Por Roberto Fernández.- En un día como hoy, hace 47 años, Enrique Bacciarini Zorrilla, hermano de mi madre, fue cobardemente asesinado. Junto a otras seis personas fue sacado de su lugar de detención en San Antonio, llevado cerca de Tejas Verdes y obligado a bajar del vehículo en que los transportaban. Los obligaron a correr y los ametrallaron, seguramente por la espalda.
“Intento de fuga” fue la explicación oficial. Mentira macabra. El Kiko había sido detenido dos días después del golpe, en su casa y sin oponer resistencia. Sus hijas pequeñas lo vieron cuando fue llevado a pintar un muro cerca del lugar donde vivían. Lo habían torturado salvajemente… ¿arrancar, cuando apenas podía moverse?
Su hija mayor, mi prima de tan solo 16 años, había sido arrestada un poco antes del 11 de septiembre por haber leído en la radio un artículo de El Rebelde, una revista del MIR. Lo más probable es que haya sido utilizada como una especie de rehén para facilitar la detención de su padre.
Fue llevada al regimiento de Tejas Verdes, el que se transformó en campo de concentración bajo las órdenes de Manuel Contreras.
Las brutalidades y humillaciones que sufrió son inimaginables e inenarrables. También fue testigo de actos de una vileza sin límites. Su caso inspiró, según sus propias palabras, a don Andrés Aylwin, que la defendió legalmente, a involucrarse directa y totalmente en la defensa de los derechos humanos.
Los restos del Kiko le fueron entregados a su esposa en un cajón sellado, junto a las pocas pertenencias que tenía, envueltas en papel de diario manchado con sangre. De aquello fui testigo. Muchos años más tarde, el 2004, tuvo que reconocer los restos de su padre y después de eso pudimos enterrarlo dignamente.
Donde algunos ven épica, gloria, honor y valentía, yo solo veo abuso y cobardía.
Alguien podría decir que abrir el estómago de un detenido con un corvo, previamente torturado, y arrojarlo vivo al mar; matar a 307 jóvenes, muchos de ellos niños; dispararle 42 balazos a Víctor Jara, violar y asesinar a mujeres embarazadas, ¿son actos de justicia y coraje?
Se detuvo, torturó y asesinó a personas, en su gran mayoría desarmadas e indefensas, cuyo único delito fue creer que era posible construir un país más justo y solidario.
También es cierto que hubo opositores al gobierno de la Unidad Popular cuyas vidas fueron afectadas, sufrieron abusos y lo pasaron mal; pero absolutamente nada puede justificar las atrocidades cometidas durante la dictadura.
El debate sobre el gobierno de Salvados Allende es legítimo y sigue abierto. Aquí intento mirar esa historia desde la perspectiva de la ética y la dignidad humana.
En estas acciones participaron activa e impunemente civiles, incluidos miembros de este gobierno, ya sea en la represión, como en la gestión de gobierno durante los 17 años que duró dictadura. El apoyo de la derecha a Pinochet fue incondicional.
Este es el relato de lo que nosotros vivimos como familia, sin embargo hay miles de otras que sufrieron lo mismo o peor. Toda nuestra solidaridad con ellos, en especial con aquellas que aún esperan la aparición de los restos de sus seres queridos.
La herida que llevó mi madre en su alma sangró hasta el día de su muerte.
En lo personal, confrontado al eterno y universal dilema de sanar estas heridas, puedo afirmar con total convicción. ¿Olvidar? Jamás. ¿Perdonar? Tal vez, a los que se arrepientan explícita y creíblemente. ¿Justicia? Exigirla siempre.
Hoy, con la perspectiva del tiempo, se puede afirmar que nuestra derrota fue relativamente breve. Logramos ponernos de pie nuevamente, resistimos, con mucho dolor y esfuerzo, recuperamos la democracia. Pudimos mejorar la calidad de vida de millones de chilenos y recuperar derechos individuales y públicos inculcados durante la dictadura.
El estallido social demostró el agotamiento del modelo neoliberal que se nos impuso por la fuerza y la necesidad de cambios profundos en el país. La dictadura destruyó el tejido social y nos ha costado mucho reconstruirlo.
Hoy tenemos la oportunidad de escribir una nueva página de la historia de Chile. Por primera vez podremos participar colectivamente en la elaboración de una nueva Constitución y terminar definitivamente con la de Pinochet. De nosotros depende y en esto es fundamental, como la demostró la victoria del NO, la unidad de todos los sectores que están por el APRUEBO.
Creo que, si lo logramos, nuestros deudos podrán encontrar sentido a su sacrificio.
Para cerrar permítanme contar una historia real, la de un gran amigo mío.
Vivía y trabajaba en una ciudad del sur y siendo muy joven fue detenido para el golpe y sometido a torturas atroces.
Una vez libre, su padre y amigos de este lo invitaron a comer al Club Social de la localidad. En un momento uno de los comensales se levantó y le pidió que lo acompañara. Lo llevo a un salón contiguo y le señalo a un tipo totalmente borracho tendido sobre una mesa. “Mira”, le dijo, “ese es tu torturador … y todos los días es lo mismo”. En ese momento mi amigo comprendió quiénes habían sido definitivamente derrotados como seres humanos y quiénes habían vencido.
Estoy seguro que el Kiko, donde quiera que se encuentre, aprueba y sonríe ahora que conoce esta historia.