Por Cristián Fuentes.- En un mundo incierto como el que vivimos, América Latina se encuentra fragmentada y sin acuerdos sobre como enfrentar los múltiples desafíos del presente. Como nunca en nuestra historia, es imperativo pactar ciertos mínimos comunes que permitan potenciar una respuesta sólida a las crisis simultáneas que nos afectan. Ello no es sostenible en el tiempo si depende del ciclo político de gobiernos de izquierda y derecha que se rotan en el poder en cada uno de los países de la región.
Los problemas económicos derivados de la pandemia, la pugna por el poder entre China y los Estados Unidos, la guerra entre Rusia y Ucrania, la reconfiguración de la globalización y la crisis climática golpean a la humanidad, sin que el sistema internacional logre generar respuestas. En tal sentido, urge concertarnos políticamente, cooperar más intensamente, aumentar el comercio, crecer y repartir mejor la riqueza entre nuestros pueblos.
Para eso son necesarios consensos externos e internos, pues la dinámica de la política doméstica ayuda a explicar las acciones de los Estados. Construir una alianza amplia permite proyectar una política de Estado viable en el largo plazo. Gobierne quien gobierne debiera manifestarse claramente la voluntad de converger, aunque algunos quieran concretar una integración más ambiciosa y otros no lo estimen posible o conveniente.
Un ejemplo es la reacción ante la idea de una moneda común entre Argentina y Brasil. Las opiniones han ido desde el interés y la cautela, hasta por calificarla como una locura. Pero, se trata de un mecanismo para las transacciones comerciales que no sustituye al real o al peso, ayudando a comprar productos brasileños sin dañar las reservas argentinas de dólares. Si resulta, será atractivo para el resto; y si no, quedará como un fracaso más, junto al anterior “peso real” propuesto por el expresidente Mauricio Macri.
Entonces, es imperativo articular unas pocas decisiones prácticas, fortalecer los espacios existentes y expresar las demandas ciudadanas en los distintos niveles estatales. Una diplomacia flexible, descentralizada y proactiva, con estructuras livianas y eficaces, harán factibles los objetivos planteados.
Cristián Fuentes V. es académico de la Escuela de Gobierno UCEN
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