Roberto Fernández rescata la esencia de lo Woke y afirma que se ha desvirtuado lo importante que ese movimiento intentaba a mediados del siglo XX.
Por Roberto Fernández.- Traducida al español la palabra woke significa despierto, atento, consciente.
El llamado Movimiento Woke nace en EEUU a mediados del siglo pasado, como una manifestación de protesta contra el racismo brutal que se vivía en esos momentos en esa sociedad. Es en el 2013, como consecuencia de reiterados excesos policiales en contra la población negra, que adquiere una fuerza y amplitud considerables. Esto, tanto en Norteamérica como en diversos países del mundo.
Con el tiempo va adquiriendo también una dimensión de lucha contra la desigualdad social, discriminaciones de género, orientación sexual y otras injusticias.
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El sujeto histórico en la sociedad de lo woke
Actualmente, como consecuencia de acciones de minorías que han llevado esas reivindicaciones a posiciones consideradas como ideológicamente extremas, sectores de derecha y sobre todo de extrema derecha, básicamente supremacistas blancos, han convertido el término “wokismo” en un instrumento de guerra ideológica y política.
Han despojado el concepto original de su contenido esencial manipulándolo, desvirtuándolo y, más grave aun, afirmando que esa caricatura que hacen de él, representa las ideas de los sectores, tanto políticos como culturales de la izquierda y el progresismo a nivel mundial.
El gobierno de Donald Trump ataca hoy con acciones concretas la políticas de diversidad, en todos los campos, incluso el Ejército, desmantelando programas, prohibiendo libros y cerrando medios de comunicación. Todo esto por supuesto en nombre de la libertad y la democracia.
Hasta ahora no se ve una respuesta seria, clara y coherente de los partidos políticos progresistas que se han planteado desde siempre como objetivo la construcción de una sociedad más justa.
Es evidente que la izquierda atraviesa una crisis ideológica y política considerable. Parece no entender el funcionamiento de la sociedad contemporánea, con sus complejidades tecnológicas y sociales. Tal vez por la aplicación de métodos de análisis inadecuados y obsoletos.
Esto trae como consecuencia que no sea capaz de ofrecer soluciones razonables y creíbles a los problemas que enfrenta la gente en su vida cotidiana, como son, entre otros, la seguridad y la inmigración. Pareciera como si estuviera sólo disponible a presentarse como una alternativa política menos mala que otras.
Este vacío lo está ocupando en el mundo entero la ultraderecha, que ha logrado transformarse en la representante de los sectores trabajadores, incluida la clase media.
Más allá de los importantes fracasos históricos, la izquierda, el progresismo, el humanismo, han pretendido desde siempre representar valores y principios universales, tales como la justicia, la libertad, la cooperación, la solidaridad, la igualdad de derechos, la lucha contra la pobreza, la búsqueda del bien común.
Tal vez, en un proceso de autocrítica y reconversión que será largo, es hora de comenzar a defenderlos y reivindicarlos. Es la democracia la que está en juego.