Por Carlos Cantero – El Humanismo y sus referentes, a nivel global y continental, han perdido presencia e influencia en la sociedad. Es necesario repensar el papel que debemos jugar, más allá de lo superfluo o trivial, si queremos cautelar la vigencia de los valores y potenciar la ética.
Esta es una invitación a la reflexión sobre los desafíos emergentes en la Sociedad Digital, respetuosa, tolerante, con elevación de conciencia y pluralismo, que hace foco en el bien común en la sociedad que emerge. Promueve un pensamiento crítico, enfocado en la unidad de los actores involucrados, promoviendo la unicidad y el sentido de comunidad.
Debemos potenciar la capacidad comprensiva de la nueva realidad, la adaptabilidad institucional a los desafíos del Siglo XXI y las demandas de la Sociedad Digital, altamente interconectada e interdependiente, donde las tecnologías de información y comunicación juegan un rol determinante en la capacidad de viralización de ideas.
El legado
Vivimos un tiempo de vertiginoso progreso tecnológico que ha puesto en jaque la capacidad y velocidad de adaptación. La sociedad digital profundiza la brecha entre ganadores y perdedores, entre los que se adaptan y desarrollan las competencias y quienes quedan rezagados. Las instituciones de la modernidad se muestran disfuncionales, van perdiendo su rol estructural y funcional.
El poder fluye, pero -al igual que la energía- no se pierde, sólo se transforma. Solo cambia de depositario, fluye desde la política hacia los diseñadores de algoritmos, que definen las interacciones sociales; deja la democracia para instalarse en la netocracia, los que gestionan las redes sociales.
Los faros ético-morales ya no están en los líderes espirituales, sino en el mercado. Las ideas, la reflexión y el pensamiento han sido secuestrados por la farándula, la opinología y el reality show; las certezas mutan para constituir incertezas; los “valores” éticos se confunden con los “precios” de mercado; la probidad es reemplazada por la corrupción; el mérito por las redes de influencia; la prospectiva por la improvisación; la excelencia por la mediocridad.
Un panorama preocupante que parece constituir una pandemia, con alta tasa de contagios, que la hace muy peligrosa. La pandemética, esa crisis profunda y estructural de los valores éticos, implica deterioro en todas las dimensiones de la relacionalidad humana. Esa forma de ser y estar en el mundo ha terminado con un grave daño en la relación social, ambiental y climática.
En esta sociedad hay que rescatar la filosofía, las ciencias sociales, la academia y los pensadores. Una sociedad en la que lo único constante es el cambio y la incertidumbre, requiere de los nuevos geógrafos que decodifican el nuevo paisaje socio-económico, los nuevos derroteros digitales y paradigmas socioculturales.
Hay una evidente necesidad de exploradores y guías confiables, que estudien los procesos y nos orienten como faros tutelares. Es evidente que se requieren nuevas competencias, la integración sociocultural y transgeneracional, para aprovechar la experiencia digital de los jóvenes, con la experiencia y sabiduría de los mayores. Es necesario potenciar el bien común, que surge del adecuado equilibrio entre los bienes públicos y los bienes privados. Es impostergable recuperar los valores democráticos, humanistas y éticos.
La crisis ética tiene alcance estructural, gatilla un proceso en cadena, que se extiende a toda la sociedad: lo público y lo privado; hombres y mujeres; la izquierda y la derecha; jóvenes y mayores; lo profano y lo sagrado; “moros y cristianos”. Para superar el individualismo y compulsión inmediatista, el hedonismo o compulsión por el placer y nihilismo, que es el intento de borrar los límites del humanismo, sus principios y valores.
La batalla que se libra en el mundo, en todos los frentes imaginables, es la tensión entre el avasallador despliegue del materialismo y la contención que representa la espiritualidad, el anclaje de los principios, la reversión de la opacidad valórica, el respeto de los límites (landmarks) que apuntan a la integralidad y dignidad de la persona humana y su plena realización.
Es necesario reflexionar sobre el desafío que implica cautelar la vigencia de nuestros principios y valores Humanistas, despojados de ideologías y sectarismos. Debemos ser actores de primera línea en esta tarea, lo que requiere unidad de espíritu, de estrategia y de acción. Nuestro desafío es ser coherentes y consecuentes con el valioso legado de nuestros antecesores que hicieron historia en la construcción de una sociedad con libertad, igualdad y fraternidad.
Pandemia es un proceso en que una comunidad es alcanzada por un mal que se extiende (viraliza y contagia) a muchos territorios, que ataca a la población de un tiempo-espacio. Se produce cuando surge un nuevo virus o se propaga alguna mutación y la mayoría de los individuos no tienen inmunidad.
La expresión, por extensión, puede aplicarse a procesos sociales, económico o de otra naturaleza, también los conceptos de: a) autoinmunidad asociado al tratamiento de la otredad y b) sico-somáticas que se vincula con la mismidad.
Se propone como neologismo el concepto “pandemética”, palabra compuesta por pandemia y ética, que señala el proceso de degradación ética, que se viraliza con una alta tasa de contagio, a gran velocidad, destruyendo el tejido social, público y privado, en el espacio-tiempo global. Se trata de una mutación valórica, que se propaga vertiginosamente.
Proceso viral que encuentra a la mayor parte de los individuos sin inmunidad, induciendo “inflamación y fiebre” socio-cultural. Tiene impactos diferenciados según los distintos ethos, que pueden ser favorables o no a su desarrollo, según la inmunología (cultural y valórica) de cada población. Se trata de la opacidad en los límites en la sociedad, de una degradación valórica, de un relativismo permisivo, de una crisis en la relacionalidad del Ethos, que termina afectando la ética, la estética y la emocionalidad.
Esta crisis socio-cultural es estructural, es la tensión entre lo interior y lo exterior en el ser humano, tiene fundamentos filosóficos y éticos, no es un asunto local, ni siquiera continental, sino un fenómeno global, que alcanza a países ricos y pobres, de izquierda y derecha, de diversas religiones y espiritualidades.
Es la tensión esencial de nuestra cultura, entre lo material y lo espiritual, que se expresa en una visión minimalista de la dignidad de las personas y del sentido de comunidad. Tiene que ver con el debilitamiento de los fundamentos de la cultura y la sociedad: un individualismo desbordado, el debilitamiento de la dignidad de la persona humana, por el nihilismo y el hedonismo, un sentido de inmediatez, un cosismo degradante que exuda materialismo.
La revolución en las (TIC) tecnologías de información y comunicación, cambia la relacionalidad social y las dimensiones temporo-espaciales, cambiando la centralidad, proximidad, accesibilidad y conectividad de los individuos y las organizaciones.
Las relaciones sociales cambian desde la verticalidad hacia la horizontalidad; cambia el paradigma comunicacional; emerge un nuevo valor de la diversidad que trae aparejado un nuevo pluralismo; se democratiza el acceso a las tecnologías de información y comunicación, que cada vez son más baratas y poderosas. La élite y su influencia quedan determinadas por sus capacidades adaptativas a la sociedad digital, cuestión en que la política ha mostrado ceguera e ineptitud, a diferencia de lo observado en la sociedad civil.
Con la amplia difusión de las TIC, cambian las formas de conflictividad, derivando hacia ataques cibernéticos, físicos y biológicos, haciéndolos más selectivos o masivos según la conveniencia. También hay mayores capacidades de mimetismo, de ocultamiento, particularmente cuando se dan las asimetrías tecnológicas y de conocimiento respecto de la usabilidad digital.
Son movimientos sociales segmentados por materia, territorio e intereses económicos, que representan un bajo porcentaje de la población, pero son organizados, ruidosos y proactivos. Tienen un carácter distribuido y fragmentado, siguen la dinámica que caracteriza el comportamiento de la nueva Sociedad y pueden escalar hasta expresar violencia y un carácter destructivo de bienes públicos y privados, incluso de la vida humana.
No tienen cabezas visibles, no se observan liderazgos hegemónicos que marquen verticalidad. Por el contrario, se trata de liderazgos marcados por relaciones de horizontalidad, que para efectos de sus coordinaciones toman la estructura de “Función HUB”, eso quiere decir, una articulación, coordinación y logística, que concentra, distribuye y amplifica los flujos relacionales del sistema, lo que se potencia con el buen manejo de las redes sociales y herramientas TIC.
Los sectores más radicalizados aplican una tensión que encierra éticas confrontadas, que no responden a las formas tradicionales de resolución de conflictos. En el caso de las movilizaciones sociales, muestran rabia y ruptura del diálogo. Están cargados de violencia, desinterés y se sienten ajenos a este modelo de sociedad.
Asumen que la historia comienza con ellos, en una actitud unilateral, parecen normalizar la compulsión de rechazo cultural, no confían en los procedimientos democráticos y mucho menos en los políticos, despreciando por igual a la izquierda, el centro y la derecha. Usan el eufemismo “deconstrucción” para justificar la destrucción, introduciendo un cuestionable sentido valórico, en su lenguaje de barbarie y violencia.
Los movilizados muestran desbordes de violencia, que escalan vertiginosamente, superando la reacción de los agentes del Estado. En muchos casos cometen delitos y crímenes, en completa impunidad, a vista de los observadores de los derechos humanos de NNUU. y de los medios de comunicación, todo lo cual normaliza el doble estándar en la valoración de los Derechos Humanos. Los recientes acontecimientos en el Medio Oriente, muestran los extremos hasta donde pueden escalar estos procesos
Hay marcas de una ruptura valórica y profunda brecha generacional, marcada por la rabia, el rechazo, la impotencia y la nula confianza para lograr interlocución con la autoridad o los actores del mundo político. La confrontación que impulsan se libra con armas y métodos no convencionales. Es una mezcla de la cultura de masas y grupos radicalizados, promoviendo la reivindicación que la mayor parte de las veces termina en violencia. Una mezcla de grupos diferentes: anárquicos, lumpen, terroristas y elementos asociados al narcotráfico, que en ocasiones hacen ostentación del uso de distintos tipos de armas.
La brecha generacional muestra personas ajenas a los principios, en un creciente proceso de opacidad y degradación respecto de los valores, del que somos actores por acción y omisión. Se van borrando los límites: la libertad individual muestra amplios espacios que desborda hacia el libertinaje; la justicia con extrema elasticidad se torna en injusticia; la competencia llevada al extremo termina eliminando los espacios de colaboración; el individualismo radical termina destruyendo el sentido de comunidad. La crisis es estructural y de sentido eminentemente ético.
El multilateralismo y las organizaciones internacionales como las Naciones Unidas y sus distintas organizaciones dependientes, están superadas, sumidas en la ineptitud. Instituciones como la Unión Europea, muestran graves fracturas, otras instancias similares en el mundo, se caracterizan por su exquisita irrelevancia e intrascendencia: la OEA, el BM, el BID, la OCDE, entre otras, frente a las crisis humanitarias, económicas, epidemias, catástrofes y guerras.
La cooperación internacional se ve mermada en su capacidad de prevención y mitigación de los conflictos y la violencia, en todas sus formas. Estos organismos viven una crisis de adaptabilidad. En algunos casos promueven confusión, por su desprolijidad en el cumplimiento de sus obligaciones y ciertas formas de violencia sociopolítica.
A modo de ejemplo, las Naciones Unidas proclaman el derecho de las personas a emigrar. Pero, no atiende ni defiende el derecho de las personas a vivir en su país con dignidad y respeto a sus derechos fundamentales. No atiende a las causas que gatillan catastróficos procesos migratorios.
La anomia ha sido creciente en las dos últimas décadas, la sociedad y el Estado muestran creciente desorganización, degradación valórica, descrédito de las instituciones tradicionales, retroceso de los valores humanistas, debilitamiento de las tradiciones republicanas, aislamiento del individuo como consecuencia de la falta de confianza en el sistema imperante, la incongruencia y el irrespeto con las normas vigentes, el aumento de la violencia, la delincuencia, narco-cultura y terrorismo.
La política y los políticos tradicionales se han auto infligido una derrota, que constituyó una sentencia autocumplida, ya que muchos han advertido la crisis social y política que se incuba. Todo el proceso ha terminado con una política deslegitimada, con políticos desacreditados, la democracia debilitada, con inestabilidad política y una anomia en pleno desarrollo.
El ethos ha sido crecientemente estresado a lo largo de las últimas décadas, por gobiernos de distintas tendencias, radicalizando el individualismo, la competencia y el materialismo que alcanza niveles estructurales. Producto de la anomia estatal y el debilitamiento del sentido de comunidad, el narcoterrorismo y crimen organizado entró en la sociedad, ante la ineptitud institucional. Todo en nombre de la libertad que derivó en libertinaje.
La conflictividad está asociada a un liderazgo, que está transversalmente debilitado: el político, espiritual, económico y filosófico. La sociedad baja sus niveles de conflictividad y radicalización cuando hay un relato convocante, una épica inspiradora y una ética de unidad, lo que no ocurre en este caso.
La Teoría de Estado señala que la legalidad y legitimidad son fundamentales para el manejo de la conflictividad. Se observa precariedad estructural, a nivel nacional y global, en la Justicia, el parlamento, el Gobierno y los partidos políticos. No hay relato ni vocerías, están anuladas o con signos de corrupción ideológica.
Mientras más altas las expectativas de la gente y más bajas las respuestas de la autoridad, se exacerba la conflictividad. Por otro lado, mientras más críticos los problemas socio-políticos y más inoportunas e ineficientes las respuestas, se agudiza el conflicto. El nivel de la política, la solidez estructural de sus liderazgos y la calidad de las propuestas están enfocadas en la descalificación, en la obstrucción binaria, polarizando la mediocridad gestacional.
El Conflicto es el desacuerdo u oposición entre individuos; derivada de una tensión prolongada entre dos o más instancias. En cambio, la conflictividad es la cualidad de lo conflictivo, son las condiciones y tendencias que dan lugar a los conflictos, la evolución que se da entre un momento y otro tiempo-espacio. Es decir, observamos variables sincrónicas o de contexto (conflicto) y variables diacrónicas (conflictividad) asociadas a la evolución del fenómeno a lo largo de un período de tiempo.
La conflictividad está íntimamente ligada a la institucionalidad, liderazgo, sentido de comunidad y la épica que inspira unidad o confrontación. La dimensión de la crisis política está asociada a temas de alta sensibilidad social y las expectativas de la gente lo que afecta la gobernanza. La crisis social tiene causas endógenas, surge desde el fastidio, la Sociedad del Desdén y su minimalismo de la dignidad humana. Es la consecuencia de un modelo llevado al extremo, que exacerba el materialismo, el individualismo, la competencia, el nihilismo y hedonismo.
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La tipología de la conflictividad (en la pandemética) no es binaria, como lo fue en la guerra fría es sico-somática, es decir auto-generada por mismidad u otredad, inducido por el estrés y abuso de grupos que normalizaron la violencia y/o destrucción estructural; la exacerbación del individualismo; el minimalismo de la dignidad de las personas; sin consideraciones eco-éticas de los responsables.
Los nuevos escenarios de conflicto, las movilizaciones y enfrentamientos, rompen la tradición moderna derivada del Tratado de Westfalia (1648), que creó un orden y el sentido de respeto a la civilidad. Los conflictos en la Sociedad Digital, adquieren la forma de focos distribuidos estratégicamente, con amplia autonomía operativa, con características o motivaciones propias en cada lugar, denotando la ruptura de los lineamientos tradicionales, con nuevas estrategias y tácticas distribuidas en el ethos digital.
Algunos teóricos gustan de adornar estas acciones de violencia, con nombres como “deconstrucción”, que es lo mismo que destruir para construir sobre las ruinas. Son conflictos estructurales que para su resolución requieren amplios acuerdos y consensos.
Pero los sectores radicalizados quieren superarlos por el expediente de la destrucción y la violencia, en el contexto de una tensión de modelos que encierran éticas confrontadas. No responden a las formas tradicionales de resolución de conflictos. Es una actitud unilateral, radicalizada, que no confía en los procedimientos democráticos.
La crisis social en América Latina, tiene mucho que ver con la incapacidad de la política (y los políticos) para comprender los cambios que implica la sociedad digital y los desafíos de adaptabilidad. Las movilizaciones sociales mostraron una sociedad civil con una capacidad logística y de coordinación superior a los agentes del Estado, por velocidad y capacidad de articulación (Función HUB).
En los casos de escalamiento de la conflictividad, este tipo de tecnologías facilita ataques destructivos. Se observan ciertos grados de segmentación, compartimentación y especialización de los grupos que operan activamente en la conflictividad, actuando en coordinación.
En este complejo escenario observamos un debilitamiento del análisis prospectivo en el Estado, de las capacidades de los servicios de inteligencia y una mala adaptabilidad institucional a la sociedad digital.
Cambian las dimensiones tecnológicas: bots, Inteligencia Artificial, big data, drones, hackeo, automatización, robótica, ubicuidad de las redes y comunicaciones, además de las asimetrías en el conocimiento (Know How) modifican la conflictividad.
Considerando eventuales confrontaciones globales, la actual realidad nos hace tomar una perspectiva de lo que viene en el futuro próximo: violencia, ataques tecnológicos; el riesgo de guerra biotecnológica, etc.
En el escenario digital, se impone la estructura distribuida, viral y las estrategias de enjambre (swarming), en cada conflicto, cualquiera sea su carácter. Se trata de unidades autónomas, de ataque distribuido, con funcionalidad de HUB y multifuncionalidad en diversos frentes, para una mayor efectividad, movilidad, cobertura, con retiros coordinados para articularse en otro foco de ataque, con gran velocidad y efectividad.
Esto genera confusión, errores de apreciación de los escenarios y del número de actores. Hay varias otras estrategias asociadas: Flashmob, Civikmind, Inteligencia colectiva y de enjambre, entre otras.
El equilibrio dinámico entre racionalidad y emocionalidad juega un rol clave en la conflictividad social. Los avances en las tecnologías cambian la conflictividad y la forma en que se desarrollan los conflictos.
En un sentido más amplio, la fidelidad de las audiencias depende en gran medida de si las personas se sienten acogidas, consideradas. La calidad de la relacionalidad con la audiencia se debilita con farándula, espectáculo, morbosidad y sensacionalismo.
Otra nueva dimensión de la confrontación que tiene una forma permanente, en diferentes escalas y dimensiones, es la posverdad, las noticias falsas o Fake news, mentiras asociadas a intereses gatillantes. La desinformación, las divisiones y la inestabilidad social, militar, industrial o política, son parte del arsenal para la confrontación permanente.
Las amenazas se diversifican, son complejas, mimetizadas, en adaptabilidad permanente y a un ritmo y velocidad que el Estado ha tenido dificultades para enfrentar. Es la vigencia del pensamiento de Gramsci, sobre debilitamiento valórico e institucional, de la deconstrucción (Derrida) y la sociedad líquida, cambiante e inestable planteada por Bauman.
El mundo es un permanente equilibrio dinámico entre cambio y conservación, lo que demanda vigilia de estabilidad permanente en la sociedad. Se requiere asumir el cambio de modelo (paradigma), promover y asumir la necesaria adaptabilidad a las nuevas formas relacionales y el uso de las potencialidades tecnológicas.
Pero, lo más importante es que se debe salir del paradigma cartesiano, lineal o sectorial, para entrar a un enfoque de paradigma Eco-Ético- Sistémico-Relacional. Esta cuestión abstracta y muy teórica es clave, debe ser entendida y asumida y ello definirá el éxito o fracaso en el proceso que motive a unos y otros.
El Estado debe modernizarse, asumir la sociedad de redes, la funcionalidad HUB, la gestión del conocimiento, cambiar su cultura y los estilos gestionales, con respuestas imaginativas, basadas en redes colaborativas del ámbito local y global. Mejorando las habilidades blandas o relacionales, se puede y deben superar las divisiones político-ideológicas, añejas y propias de la guerra fría (binarias), para avanzar hacia una relacionalidad basada en el respeto y la colaboración, en la reciprocidad que genera una acción concertada.
La competencia centralizada y sistémica terminará destruyendo cualquier estrategia y el obstruccionismo entrampará el desarrollo en el ámbito digital, es necesario sacudir la replicación endógena, para cultivar la excelencia, el desarrollo con equidad, con convicción, compromiso y honestidad. La sociedad y el sistema político requieren concordar una nueva ética como pacto social.
Quienes proclamamos adhesión a los valores del Humanismo, debemos ser fieles a los principios que nos inspiran, al sentido social y la vocación democrática. Debemos promover y vivir un sustantivo Humanismo, respetuoso del medio ambiente; comprometidos con lo ético y filosófico; lo interno en equilibrio con lo externo. En lo físico que es el cuerpo; en lo mental que es la memoria y mente; y, en lo espiritual que es lo referido al alma.
La solución está en los principios y valores, para lo cual se requieren liderazgos éticos, con sentido global y viral. Asumiendo que todos somos uno. Y, uno somos todos, en unidad y unicidad. Asumir la inmutable vigencia de leyes atávicas de la reciprocidad: como es arriba es abajo; como es adentro es afuera, aplicando los principios fundamentales: Libertad, Igualdad y Fraternidad.
¿Cómo ayudamos a superar la crisis? Atendiendo a la causa basal que la gatilla. Se trata de una crisis ética, que está anclada en la tensión filosófica entre el materialismo y la espiritualidad, la dignidad del ser humano, el valor del sentido de comunidad. Los Humanistas, en general, debemos promover el Desarrollo Humano, el esencial Meliorismo, que es la perfectibilidad de todo y todos los seres humanos.
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