Por Enrique Saldaña Sepúlveda.- “¡Pastores del campo, triste oprobio, vientres tan solo! / Sabemos decir muchas mentiras con apariencia de verdades; / y sabemos, cuando queremos, proclamar la verdad”. Hesíodo.
Améstica, Ilich y Uribe en Ridiculum Vitae, entran en esa jugada que lo deja todo en el diálogo, que apuesta a las palabras que se tejen para dejar evidencia de la vida que se respira, porque ya lo intuimos, “Todos de apellido UNO y uno de apellido TODOS” están en la misma vaina. No se está solo en esto, aunque la ignorancia de nuestros pasos no sepan qué lugar pisamos. El mundo es el mundo, se nos dice desde siempre, pero los que lo vivimos somos pésimos actores de reparto buscando soledades artificiales, olvidándonos de que no podemos habitar fuera del encuentro:
Nací con cinco mil años al lomo y una vida no me basta,
mi propia vida no me basta si no crece entre otras vidas,
si a otras no nutre en cada insignificancia entre las
palabras que empujan mis palabras,
y aun así no me basta, no me basta.
(Otra edad)
Estas voces, las del hablante, conjuran lo cotidiano en el acto de búsqueda del trabajo, porque “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Y tendrás que presentar tus antecedentes ante esta sociedad que desconfía de todos y que busca siempre al individuo necesitado para ajustarlo a punta de tripalium. Porque no podrás olvidar que “somos la historia de Chile, / lo peor y lo mejor de ella”, y que de esa repartija siempre nos toca la más desagraciada de las partes. Todos, tú y yo en este espacio, miramos lo que aún podemos mirar en esta hora definitiva, atentos a las señales, a lo que pueda venir por delante, a lo que se pueda levantar desde el acercamiento:
Nuestras frías manos,
hasta aquí hemos llegado
sin curvas ni esquinas en los labios,
a quemar las naves se ha dicho:
¡Porque aquí alojamos!
Los cobardes, que se queden mirando
la finitud del relámpago
que enciende nuestras manos.
(Domicilio)
Porque el mundo puede ser otro, o el mismo, pero mirado con otros ojos. No hay trabajo más íntimamente apreciado que aquel que en su insistencia nos obliga a ver el mundo de una manera distinta, aquel que pueda transformar la espesura a punta de claridades, de risas, de ironías; el preciso gesto para echar a andar los sueños todavía y encender ese fuego, que es sagrado desde los tiempos de Prometeo. Construir el porvenir que se piensa requiere de esa conciencia extrema atenta a la realidad y que nos “inmuniza contra las limitaciones y las distorsiones de un pathos intransigente, contra la intolerancia de un fanatismo exclusivista”, tal cual lo reflexiona Jankélevitch.
La dimensión de nuestro seso está medido por las palabras de las que nos servimos para nombrar la realidad, para aprehenderla, para mostrarla, para denunciarla. Par gozarla y sentirla también están las palabras. Para mirarse hacia el infinito y descubrir las tristezas de las que está hecha el alma. Y devolvernos, como en un espejo, “esas perlas de los dioses” que desnudan de una vez y para siempre nuestra naturaleza precaria:
Un balde de frías palabras
cae sobre nuestras frentes
a fin de despertar la cordura
que las metáforas disfrazan
en su infinita finura.
(Cuando fui sepulturero)
Ridiculum Vitae es forma y palabras que alimentan la forma. Es diálogo que se sostiene en el tiempo, que rasca en los vericuetos de nuestras percepciones, le enrostra sus incongruencias y se ríe de ellas. Es diálogo que muestra el abismo e invita a saltarlo. Son voces, las de Améstica, Ilich y Uribe, que se afirman en lo uno, en esa vieja convicción de que un individuo son todos los individuos, los de antes y los de ahora; con todos los muertos a cuesta y con todas la heridas del presente. Uno y todo, aquí, en el mismo lugar de la escritura y la lectura, en el mismo espacio de nuestras alegrías y padecimientos. Al fin de cuenta, “uno que otro verso hará nido en el suelo”.
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