Por Antonio Elizalde.- Me cuesta entender cómo el miedo a las transformaciones puede también infiltrarse en quienes son los marginados, los desechados, los invisibilizados y atropellados en la sociedad que tenemos. Justamente aquellos a quienes más beneficiarían los cambios propuestos en el nuevo texto constitucional propuesto.
Hay algo que hacemos mal quienes creemos necesario cambiar las cosas en el mundo que vivimos.
Estamos con el agua hasta el cuello y hay quienes les creen aún a aquellos que no les han dejado subirse a los botes en medio del naufragio. Eso ha sido así históricamente y ahora vuelve a repetirse.
Algunos, desde una mirada histórica y antropológica llaman a este síndrome social «la maldición de Malinche»; otros, desde una mirada psicológica lo nombran como «el síndrome de Estocolmo»; desde la ortodoxia marxista lo denominan como «falsa conciencia«. Desde una mirada peyorativa y de supremacía moral hay quienes han acuñado la noción de «facho pobre», cuestión que más que sumar, resta.
Me hace recordar la mirada elitista y sesgada con la cual, desde las ciencias sociales en mi época de formación, se hacía referencia al servicio militar obligatorio, ignorando el enorme aporte que éste hacía para formar y proveer de competencias a quienes no habían completado su escolaridad, época en la cual completar los seis años de la educación primaria ya era un privilegio. Creo que el mall es hoy el patio o jardín del cual no se dispone en la mayoría de los hogares populares.
Siento que los sectores progresistas estamos cometiendo errores similares a los del pasado. La descalificación de amplios sectores, temerosos del futuro, no nos permitirá sumar las voluntades que requerimos para hacer triunfar el Apruebo.
Yo prefiero destacar lo inédito y valorable.
Uno: por primera vez en nuestra historia fuimos todos los chilenos, flacos y gordos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, el pueblo entero, ejerciendo su soberanía, quienes elegimos a los convencionales, para que en forma paritaria y con presencia de los pueblos originarios, redactara el texto constitucional. Gente parecida a cualquiera de nosotros, algunos feos y otros bonitos, unos muy gritones y otros muy silenciosos y discretos.
Dos: hicieron la tarea encomendada, pese a todos los obstáculos, internos y externos, que experimentaron.
Tres: el texto consagra a Chile como un Estado Social y Democrático de Derecho. Plurinacional, intercultural, regional y ecológico.
Cuatro: se han introducido dimensiones y aspectos innovadores en el ámbito del derecho constitucional, cuestiones altamente valoradas por especialistas de talla mundial.
Cinco: toda la argumentación contraria a su aprobación es en base a proyecciones, lo que me hace recordar del libro “El temor y la felicidad» de Sergio Peñailillo, y cómo éste señala que se corre el riesgo de la “anticipación imaginaria”, es decir la tendencia a vivir no el presente, sino en una proyección fantástica hacia el futuro, lo que abre un horizonte incierto donde es posible el riesgo y la amenaza y, por otra parte, de la “Contaminación del Presente con el Pasado” que es una exageración emocional de la memoria que lleva a suponer que volverá a ocurrir lo ya ocurrido, impidiendo la percepción ingenua y directa de la experiencia. Pienso que sólo son eso. “Sombras nada más” como dice el tango. Son las sombras que proyectan aquellos que creen que se haría en el futuro lo mismo que ellos hicieron en el pasado.
Aprovechemos esta oportunidad histórica que se nos presenta y abracémonos en el camino de la esperanza.