Mientras se multiplican los discursos sobre rendimiento escolar, miles de niños y niñas siguen expuestos a contagios evitables en salas mal ventiladas.
Sr. Director:
Toda muerte de un niño es una tragedia; más aún cuando es provocada, ya sea por acción o negligencia. Si realmente nos importan sus infancias, debemos también cuidarles mientras crecen, previniendo que su adultez se marchite innecesariamente.
Frente a una tragedia visible —como un crimen o un siniestro de tránsito— la reacción social suele ser inmediata y vistosa. Pero contrasta con el silencio y la omisión ante otra forma de violencia disimulada: condenarles a respirar aire insalubre dentro de sus aulas. Las autoridades de salud y los sostenedores educacionales, responsables de las instalaciones y de garantizar entornos seguros, han sido cómplices pasivos de contagios reiterados de COVID-19 y otras infecciones, con efectos acumulativos sobre su salud cerebral (neurológica y psiquiátrica), inmunológica, cardiovascular, metabólica y oncológica.
No podemos normalizar el hecho de vivir contagiando a nuestros hijos, mermando significativamente su salud a corto y largo plazo. Si se esmeran en cadenas de oración y discursos sobre rendimiento académico, ausentismo y deserción escolar, entonces exijamos condiciones mínimas de seguridad ambiental: ventilación adecuada (CO₂ < 550 ppm) y filtración de aire suficiente (6 ACH) en todos los recintos interiores de los establecimientos educacionales.
Les queremos y, además, debemos protegerles. Amar es cuidar.
Luis León Cárdenas Graide
Ingeniero Civil en Computación, Universidad de Chile Diplomado en Ciencia e Ingeniería de Datos, Departamento de Ciencias de la Computación, Universidad de Chile

