Editorial.- Es un hecho que no existe una única verdad en torno al golpe de Estado en Chile en 1973 y el régimen posterior de las Fuerzas Armadas. Las últimas encuestas muestran que una mayoría (en torno al 76%) cree que Augusto Pinochet fue un dictador, pero eso no refleja un consenso, ni con mucho.
Pese a esa mayoría, todavía 1 de cada cinco chilenos piensa que el golpe de Estado estaba justificado, e incluso más: hay un porcentaje no despreciable de chilenos con posición política que considera que podría ser disculpable un derrocamiento por la fuerza. No me refiero solo a la derecha (51% en Renovación Nacional y 69% en la UDI) sino también en la centro izquierda, donde el 12% de los socialistas, el 22% de los demócrata cristianos y el 33% de los PPD estaría también de acuerdo con un golpe, según una encuesta de CERC de 2015.
En las generaciones más jóvenes, entre un 11% y un 13% están en la misma posición.
Pero el golpe es solo una parte de la ecuación de la memoria. Hay quienes pueden estar a favor del golpe, pero en contra de la ejecución posterior, del régimen militar, de la dictadura, de la represión y las violaciones a los derechos humanos.
Aún así, no hay una verdad consensuada, lamentablemente, ni siquiera respecto de los derechos humanos. En una encuesta de no hace mucho, el 45% de los militantes de RN y la UDI consideraban que se debía superar el “problema” de los derechos humanos y dar vuelta la hoja. Lo increíble es que la misma posición la manifestaba el 12,1% de los DC; el 8,4% de los PPD; el 2,1% de los PS y… ¡el 5,9% de los simpatizantes del Partido Comunista!
En Chile no hay consenso, así como no lo hay aún entre o’higginistas y carrerinos, entre balmacedistas y congresistas (se hacían llamar “revolucionarios”), entre portalianos y liberales, entre indigenistas y partidarios de la “pacificación” de la Araucanía… Recientemente se notó en la enconada lucha por destituir a un ministro que pedía una historia más completa en el Museo de la Memoria. No hay una sola verdad en Chile, por mayoritaria que se pueda ver alguna versión de ella.
Nuestra reconciliación debe iniciarse por ese reconocimiento. Aunque sea una minoría, hay un porcentaje de chilenos que está de acuerdo y justifica el golpe de 1973, y otro porcentaje que manifiesta su apoyo o minimiza las violaciones a los derechos humanos.
Podemos seguir siendo un solo país, y caminar hacia una fraternidad nacional si partimos por reconocer que aquel a quien tenemos al lado tiene una opinión distinta que es y seguirá siendo distinta a la mía. Y luego, mirar hacia adelante, intentando ahora forjar un futuro en que miremos el legado de nuestra historia con ojos críticos y sin dogmatismo.
Enseñemos en las escuelas que el odio es nefasto; que es preferible actuar con la razón y con el diálogo, en vez de con la pasión ciega o con verdades absolutas; que nuestros gobernantes deben ser probos y justos; que la vida y la libertad de todos vale la pena. ¿Es tan difícil?