Ser llamado al ámbito público es la más alta dignidad y distinción para una persona: representa un honor que exige lealtad, honestidad, compromiso, valores, afirma Carlos Cantero.
Por Carlos Cantero Ojeda.- Me duele escuchar la crítica sobre la política, que es la base de la democracia. Es evidente que los políticos no logran sintonizar con las esperanzas de la gente, ni atienden con certeza el bien común, lo que implica un alto costo en legitimidad y daño a la democracia. Sorprende la ausencia de liderazgos, la falta de una épica con principios y valores, la incapacidad para reaccionar.
Considero un error centrar la crítica por la corrupción, solo en la política, exclusivamente en el ámbito público. Eso genera opacidad y los corruptos se mimetizan y pasan desapercibidos, en impunidad. En el ámbito público y privado hay corruptos y sobre ellos debe caer todo el peso de la ley.
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Otra cuestión central que no se considera, es que hay corruptos en el ámbito público porque hay corruptores del ámbito privado. En consecuencia, el foco no es lo público ni lo privado, sino la corrupción, venga de donde venga. Esto NO tiene que ver con leyes, sino con valores, con educación, con lo cultural.
En días en que denostar lo público y la política está normalizado. Vale la pena llamar a la reflexión sobre una idea poco atendida: el poder no desaparece, sólo cambia de mano. ¿Quién o quiénes se hacen del poder que pierde la política? ¿Esos nuevos destinatarios del poder atienden el bien común (o el particular)?
Es recurrente la critica a los políticos por la falta de sintonía con las urgencias de la gente. Pero esa crítica política requiere consecuencia ciudadana en las elecciones. Son los ciudadanos quienes eligen. Habitualmente prefieren más de lo mismo, e incluso votan por muchos que promueven el divisionismo del electorado, la polarización de la opinión pública, exacerban la odiosidad a la otredad, degradan la política: “Divide para reinar”. Pero, es irrefutable que: ¡La política consiste en hacer acuerdos democráticos, con pluralismo y diversidad!
En mi libro “Sociedad Digital, Laicismo y Democracia”, señalé que los extremos se juntan en el materialismo, que considera a la persona humana como simple factor en el juego del Estado y el mercado. Es notable el debilitamiento de los valores humanistas, la dignidad de la persona humana; en el ámbito público y privado prima la condición económica o poder adquisitiva, incluso en los servicios públicos más básicos, como salud y educación, donde las personas son sometidas a dogmas economicistas o abusados por inescrupulosos.
Lo más grave es el extravío de los referentes de la ética, el laicismo sigue con la arcaica tensión entre el poder temporal (Estado) y el poder espiritual (religioso) y la permanente confrontación entre Iglesia y Masonería. De hecho, ambas instituciones hoy sufren el Síndrome de la Intrascendencia.
Mientras, en la sociedad se imponen (sin contención) nuevos dogmas, ya no religiosos, pero son impuestos como auténticos dogmas de fe, desde lo ideológico, económico y por grupos de poder. Dominan y someten el mundo entero, con algoritmos digitales, inteligencia artificial y Big Data, dando origen a nuevas formas de poder y sometimiento, una nueva dialéctica de amo y esclavo. ¿Cuánto sabemos de esto? ¿Hay reflexión y pensamiento crítico?
Se debe proclamar la ética, predicar la probidad, valorar la excelencia y el mérito. Pero no lo hace ninguna institución ni medio. Por el contrario, hay un diluvio de materialismo, un apostolado de banalidad, un bombardeo de nihilismo (degradación valórica), una compulsión por el hedonismo o el placer sin consecuencias, auto-exhibicionismo y ruptura de la intimidad, promoción de la sociedad del deseo, degradando el sentido de la vida.
El mal triunfa cuando el bien no hace lo suyo. No hacer nada en la crisis ética es complicidad, lenidad y banalidad. Pensando en el “deber ser”: Declaro mi profunda valoración por el servicio público. Considero un acto de amor el compromiso de servir a una comunidad.
Ser llamado al ámbito público (por ganar una elección, por concurso público o por nombramiento legítimo de la autoridad), es la más alta dignidad y distinción para una persona. Representa un honor que exige lealtad, honestidad, compromiso, valores y las competencias, para servir esa comunidad con dignidad y excelencia. ¡Que así sea!