Por Gonzalo Martner.- En estos días se viven recomposiciones políticas y de diversas organizaciones de la izquierda, hoy dispersa y fragmentada en medio de un escenario que cambió totalmente desde el 18/10. Pero se puede afirmar que la crítica de la izquierda al orden actual está bastante más reivindicada por los hechos históricos recientes: el modelo de democracia restringida y vetada y de mercado máximo/Estado mínimo colapsó en Chile.
Este es un colapso de su forma extrema nacida en dictadura y defendida hasta hoy en lo principal por la derecha, pero también en su forma morigerada defendida por la llamada «centroizquierda» que hizo de «necesidad virtud» al acomodarse a instituciones que no reflejan la voluntad social mayoritaria. Y que perdió en el camino, en el caso de la parte de la dirigencia política del fin de la dictadura y la transición (de la que nunca formé parte, por si acaso, incluso ocupando cargos de gobierno y partidarios, pues siempre hubo una intensa lucha política en la materia), la voluntad de cambiarlas. Y que terminó, además, acomodándose a un modelo económico que mantuvo en niveles inaceptables la concentración de la riqueza y de los ingresos, más allá de avances significativos en materia de condiciones de vida, de empleo y de ingresos que sería absurdo desdeñar. Pero estos avances no desmienten lo principal: persistieron, a pesar de los esfuerzos de muchos de nosotros, instituciones que no reflejan la soberanía popular y un funcionamiento económico altamente desigual, concentrador y ambientalmente depredador.
Soy de los que insiste en que hay que rediscutir -y reafirmar- lo específico de una opción de izquierda democrática: mantener vivas las ideas socialistas de emancipación de la sociedad de las estructuras de dominación de una minoría oligárquica sobre la mayoría y dar paso a un orden democrático socialmente justo, paritario y ecológicamente resiliente. Esto debe traducirse en una acción política de construcción desde la ciudadanía y sus movilizaciones de nuevas estructuras políticas, sociales y económicas que consagren el fin del dominio oligárquico. El horizonte debe ser avanzar a un bienestar colectivo social, territorial y ambientalmente sostenible, en el que cada cual sea tratado con igual dignidad, consideración y respeto. Y siempre con las reglas de la democracia.
Si eso está más o menos claro, entonces una reforzada identidad de izquierda podrá proponer ejes de respuesta a la demanda social por cambios a través de rediseños de instituciones y de políticas públicas y construyendo alianzas amplias, empezando por la reforma política urgente que Chile requiere. Ahí hay una secuencia de trabajo para:
a) Lograr una nueva constitución que garantice derechos, revitalice la representación y la deliberación combinada con democracia directa en diversas áreas y establezca el principio de que gobierna la mayoría y no la minoría, aunque esta tenga el derecho pleno a existir a procurar transformarse en mayoría;
b) Construir una nueva alternativa coherente de gobierno para 2022-26 que nazca de las convergencias en el proceso constituyente. Y que se proponga de manera consistente y realista diseñar y poner en práctica una desconcentración, diversificación y reconversión sostenible de la economía y una fuerte descentralización y profesionalización del Estado, junto a reforzar la capacidad regulatoria gubernamental. Esta debe hacer posible lograr una nueva distribución de los ingresos en la empresa (con salarios mínimos más altos y negociación colectiva efectiva), redistribuciones adicionales significativas a través del sistema de impuestos y transferencias -empezando por financiar una pensión básica universal y una asignación familiar sustancial que saque a los adultos mayores y a los niños de la pobreza- y una reconstrucción efectiva de los servicios públicos de atención de la infancia, educación, salud, pensiones y servicios urbanos articulada con los órganos descentralizados en cada territorio. Y una limitación de las tarifas de servicios básicos y del precio de los medicamentos impidiendo las utilidades indebidas.
¿Por qué no imaginar para alcanzar estos fines una coalición antioligárquica que vaya desde el Frente Amplio, el PC y los regionalistas y la Convergencia Progresista, invitando desde ahí a la DC no derechista y a todas las nuevas fuerzas autónomas e independientes emergentes que quieren avanzar a un país con grados básicos de decencia, de calidad de vida para todos y de democracia?
Hay quienes se imaginan e insistirán en cursos alternativistas que rompan con la «vieja política» y cualquier cosa que se parezca al pasado. Esto es recurrente y parte de los procesos políticos e intergeneracionales. Me permito recordar que eso es lo que postuló una parte de la generación de los años 60, que terminó articulándose con la izquierda constituida, aunque algunos que usaron tonos altos viraron finalmente a la derecha y a la defensa de los intereses de la gran empresa. Los tonos de la consistencia y de la coherencia en el tiempo son más recomendables, vista la experiencia histórica.
La pulsión refundacional mueve también hoy a una parte de la generación salida de las movilizaciones del 2011, la que en una década ha logrado bastante menos que sus promesas «porque no ha tenido la fuerza suficiente». Con eso su crítica destemplada a la izquierda que le antecedió, que evidentemente tampoco logró muchas de sus aspiraciones por «no tener la fuerza suficiente», va mostrando su falta de perspectiva. La tarea de transformación de la sociedad es larga y progresiva, y no solo una de momentos de paroxismo. Ni de mera voluntad de algunos líderes, sino de procesos sociales amplios y persistentes. El mesianismo en política siempre termina por caer por el propio peso de su falta de consistencia para lograr los objetivos que se propone y de capacidad para mantenerlos en el tiempo.
La política de izquierda y transformadora no es «vieja» o «nueva», es «buena» o «mala» para resolver los problemas de la mayoría social y, en esta coyuntura, para reconstruir democráticamente las bases de la República y terminar con el orden oligárquico renacido después de 1973 con la violencia que sabemos y que ha logrado persistir. Para abordar esa tarea colectiva será menester lograr nuevas síntesis y no nuevas divisiones nacidas de identidades y particularismos respetables pero inconducentes.