Por Regina Toloza.- El dimorfismo sexual -aludiendo a las diferencias fenotópicas no relacionadas con órganos sexuales entre individuos de una misma especie, pero de diferente sexo-, ha estado presente por décadas a través de los fósiles, y gracias a estudios con técnicas no destructivas durante los últimos años, se ha determinado el sexo de individuos fósiles, a partir de sus restos óseos descubiertos en sedimentos o en rocas localizados en distintos lugares del mundo.
Existe un fósil que por años se conocía como “El chico de la gran Dolina” (Homo antecesor de hace 800 mil años), pero luego el Grupo de Antropología Dental del Centro Nacional de Investigación de la Evolución Humana (2021) en Burgos, España, determinó que era una niña entre los 9 u 11 años; básicamente apoyados en el dimorfismo sexual de las dimensiones del esmalte y dentina de colmillos, dando una visión diferente a lo que parecieren restos óseos masculinos.
Desde 1990 se conocen estudios publicados por científicos del National Human Genome Research Institute, Genomics England y France Génomique, entre Francia e Inglaterra y el Proyecto del Genoma Humano de USA, que han tratado de definir el sexo de un gran número de fósiles a través del ADN. Es así como en 2021, el sueco Svante Pääbo publicó un libro llamado “El Hombre de Neandertal” (Alianza Editorial), donde estudió fósiles encontrados en una cueva en Bulgaria, y dedujo finalmente que eran una mezcla híbrida entre el homo neardenthalensis (230.000 a 29.000 años) y el homo sapiens (40.000 años). Es decir, que los homínidos convivían y se mezclaban sexualmente, pero solo un grupo sobrevivió: el homo sapiens, exterminándose el otro. ¿Por qué llegar a tanto detalle en su estudio? Pues no es evidente el dimorfismo sexual en distintos restos óseos de nuestros antepasados, dependiendo del lugar de su hallazgo: África, Etiopía, Este de Europa, Siberia, pues cada grupo tenía sus propias formas de sociabilizar y sobrevivir.
En la evolución humana, el dimorfismo sexual nos muestra desde una “Lucy” trepadora de árboles (Australopitecus aferarenis 3,18 millones de años), al hombre actual (homo sapiens sapiens), que al parecer no tiene un marcado dimorfismo sexual; basta subirse al Metrotren y observar. El Homo ergaster (1,8 millones de años), tampoco presentaba un dimorfismo sexual marcado, todos los individuos ejercían las mismas tareas. Este homínido era muy semejante al hombre actual bípedo y de hasta 1,8 m. de altura, que vivió en África y luego pasó a Asia escapando de la glaciación.
Entonces, ¿de qué nos asombramos cuando hoy hay personas reales homo sapiens sapiens -cuyo género no es claro por nacimiento-, ágenero, transgéneros y con ADN neardenthalense al igual que el 2% de la población mundial, que conviven en esta sociedad realizando tareas diversas asignadas a otro sexo? Hoy no habría dimorfismo sexual. ¿La naturaleza está en evolución o en involución? ¿Se prepara una nueva forma de sobrevivencia? ¿La naturaleza se está preparando para dar un gran salto? Pues a escala humana, estas formas de transitar de una era a la otra, aún no somos capaces de visualizarlas, de preverlas, pues entre una y otra hay millones de años de cambios, o a lo menos miles de ellos, solo debemos aceptarlas.
Regina Toloza es geóloga y académica de la Universidad Central