Hijos.Inc: La cultura del negocio familiar

Por Juan Cristóbal.- El hecho de que los hijos del Presidente Piñera, que manejan una parte de su fideicomiso y empresas propias, lo hayan acompañado en la gira oficial a China es la punta del iceberg de un problema cultural de la clase dominante chilena.

La intervención de los padres en favor de sus hijos no debería tener nada de extraño. Andrónico Luksic padre lo hizo con sus hijos y cada uno de ellos se hizo cargo de áreas relevantes de las empresas familiares. Todos los grandes grupos económicos han seguido el mismo parámetro de impulso a los vástagos. En Cencosud, Horst Paulmann repitió el esquema. Y es lógico: ¿En quién va a confiar más uno sino en sus propios hijos para la administración de sus negocios?

La lógica no es distinta cuando alguien es dueño de un almacén, de una ferretería o de una panadería. Siempre se busca que los hijos se sigan haciendo cargo del negocio familiar o aprovechar la posición de un negocio familiar para dar un empujón a esos niños que se ha visto crecer.

Después de todo, uno hace cualquier cosa por sus hijos.

Pero cuando se piensa que un puesto en el Estado se puede usar del mismo modo, como si fuera un negocio familiar, la cuestión cambia. O cuando se cree que es lícito usar las redes de poder que dan los vínculos con instituciones del Estado.

Antes, fue el ex presidente de Renovación Nacional, Carlos Larraín, respecto de su hijo que protagonizó un accidente de tránsito con resultado fatal. Luego, los hijos, yernos o sobrinos presidenciales (o ministeriales) que obtienen cargos estatales, por el solo hecho de la cercanía física durante su crianza.

Es contradictorio en un gobierno que ha hecho de la Admisión Justa y de la meritocracia un eslogan de campaña y de gestión.

Pero no se debe pensar a priori que existe una mala intención. Para ellos, es natural. Es la prolongación de una cultura de apoyo a los hijos y de la consideración -errónea- de que todos sus ámbitos de acción son parte de su empresa familiar.

El asunto es la conciencia de que cuando se administran los recursos de otros ese no es un negocio que pueda usar a discreción. Es entender que el Estado es una responsabilidad con otras personas y que su deber es cuidar de esos otros. Esa conciencia es la que da el celo en la gestión en todos sus aspectos, desde el deber de usar racional y eficientemente los recursos, hasta el desarrollo de una conducta que no desperdicie lo que los demás le han dado, lo que implica -por ejemplo- usar el tiempo que se me encomienda para las tareas del Estado en esas tareas, y no en otras cosas. Esto significa puntualidad, dedicación, no “sacar la vuelta”, no tener almuerzos de tres horas, no fotocopiar los trabajos de los hijos en el trabajo… porque no es su empresa familiar, sino un mandato de los chilenos.

¿Cómo lograr que nuestras clases gobernantes adquieran esa conciencia, si han sido formadas en la filosofía de que todo aquello que les rodea existe para servir en sus propósitos? No es tarea fácil. Sugiero dos caminos de largo plazo: la incorporación obligatoria de la educación cívica en la malla escolar, siendo imperativa en los colegios particulares pagados; y un servicio social (no militar) obligatorio que deban cumplir los jóvenes para entrar en contacto con el Chile real, y para enfrentar la realidad existencial de que todos somos de igual naturaleza y que no se puede aprovechar a los demás como escalón ni trampolín.

Ninguna de las dos cosas es descabellada. Hay grandes empresas chilenas que ya han implementado el servicio social denominándole trainee o programas de entrenamiento en que los altos ejecutivos antes de entrar a sus funciones deben trabajar como operarios durante un período, como inducción. Esa inmersión les da la perspectiva y la conciencia respecto de aquellos a los que más adelante van a mandar.

Si las empresas han comprendido esto, ¿por qué no hacerlo a nivel país?

Alvaro Medina

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