Por Miguel Mendoza Jorquera.- El debate público insiste en arrojarnos etiquetas como “comunachos”, “amarillos”, “socialistos”, “Chicago Boys”, “fachos pobres”, toda esa jungla como si fueran categorías científicas. Desde la academia, esa aburrida fábrica de definiciones, la socialdemocracia es menos épica y más ingeniería: Estado de bienestar robusto, economía de mercado regulada y acuerdos estables. Con esa vara, ¿quién calza mejor en 2025: Jeannette Jara o Evelyn Matthei?
PGU. La Pensión Garantizada Universal no nació en un poema sino en la Ley 21.419 (2022), bajo el gobierno de Sebastián Piñera, y luego fue ampliada por el gobierno siguiente. Es el giro social más potente de la década, con acta de nacimiento bien timbrada.
Jornada y familia. La reducción a 40 horas quedó aprobada como Ley 21.561 y se implementa gradualmente: 44h (2024), 42h (2026), 40h (2028). El postnatal parental se creó en 2011 (Ley 20.545). Sí: parte del “ADN social” reciente no vino de la izquierda clásica.
Pensiones 2025. Chile aprobó una reforma previsional mixta que incorpora un 7% adicional del empleador (sumado al SIS ≈ 8,5% total), mezclando seguro social con cuentas individuales. Receta socialdemócrata de manual: pilar solidario + mercado regulado + pacto transversal.
Si nos tomamos en serio las políticas, Jara opera como socialdemócrata perfecta: ayudó a fraguar pensiones mixtas y empujó la implementación de 40h en clave de gradualidad y acuerdos. Eso la pone justo en el centro socialdemócrata chileno —no por camiseta, sino por diseño institucional.
El problema de Jara no es la “policy”, es la sigla. El Partido Comunista chileno arrastra retórica anacrónica (anti–EE.UU., gramática de Guerra Fría) y desorden interno que inquieta al votante liberal de centro.
Aun así, conviene anotar: el gobierno donde Jara fue ministra no calcó la ortodoxia del PC. La reforma mixta y la gradualidad de 40h —más la continuidad de la PGU— son gramática de centro en los hechos.
Hay que ser muy claros. Este gobierno despilfarró políticamente capital y recursos, expandiendo compromisos permanentes con ingresos transitorios y dejando un déficit fiscal que no se corrige de la noche a la mañana. El ordenamiento fiscal no gana likes: a la izquierda en general no le gusta, prefiere más Estado y más impuestos —a veces sin mirar la base productiva ni el ciclo. En ese tablero, la identidad comunista de Jara le agrega un recargo de riesgo: por más que ella haya construido instituciones “mixtas” de manual socialdemócrata, su anclaje ideológico la deja en desventaja cuando la conversación pasa del bienestar a la cirugía macro.
Matthei tiene algo que en Chile se valora cuando las cuentas no cierran: equipo económico. En mayo presentó 40 economistas donde destacan Ignacio Briones, Felipe Larraín, Rodrigo Vergara, Vittorio Corbo y Cecilia Cifuentes, entre otros. Es, objetivamente, la delantera técnica del ciclo.
¿Hace falta? Sí. La deuda bruta consolidada (Gobierno Central + Banco Central) cerró 2024 en 50,8% del PIB; aunque la métrica consolidada no es igual a la del fisco “puro”, el mensaje es claro: la holgura se achicó y la disciplina importa. El “cuenta luego pagamos” llega a su fin.
Matthei es economista y —digámoslo con todas sus letras— neoliberal de tomo y lomo en ethos. Podrá dejar vigentes las leyes sociales aprobadas, pero su ventaja es aplicar el ajuste que tarde o temprano habrá que ejecutar. El peaje está en otra parte: memoria democrática. Cuando dijo que en los primeros años de la dictadura “era inevitable que hubiese muertos”, abrió un boquete ético con el votante exconcertacionista; luego pidió perdón, sí, pero la grieta ya fue tallada.
El mundo exConcertación vive una ironía antropológica:
¿Puede verse a exconcertacionistas cantando La Internacional con el puño en alto como “segundo himno” después del Nacional? No. Es hipérbole —pero revela el pánico cultural de un segmento que detecta en el PC un partido poco compatible con la democracia plural moderna.
Como enunciado doctrinario es exagerado; como inventario de medidas, se sostiene: PGU, postnatal y señales de jornada (la fallida “41 horas promedio” pro-flexibilidad) movieron el centro de gravedad hacia una protección social evaluable. La izquierda de gobierno, con Jara como ejecutora, compitió en ese terreno con pensiones mixtas y 40h. Resultado: socialdemocracia “a la chilena” —Estado benefactor y subsidiario, colaboración público–privada, y (¡sorpresa!) necesidad de una “economía macrosana”.
Veredicto (académico en la forma, brutal en el fondo)
Jara gana por diseño del bienestar: reforma previsional mixta, 40 horas y acuerdos. Si uno define socialdemocracia por instituciones, hoy Jara es la socialdemócrata perfecta.
Matthei gana por credibilidad macro: equipo económico robusto y capacidad de ajuste fiscal en un ciclo que lo va a exigir. Eso, para un centro liberal serio, no es detalle; es condición de posibilidad.
Empate técnico. Ser centro liberal y socialdemócrata en 2025 exige dos placas tectónicas a la vez:
Jara encarna mejor el método del bienestar; Matthei parece mejor preparada para la cirugía macro que viene. En un mundo globalizado y (todavía) neoliberal, el «verdadero centro» no es una moralina ni un eslogan; es gestión de trade-offs. Por eso, si busca un veredicto honesto y antipático: empate técnico. La elección ya no es izquierda versus derecha, sino qué combinación de bienestar más disciplina queremos, y quién puede ejecutarla sin titubear.
Miguel Mendoza Jorquera, Tecnólogo Médico MBA
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