierda y no es feminista, carece de profundidad”, decidió sentarse en la mesa de los hombres con brillo intelectual y arrojo excepcionales, hasta su asesinato dirigiendo una insurrección. Y también se cuenta al admirable líder anarquista Buenaventura Durruti, muerto en la guerra civil española, cuyo testimonio de conducta fue recogido por Enzensberger del siguiente modo: “A principios de 1936 Durruti vivía justo al lado de mi casa, en un pequeño piso en el barrio de Sans. Los empresarios lo habían puesto en la lista negra. No encontraba trabajo en ninguna parte. Su compañera Émilienne trabajaba como acomodadora en un cine para mantener a la familia. Una tarde fuimos a visitarle y lo encontramos en la cocina. Llevaba un delantal, fregaba los platos y preparaba la cena para su hijita Colette y su mujer. El amigo con quien había ido trató de bromear: ‘Pero oye, Durruti, ésos son trabajos femeninos’. Durruti le contestó rudamente: ‘Toma este ejemplo: cuando mi mujer va a trabajar yo limpio la casa, hago las camas y preparo la comida. Además, baño a la niña y la visto. Si crees que un anarquista tiene que estar metido en un bar o un café mientras su mujer trabaja, quiere decir que no has comprendido nada’. A él no le importaba; no conocía el machismo y no se sentía herido en su orgullo al hacer las labores domésticas. Al día siguiente tomaba la pistola y se echaba a la calle para enfrentarse a un mundo de represión social. Lo hacía con la misma naturalidad con que la noche anterior había cambiado los pañales a su hijita Colette”.
Aunque los hombres debemos mantener la conciencia de que pertenecemos a una cultura contemporánea que, al mantener aún la diferenciación de los roles de género en detrimento de las mujeres, nos da una posición de privilegio, los que abrazamos las causas igualitarias también podemos sostener con legitimidad que adherimos al feminismo. La adhesión al objetivo del igualitarismo político de crear “una sociedad libre de dominación”, en la expresión de Michael Walzer, y al principio de la libertad como no dominación, formulado por Philip Pettit, lleva directamente al feminismo. Este autor define la dominación como estar “a merced de otros, debiendo vivir de una manera que deja vulnerable a algún daño que el otro está en una posición arbitraria de imponer” y cuando “se está sujeto a la influencia arbitraria y sujeto a la voluntad potencialmente caprichosa o el potencial juicio idiosincrático de otro”. Esta es enteramente aplicable a la relación patriarcal hombres-mujeres y al triángulo hegemónico específicamente latinoamericano entre el capital, el patriarcado y la herencia cultural colonial.
Se puede entender por feminismo en lo principal, aunque existen variadas definiciones, terminar con la dominación del género masculino por sobre el femenino en todas las esferas de la vida de la sociedad. Esto supone que no debe existir, en primer lugar, diferencia entre hombres y mujeres en su posición social respectiva y en el acceso a derechos civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales. Y que deben existir derechos sexuales y reproductivos reconocidos por la sociedad, pues las mujeres deben poder tomar decisiones sobre su propia vida y la maternidad con la máxima libertad, confianza y seguridad posibles, con una prevención y un castigo efectivos a la violencia de género, lo que requiere remover los obstáculos a su autonomía y capacidad de autodeterminación e impedir que sean relegadas a roles de cuidado o subalternos en la familia o la actividad política, social y económica o permanezcan en la indefensión en situaciones de violencia o asimetría de poder.
Un nuevo orden político y social republicano, basado en las libertades y la no dominación, requiere, además de proponerse terminar con los privilegios y asimetrías de poder de clase, raza y posición social, establecer el objetivo de la emancipación de la mujer del sistema patriarcal de subordinación e interdicciones sobre su vida y su cuerpo. Se debe afianzar la autonomía económica, la paridad de representación en los órganos públicos, en los directorios privados y en todas las organizaciones formales de la sociedad. Y supone tal vez lo más dificil: generalizar una cultura de la exigencia mutua entre géneros de igualdad de trato, respeto y consideración en todas las actividades de la vida, aunque esté inevitablemente cruzada por las pulsiones de vida -Eros- y también las de muerte -Tánatos- (hacia la propia persona) y destrucción (hacia afuera), que se oponen y combinan en la condición humana, siguiendo a Freud, pero que el esfuerzo civilizatorio en las instituciones y la cultura debe enmarcar hacia la no violencia y la no dominación.
Una agenda de autonomía económica de las mujeres debe incluir en Chile al menos: a) igualar las remuneraciones por el mismo trabajo y las oportunidades de acceso a él en todos los campos; b) socializar buena parte del cuidado infantil (mediante más guarderías de empresa y territoriales, escuelas con horarios extendidos y nuevos servicios públicos y comunitarios de cuidado a domicilio), extendiendo también los mecanismos de cuidado a las personas de mayor edad; c) remunerar al menos parte del trabajo doméstico y de cuidado al interior del hogar (ampliando, por ejemplo, sustancialmente el subsidio familiar hoy existente); d) extender la pensión básica como derecho incondicional y universal, habida cuenta de la menor participación de las mujeres en el trabajo formal y en las pensiones contributivas y e) establecer una red territorial de acogida a las mujeres víctimas de violencia y a sus hijos (de una magnitud por ejemplo comparable a las 173 residencias para 12,5 mil personas que se han habilitado para el COVID-19) y sostener su acompañamiento y protección.
El nuevo orden constitucional deberá garantizar los derechos de las mujeres y la paridad en todas las actividades, mientras las futuras políticas de autonomía deberán adquirir una clara urgencia para avanzar sin más dilaciones en la superación de la subordinación inaceptable de las mujeres en la sociedad chilena.
Gonzalo Martner es economista y Director del Magíster en Gerencia y Políticas Públicas de la Universidad de Santiago de Chile.
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