Si la Subsecretaría de Prevención del Delito pretende -algún día- honrar y cumplir con la tarea que su nombre promete, debe reformularse por completo, con audacia y determinación, afirma el Observatorio Político Señal Ética.
Por Equipo del Observatorio Político Señal ética.- “Prevenir, para no lamentar”, es una frase muy antigua. Nos la repetían muchas veces nuestros padres y abuelos, y tiene todo el sentido.
Pero, cuando hablamos de prevenir delitos, ya los chilenos esperamos otra cosa y no el mismo eterno marasmo, casi netamente narrativo e incapaz de impedir asaltos, sangre y muerte cada día y cada noche en el país.
La emergencia delictual no da para más y se requieren cambios radicales y estructurales.
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Hace unos años, durante la segunda administración de Sebastián Piñera, surgió una especie de broma macabra al interior del Palacio de Gobierno cuando un grupo de sus propios colegas comenzó a tildar, entre risas, a Katherine Martorell como la “subsecretaria de Constatación del Delito”, por los escasos logros de su equipo en su propósito esencial ante el aumento de la criminalidad.
Más allá del cruel chiste proveniente de alguna cabeza adepta al humor negro, dicho apodo no era más que la fiel confirmación de que las estadísticas solían ir progresivamente en contra.
Cada vocería se comenzó a transformar más en un conteo de muertos que en una muestra de casos de éxito en cuanto a prevenir delitos y el nombre de esa subsecretaría empezó a sonar, incluso, tristemente ridículo. Por desgracia, lejos de mejorar, la situación ha empeorado… y bastante.
Y es que, muy a pesar de los frecuentes e infructuosos aggiornamentos comunicacionales de la autoridad, las cifras son dramáticas por lo elocuentes: apenas en el primer trimestre de este 2024 la Fiscalía Nacional reportó más de 1200 víctimas de homicidios consumados y frustrados, vale decir, cerca de 400 casos por mes y -si somos más precisos- más de 13 agresiones con intención de asesinar por día con un promedio de 12,3 crímenes ejecutados.
Con tales cifras, la actual repartición encabezada por Eduardo Vergara no es más que un fútil y desgastado conato, destinado a un fracaso y un dolor que sufrimos todos.
Si la Subsecretaría de Prevención del Delito pretende -algún día- honrar y cumplir con la tarea que su nombre promete, debe reformularse por completo, con audacia y determinación.
El concepto y la acción de la prevención del delito no puede seguir apuntando solo al corto plazo: eso es derrota segura y las evidencias abundan.
Viendo esta labor como una responsabilidad ética del Estado para con la ciudadanía, se requiere un servicio potente, de brazos largos, mirada amplia y alcance profundo, de gruesas y transversales vinculaciones con la Defensoría de la Niñez y los ministerios de la Mujer, Educación, Salud, Deporte, Cultura, Economía, Ciencia y Justicia.
Eso, junto a otros estamentos públicos y privados que permitan -efectivamente- prevenir ilícitos para no seguir constatando y lamentando fallecimientos, anunciando querellas para que “a los responsables les caiga todo el peso de la Ley”, como suele rezar el libreto oficial, a esta altura tan trillado y hasta ofensivo.
En un trabajo activo, mancomunado, permanente y multidisciplinario se deben conjugar distintas áreas de conocimiento para entrelazar experiencias.
Se hace imprescindible salir del escritorio e instalarse en la calle y en la vida real para intervenir barrios, poner foco en las familias más vulnerables, empatizar de verdad y 24/7 con ellas, no sólo en horarios de oficina; respirar sus dolores y oler sus esperanzas; prever situaciones de riesgo y anticipar escenarios.
Todo lo anterior, sumado al recate de la dignidad y el fortalecimiento en la población indefensa de su salud física, espiritual, financiera, moral y mental. En la precariedad de esta última radica en gran medida la destructiva victoria del narcotráfico y de ello el mundo entero es testigo doliente.
Hay que otear el horizonte desde hoy para cuidar el mañana.
Ya no se trata, únicamente, de evitar que un adolescente de 14 años cometa un delito al día siguiente; se trata de evitar que un niño de 10 ingrese al mundo del crimen a los 12. Para lo cotidiano, que persista en su esfuerzo la Subsecretaría del Interior junto a las policías y el Ministerio Público.
Prevenir el delito es, éticamente, algo mucho más serio y urgente que la liviandad de visión y ponderación con que la clase política la ve hoy. Basta de sangre en las calles.