Por Hugo Cox.- Durante este último mes se ha manifestado una serie de hechos que tienen que ver con discursos anclados en el siglo XX, en un mundo distinto al de la inteligencia artificial, las comunicaciones digitales y los procesadores de grandes volúmenes de información que han perfilado nuevas formas de relacionarse en la sociedad.
En estos días coexisten los viejos problemas de desigualdad, de falta de oportunidades, de segregación, etc., con los nuevos conflictos que emergen en las relaciones humanas, laborales, económicas. En resumen, conviven en un mismo tiempo histórico los problemas heredados del siglo XX, con los nuevos que emergen en este primer cuarto del siglo XXl, haciendo de Chile un país cada vez más complejo, cuyos bordes son difíciles de distinguir.
La crisis económica, la crisis sanitaria, la crisis política, han llevado al país a una situación de fragilidad y la política deberá convivir los próximos años con esta condición, con la cual deberá conducir lo que resulte de la convención constitucional.
Muchos de los conflictos surgen debido a que las respuestas que se dan en la coyuntura no dan cuenta de las proporciones de la crisis, generando más angustia y más enojo, y transformando estas emociones en algo permanente, lo que genera un círculo de violencia cada vez más difícil de encausar. Sin embargo, a partir de lo que emerja de la Convención Constitucional se dará inicio a una nueva etapa política que, además, generarán nuevos estilos y comportamientos que cambiarán lo ya conocido.
A partir del retorno a la democracia, el clásico equilibrio al cual nos habíamos habituado ha desaparecido, y han emergido nuevos poderes con gran capacidad de influir en el curso de las distintas coyunturas, como por ejemplo, el poder de los medios o la influencia de las redes sociales en la conformación de la vida social.
Pero deberemos repensar la democracia. Y la deberán repensar los demócratas. Que no sea ésta una función que se deje en manos, precisamente, de aquellos que, de la crisis de la democracia, lo que quieren extraer es la recuperación de instintos totalitarios, incompatibles con el progreso y la libertad. Pero precisamente esta tentación, que existe, impone la reflexión urgente, constructiva, y abierta sobre la necesidad de ir adaptando los grandes conceptos de la democracia a una realidad nueva.
La democracia no ha sido un concepto estático; ha evolucionado a lo largo de la historia, avanzando en nuevas vías de participación progresiva de los ciudadanos en la vida política. Se han creado equilibrios, se han buscado fórmulas que garanticen con mayor eficacia los derechos y las libertades, y que limiten los poderes abusivos de las instituciones. Hemos pasado del Estado democrático al Estado social y de derecho. La democracia se ha ido adaptando a esta realidad cambiante para ser, en cada momento, la expresión permanente de los valores de la libertad.
La pregunta que uno debería hacerse es ¿cuál sería el modelo de país posible para las nuevas generaciones? Esta pregunta debe ser contestada por la Convención Constitucional que debe delinear el nuevo contrato social; pero para que esto sea viable, el próximo presidente debe -en primer término- tener la voluntad política para poner en práctica las ideas que emerjan en la nueva constitución.
Chile -producto de las distintas crisis- se ha transformado en un país frágil, con muchos discursos de nicho que no dan el tono con lo plural, existiendo un divorcio entre los hechos (cómo se perciben) y los valores (que expresan las motivaciones profundas).
Es una tarea urgente darle conducción política, a la fragilidad en que estamos, porque si los escenarios políticos cambian, pero los problemas de fondo persisten, podría generarse una gran frustración colectiva. Si la ciudadanía deposita sus esperanzas en un próximo cambio político y sucediera que se vieran después sorprendidos por el hecho de que los problemas subsisten, los comportamientos siguieran siendo los mismos y las actitudes no cambiaran, podrían pasar del deseo del cambio al escepticismo democrático.
Hugo Cox Morán es Doctor en Comunicación.
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