Querido Antonio:
Fui a verte cuando me enteré de tu velorio. Cuando me avisaron, sentí un pesar que por suerte se disipó al llegar.
Nada más verte ahí, tranquilo, rodeado de gente que te quiere, después de recibir el abrazo sincero de tu Nora y luego de casi una semana en la que he disfrutado tus programas y tus entrevistas, releído algunos de tus cuentos, recordado tus clases con tu entrega noble de profesor que ama compartir con sus estudiantes; ahora que vuelvo a ver con atención tu sonrisa pícara y esa mirada iluminada de un fervor que tan bien has sabido promover por la literatura, las películas, la música y la vida.
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Luego de todo eso es que mi pesar inicial ha desaparecido porque sé que estás ahí, maestro y amigo, y ahí te vas a quedar, pleno en tu serena insistencia en favor de la cultura y la generosidad con los más desfavorecidos.
Es en esa certeza que, a pesar de la ausencia a la que nos sometes desde ahora, estás más vivo que nunca.
Eso que te pasó, que algunos insisten en lamentarlo como tu muerte, no ha sido tu muerte Antonio. Es apenas el comienzo de tu eternidad.
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