Por Tomás Moulián.- En este artículo sobre Antonio Gramsci voy a tratar tres temas. Hablaré primero algunas cuestiones generales, extraídas de diferentes autores. Luego, comentaré un artículo publicado por Gramsci en enero de 1918. Más adelante me referiré a los usos de Gramsci en Chile.
Los principales estudiosos de Gramsci, entre ellos en Chile Antonio Leal, han mostrado que su principal aporte es la construcción de la noción de hegemonía. Para realizarla, se debe superar la concepción marxista del Estado como puro aparato represivo, por supuesto sin caer en un la concepción escolástica que define a la autoridad como la principal instancia realizadora del bien común.
Esa concepción marxista tenía una visión instrumental, basada en la idea de que los antagonismos fundamentales se producirían al nivel económico y el Estado sería una simple herramienta para el logro de los fines de las clases dominantes.
La idea de totalidad social en Gramsci implica una ruptura con el economicismo. En vez de la lógica de la superestructura subordinada mecánicamente a la infraestructura, Gramsci crea la noción de bloque histórico y la de hegemonía, la cual sería el principal principio articulador de los componentes de una sociedad.
Por ello denomina al marxismo como un «historicismo absoluto». También lo hacen Lukacs y Korsch, pero estos no se libran de la perspectiva teleológica, como si lo hace Gramsci.
Palmiro Togliatti afirma que en Gramsci la estructura económica no es «una misteriosa fuerza oculta que desencadena automáticamente todas las conflictos que enfrenta una sociedad»
Gramsci enfatiza, frente a ese mecanicismo, el papel de las fuerzas humanas, de los sujetos organizados. Podría decirse que nos encontramos frente a un marxismo accionalista. Esto equivale a decir que se trata de uno que, sin despreciar las llamadas condiciones objetivas, pone énfasis en las subjetivas y en la acción de los sujetos, quienes no serían instrumentos de la estructura.
El artículo que comentaré se denomina «La revolución contra El Capital» y su versión definitiva aparece en enero de 1918, es decir cuando la revolución bolchevique recién comenzaba. Antonio Leal en su último libro sobre Gramsci también examina ese texto, eligiendo algunos pasajes iguales.
Me limitaré a resaltar algunas frases cuyo contenido revela diferencias con las posiciones marxistas vigentes, lo que muestra que Gramsci fue desde el principio un pensador heterodoxo.
El título mismo es revelador: se habla de una revolución que se enfrenta no solo al capital sino al texto de Marx, considerado por muchos su obra maestra.
La tesis central es que la revolución bolchevique ha pasado a llevar «la fatal necesidad de que…empezara una era capitalista…antes de que el proletariado pudiera pensar siquiera en su ofensiva… en su revolución». Esas tesis estaban planteadas en El Capital, dice Gramsci.
Los bolcheviques, agrega, no son «marxistas»… no, han levantado «sobre las obras del maestro un exterior doctrina de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles».
Más adelante dice que «la predicación socialista ha creado la voluntad social del pueblo ruso. ¿Por qué había de esperar que se viviera en Rusia la historia de Inglaterra, que se formara una burguesía?». Añade: «El pueblo ruso ha pasado esas experiencias con el pensamiento de una minoría«.
Una de sus tesis principales es que los bolcheviques viven el pensamiento de Marx, pero no se dejan llevar por las «incrustaciones positivistas y naturalistas» que se habían infiltrado en su obra.
La importancia de este artículo es que refleja la voluntad de ser marxista sin endiosar a Marx. Una cuestión que no era fácil en esa época y tampoco más adelante, cuando Gramsci escribe sus otros libros.
Terminaré refiriéndome a lo que Juan Carlos Portantiero llamó «los usos de Gramsci». Él se refería a la recepción en Argentina del pensamiento de Gramsci, situación que fue la primera en América Latina.
Yo me referiré a su recepción en Chile, en especial por parte de la izquierda chilena.
Lo primero que se constata es una significativa ausencia: no estuvo cuando era importante que estuviera, o sea durante el periodo del gobierno de Salvador Allende.
Ello ocurrió pese a que en 1971 el ensayista Osvaldo Fernández publico una traducción de Gramsci. Pero ese texto pasó desapercibido.
Numerosos estudiosos nacionales han analizado esa insuficiencia. También lo hizo, poco después de la derrota, el italiano Enrico Berlinguer, propulsor del eurocomunismo. Éste plantea en su libro «Lecciones sobre Chile» la siguiente tesis central: la realización de grandes reformas requieren de grandes alianzas, las que no existieron durante el gobierno de Allende.
Entre otras consideraciones afirma que no existieron porque, pese a los esfuerzos de Allende, primó una concepción inadecuada del tránsito del capitalismo dependiente al socialismo.
Este diseño erróneo ocurre por un vacío político ideológico: no se mira al Estado y a los conflictos políticos desde una perspectiva hegemónica, la cual Gramsci formula de manera más profunda que Lenin.
Con ese enfoque se supera la definición puramente represiva del Estado, que era la del marxismo en uso por la izquierda chilena. Si hubiese operado esa otra concepción se hubiese podido considerar la necesidad de una dirección cultural del proceso.
Nos hubiera permitido percatarnos que una coalición minoritaria, además dividida en su interior, no estaba en condiciones de realizar un proceso revolucionario de la magnitud del que impulsó el gobierno de Allende.
Es interesante mostrar que en ese periodo un partido como el MAPU, el cual pretendía basarse en un marxismo distinto al ortodoxo de raíz soviética, se influencia principalmente por Louis Althusser, un filósofo comunista francés que inspira a Rodrigo Ambrosio, el fundador del partido.
Y, lo que es más importante, también inspira a Marta Harnecker, cuyo libro «Conceptos elementales del materialismo histórico» tiene una gran influencia en América Latina.
Una de las grandes fallas de Althusser es su rechazo del pensamiento de Gramsci, visible en su primer libro «Pour Marx» de 1964, traducido como «La revolución teórica de Marx» en 1967. En éste, critica lo que denomina el «historicismo absoluto» de Gramsci.
Después se corrige, usando categorías gramscianas en el libro «Ideologías y aparatos ideológicos de Estado». Allí llama a Gramsci un «marxista consciente», pero disminuye su importancia diciendo que había seguido con anterioridad el mismo camino que él pretendía realizar, pero sin sistematizar sus aportes.
Esa lectura de Gramsci se impone en una organización marxista de la época que buscaba alejarse del economicismo imperante, el cual lleva a los comunistas a endiosar la llamada «batalla de la producción» y a los socialistas a volcarse en un leninismo de izquierda, que los lleva a poner obstáculos a los acuerdos con la Democracia Cristiana, necesarios -no obstante- para ampliar la base política de lo que Allende llama «la revolución con empanadas y vino tinto».
Esa calificación de Allende mostraba el interés de que fuera un proceso abierto a todo el pueblo.
Sin embargo, más tarde, durante la dictadura, las tesis de Gramsci inspiran los procesos de renovación socialista, los cuales comienzan en Flacso-Chile, para luego, a través de los dirigentes socialistas Jorge Arrate y Carlos Altamirano, influir en una parte de su organización, el cual se pasa a denominar Partido Socialista Renovado en oposición al ortodoxo dirigido por Clodomiro Almeyda.
En Flacso trabajan en la dirección de un socialismo renovado varios investigadores (yo mismo entre ellos). Así, publico en 1983 un libro denominado «Democracia y socialismo en Chile», en el cual reivindico el marxismo de Gramsci.
Ello llevo a José Arico en su libro de 1988 titulado «La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina», a situar ese texto como uno de los que junto con Lechner, Laclau, Franco y otros participan en la búsqueda de un marxismo operante para fundar un socialismo democrático.
Termino pidiendo excusas por este acto de egolatría.
Tomás Moulián es sociólogo, Premio Nacional de Humanidades