Por Patricio Hales.- Dibujo en la villa de Faro, Portugal. Mi ojo descubre mezclas culturales. Tejas romanas, mosaicos árabes, balaustradas renacentistas y curvas barrocas, bajo el sol incansable cerca de Gibraltar. Aquí ancló Colón volviendo de “sus” Indias en 1493.
No veo UN orden en esta arquitectura. Mi croquis muestra construcciones de migraciones que marcaron la identidad riquísima de los portugueses; una arquitectura que integra ojos moros, un idioma que es casi latín, fados de Amalia, bacalao báltico y sangre de esclavos africanos convertidos al catolicismo.
Quizás en Chile, un día, no nos extrañará que el haitiano cuidador de autos hable francés y creole; los colombianos curarán nuestra pobreza vocabularia y diferenciaremos entre “se cayó”, “se volteó” o se “tumbó”, y la señora pituca dejará de repetir cachai porque por fin aprendió a hablar el buen castellano de su cocinera peruana.
Mire en mi dibujo las arquitecturas pegoteadas que después se fundieron en un carácter nuevo, propio, portugués, que reconoce sus migraciones y da frutos en su gente, más allá de lo que puede mostrar mi mano. Lo que no sé del Portugal de hoy es cómo integra la inmigración de la arquitectura Mac Donald.
Me esperanzo de que, en Chile, nuestros nietos podrán decir bonjour como el que cuida autos, seremos amables diciendo mi amor, con la inocencia que lo dice la mesera venezolana y, quizás, mi amor pase a ser un modismo chileno.
(Croquis de Patricio Hales)
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