Por Mariana Schkolnik.- Eran las tres y media de la madrugada y tomábamos nuestro cuarto café. Se iniciaba, por fin, el empadronamiento en los campamentos. Por razones aparentemente estratégicas, Vanko -nuestro jefe de misión- junto con el equipo de terreno, decidieron emprender esta tarea como una operación de ataque sorpresivo y nocturno. Hasta ahí el trabajo había sido más bien de oficina: comprar equipamiento informático, elaborar formularios, bases de datos…