Por Carlos Cantero[1].- Cuando te preguntes por quién doblan las campanas, muy probablemente doblan por ti, por tu familia, ciudad, país y la humanidad toda. En 1624, el poeta metafísico John Donne, publicaba una serie de reflexiones, reunidas en su libro: “Meditaciones en tiempos de crisis”. El nombre lo dice todo. En 1940, Ernest Hemingway, escritor y corresponsal de guerra, fuertemente influido por los horrores de la guerra civil española y cuando nuevamente se desataba la tragedia de la Segunda Guerra Mundial (s. XX), publicó la novela “Por quién doblan las campanas”.
Uno de los magistrales párrafos en la obra de Donne (que inspiró a Hemingway) comienza de la siguiente manera: “Quizá aquél por el que doblan esas campanas está tan enfermo que no sabe que doblan por él; y quizá yo creo que me encuentro mucho mejor de lo que estoy, de manera que los que me rodean y ven mi estado han hecho que doblen por mí, y yo no lo sé”. Me hace coherencia con la pandemética, esa pandemia de degradación ética, que como un mal nos aqueja.
Mis reflexiones actuales tienen sincronía con los eventos de los siglos XVI al XVIII: el término de la Edad Media, el debilitamiento del enfoque teocéntrico y la primacía del clero, la apertura hacia las ciencias, los avances en la navegación, el expansionismo territorial consecuente, la preeminencia de Europa y su colonialismo, la emergencia de la edad moderna, el cambio en la estructura del trabajo y los gremios, el nacimiento de la monarquía constitucional, el parlamentarismo que dio lugar a la democracia, las migraciones campo ciudad, hacia los burgos en torno a castillos y ciudadelas fortificadas, el nacimiento de la burguesía por el comercio y el ejercicio de oficios y profesiones, la emergencia de la sociedad de masas, entre otros eventos relevantes que aún nos alcanzan.
Donne, en la meditación XVII de su libro, bajo el título “Devociones en ocasiones emergentes”, escribió un párrafo magistral: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la masa. Si el mar se lleva un terrón, toda Europa queda disminuida, tanto como si fuera un promontorio, o la casa señorial de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”.
Me parece increíble la vigencia, resiliencia, pertinencia y aplicabilidad de estas palabras en los tiempos que corren. Su coherencia y sentido práctico con el Principio Monista que señala: “Todos somos uno. Y, uno es todo”. El enfoque sistémico-relacional de ese pensamiento, que cobra plena vigencia frente al exacerbado materialismo, el individualismo ego-ista, el desdén eco-lógico, la negligente crisis climática, las masivas migraciones forzadas, la crisis valórica, el debilitamiento de la gobernanza, un neo-barbarismo en un sector de la juventud, el predominio de la narco-cultura y sus atrocidades, el belicismo, la ineptitud del multilateralismo global (NNUU, OEA, etc.).
Cuando algunos se complacen de que al gobierno le vaya mal y otros se alegran de que esto le ocurra a las empresas, a las organizaciones, a la política, la economía, la cultura, a la institucionalidad, no están concientes de que todo nos afecta. Nos impacta la degradación ética, nos afectan tanto las grandezas como las miserias de nuestro entorno y de la humanidad. Me viene a la cabeza la reflexión del desdén y banalidad que nos embarga como sociedad. La ingenua estupidez de quienes preguntan: ¿Por quién doblan las campanas?
[1] Carlos Cantero Ojeda. Geógrafo, Master y Doctor en Sociología. Académico, conferencista y pensador chileno. Es autor de diversos libros en los que estudia la Sociedad Digital y la Gestión del Conocimiento. Fue Alcalde, Diputado, Senador y Vicepresidente del Senado de Chile. Su comunicación a: ciudadanocantero@gmail.com
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