Por Álvaro Ramis.- Nada es más político que el amor. Esta idea, que parece contraintuitiva, es la que nos recordó hace unos días la presidenta de la Convención Constitucional, Elisa Loncón: “Llamo a las y los convencionales a hablar desde el poyewvn, el amor”. En mapuzugún, como en todas las lenguas, el amor se dice de muchas maneras. La primera forma de decirlo, en la lengua de la tierra, es con la palabra ayün, que lo entiende de una forma distinta a lo que llamaríamos en castellano “querer”. No es el cariño o el aprecio, no es un afecto propiamente tal. Ayün refiere a la palabra ayon, brillante, y Alon alumbrar. Gustar o querer se expresa en cambio con el término ayin. El amor ayün es la revelación luminosa de la belleza. Es la iluminación que acontece. Es el momento en que la luz hace que brille lo que estaba oculto en lo cotidiano, y no tenía el resplandor que se descubre en el instante de lo inusual. Sugiere una reminiscencia de la noción griega de aletheia, que apunta a la verdad develada, des-ocultada en el momento en que expresa la naturaleza de su propio ser.
Lo que la presidenta de la Convención Constitucional quiso enseñarnos no fue el amor, ayün, sino una segunda forma de decir amor: “Desde pequeña me enseñaron el poyewvn, hablar desde el poyewvn. Eso significa hablar desde la sinceridad, desde el no disfrazar la postura sino decirla claramente y con respeto”. Esta forma de amor, por lo tanto, no es el amor ayin, del querer o estimar. Tampoco es el amor ayün, el amor que revela el sentido brillante de la realidad y nos enamora en su resplandecer.
¿A qué amor se refiere la presidenta Loncón? Consultando con colegas, puedo entender que el amor poyewvn se puede asimilar a lo que los griegos llamaron amor agapē. Recordemos que Grecia reconocía varios tipos de amor. Al menos´, podían diferenciar entre eros (amor erótico o de pareja), storgé (amor de amistad o compañerismo), philia (amor filial entre padres e hijos, o en la familia ampliada); y agapē, que es un tipo de amor más universal, en cierta forma el amor a los extraños, a la humanidad. Es, por lo tanto, un amor que impone deberes, es un amor espiritual y profundo cuya prioridad es el bienestar general. Es por eso un amor reciprocante: se ama en amor agapē, porque se sabe que ese amor se devolverá acrecentado, en forma de bienestar y armonía social. Del poyewun nace una acción, el poyechen nguen, el humanitarismo, la benevolencia, la filantropía como donación gratuita al común de la humanidad. Por eso el amor poyewn es al amor de la gente poyekechi, bondadosa en justicia, o justicieramente bondadosa; poyewitrann nguen, hospitalaria, acogedora.
El amor poyewvn se parece al amor agapē porque es la sinceridad necesaria para tejer relaciones armoniosas, en el respeto y la igual dignidad. Es el coraje de hablar con autenticidad, porque en esa palabra directa y respetuosa se juega el reconocimiento recíproco. Por eso no hay oposición entre un amor sensible, cuidadoso y amable, y un lenguaje justo, que dice lo que es necesario expresar.
El agapē se vivencia de forma plena en la comensalidad. Compartir la mesa es la forma justa de compartir el pan. De allí la idea del compañerismo, que solo se puede vivir en el pan com-partido, distribuido entre iguales-distintos, que comen en la misma mesa, la misma ración. De igual forma, el amor poyewvn, nos recordó la presidenta Loncón, es el fundamento de toda relacionalidad basada en el buen vivir: “La verdad es que yo, sentándome aquí en este hemiciclo como presidenta de esta Convención, llamo a todos los convencionales a hablar desde ese amor. Somos seres humanos, tenemos los mismos derechos y con ese amor yo creo que vamos a aceptar que seamos diferentes, porque no somos iguales. Porque hay identidades diferentes en todas las casas».
Por medio de categorías contemporáneas, Toni Negri y Michel Hardt lo dicen de otra forma, pero con el mismo horizonte: “En tanto que motor de asociación el amor es la potencia del común en un doble sentido: tanto la potencia que el común ejerce, como la potencia de construir el común. Así pues es también el movimiento hacia la libertad en el que la composición de las singularidades conduce no a la unidad o a la identidad sino a la autonomía creciente de todos cuantos participan igualmente de la red de comunicación y cooperación”. Amor poyewn es amor agapē, amor como potencia del común, amor como autonomía en las redes de la libertad creativa. O, al contrario, como dicen Negri y Hardt: “El mal es la corrupción del amor, que crea un obstáculo para el amor, o para decir lo mismo desplazando el centro de importancia, el mal es la corrupción del común que bloquea su producción y su productividad”.
Creo que estas relaciones conceptuales ayudan y hacen posible profundizar en lo que Elisa Loncón declaró con solemnidad al inicio de la construcción del nuevo acuerdo constitucional de Chile: «Quiero poner el énfasis en el poyewn, es el amor y es la base para poder entendernos, comprendernos, escucharnos. La invitación que hace mi pueblo y que siempre hicieron mientras yo crecía, mientras nosotros hemos sido agredidos, siempre me dijeron ‘el poyewn, hija’. Con el amor es posible vencer odio, es posible generar esperanza, es posible armar futuro…”.
Álvaro Ramis es rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano