Es probable que el triunfo de Trump sea la escritura en la pared de la mano de Dios que anuncie el futuro de la política chilena, afirma Arturo Ruiz.
Por Arturo Ruiz.- Trump ha ganado las elecciones estadounidenses. Hasta no hace mucho, los comicios norteamericanos no tenían demasiada importancia y el comentario general en Latinoamérica decía que era una competencia entre la Pepsi y la Coca-Cola.
Hasta antes de la era Trump, inaugurada en 2016, la única elección realmente importante había sido aquella entre Carter y Reagan, dado el contexto de la Guerra Fría, la asunción de Khomeini y la crisis de los rehenes de aquellos días.
Hay quienes podrían argumentar que la elección de Obama, como primer presidente afroamericano, tuvo una gran importancia cultural. Sin embargo, volviendo al terreno de lo verdaderamente importante, lo que nos interesaba de los Estados Unidos era la geopolítica y la economía, cosas que no cambiaron demasiado con aquel presidente. Además, el solo hecho de la asunción de un presidente negro implicaba que el racismo norteamericano se había vuelto irrelevante.
La era Trump inauguró un ciclo de terror sorprendente, pese a que el propio presidente no hizo nada terrorífico. Se le acusó de fascista, de nazi, de racista y se temió que llevara al mundo a una Tercera Guerra Mundial, siendo que, en cambio, retiró a los Estados Unidos de la gran mayoría de los conflictos.
La prensa oficial, tanto nacional como internacional, se ocupó de tejer estas historias, ya que las políticas de Trump iban en contra del complejo industrial militar del país, que consiste en una serie de empresas como Lockheed y Boeing, que reciben contratos billonarios por la venta de armas, tanques y aviones y que para garantizar sus ganancias mantienen un importante lobby en el congreso y están coludidos con la prensa oficial por intermedio incluso de agencias gubernamentales de tres letras (FBI, CIA, NSA, etcétera).
En Chile su triunfo sorprendió a muchos, en especial a aquellos que confían en la prensa oficial para informarse, ya que, como pudimos ver, estos medios de la corriente principal simplemente mintieron en su cobertura de las elecciones. Sabemos esto por la cobertura de los medios alternativos, los que sí anticiparon el triunfo de Trump y cuyo peor defecto fue quedarse cortos en sus estimaciones. Quienes tenemos acceso a estos medios alternativos sabíamos que esperar, aunque sí temíamos un posible fraude.
Los demócratas norteamericanos y las izquierdas europeas se apresuraron a buscar culpables. Algunos culparon con acierto a las políticas económicas de Biden, así como a su política migratoria y la excesiva ayuda tanto a inmigrantes ilegales como a conflictos de ultramar, en detrimento de una población local empobrecida.
Este análisis sin duda fue correcto. Sin embargo, las izquierdas además encontraron al culpable de moda: los hombres blancos y un gran número de afroamericanos que, sólo debido a su misoginia, su racismo y su fascismo no fueron capaces de votar por una mujer al mismo tiempo negra y asiática. Durante la campaña, el mismísimo Barak Obama amonestó a los hombres de su raza por no ser solidarios con Harris. Sin embargo, en vez de usar “bros” como se dice en el modo de hablar de los afroamericanos, dijo “brothers”, lo que hizo que sonara condescendiente y más blanco que los propios blancos.
Sin embargo, es cierto que el voto masculino fue decisivo en el triunfo de Trump, esto no porque sean fascistas, ni racistas, ni misóginos, sino porque el Partido Demócrata, al abrazar el feminismo y la ideología woke, venía culpando a los hombres heterosexuales —en especial a los blancos— de todos los males del mundo, además de atribuirles privilegios que, en su gran mayoría, los hombres no tienen. Los demócratas, apoyados por hombres blancos sí ricos y privilegiados, le decían al hombre común que tenía que ceder su espacio, muchas veces duramente ganado, a las mujeres porque el futuro era feminista y los hombres no debían sino hacerse a un lado para dejar pasar a las hembras que venían con todos sus poderes mágicos y su condición de víctima a tomar todos los espacios mediante cuotas de género, acusaciones de acoso infundadas y avergonzando a los hombres sólo por tener una libido heterosexual normal o bien disminuida, como el conteo general de los espermatozoides en los jóvenes.
Llegaron con reproches tales como: “no estás emocionalmente disponible”; “los hombres ya no se acercan”; “los intimida una mujer empoderada”, etcétera. Estas son las quejas que, habitualmente se escuchan de muchas mujeres, en especial de aquellas que superan los treinta años. Lo peor fue una serie de videos en los que se preguntaba a mujeres si preferían encontrarse en un bosque con un hombre o con un oso y muchas prefirieron al oso. Quienes viven en el hemisferio sur pueden no saber que un oso es un depredador peligroso que puede llegar a incluir humanos en su dieta o que puede simplemente matar o herir a personas por el solo hecho de meterse inadvertidamente en su territorio. De hecho, no hay nada más peligroso que una osa con cría, ya que recibirá cualquier acercamiento como una amenaza. Cuando cualquier comentario o acción puede ser interpretado como acoso o como micromachismo —un concepto tan equívoco que puede nombrar cualquier cosa—, no queda más que el silencio. Sin embargo, frente al voto secreto, este silencio puede romperse y puede sonar con todo su poder atronador.
Sí, es cierto que los hombres fueron decisivos, pero no por fascistas ni por misóginos, sino porque el dinero no alcanzaba, por un maltrato sufrido estoicamente en muchas instituciones, como los tribunales de justicia, las universidades y la prensa oficial. Estos hombres venían caminando sobre huevos desde 2016 para no perder sus empleos, para poder mantener y ver a sus hijos, al mismo tiempo que debían trabajar extra para llenar sus refrigeradores y los estanques de sus vehículos, ya que un automóvil eléctrico estaba fuera del presupuesto de un americano promedio. La condición de víctima congénita de las mujeres dejó de importar y todas las nuevas diversidades se volvieron superfluas.
Chile es la copia feliz del Edén y, por obra y gracia de su oligarquía, nada más que una periferia intrascendente que repite todo lo que ocurre en Europa y/o Estados Unidos. En Chile aprobaron la ley Karin, mientras que los tribunales de familia y las universidades se mueven por el principio de “yo te creo, hermana”. También aquí muchos estamos cansados y molestos, y no estamos dispuestos a ser leales a líderes que constantemente nos refriegan en la cara una “perspectiva de género” según la cual somos los opresores privilegiados de mujeres a las que ni siquiera conocemos. Es probable que el triunfo de Trump sea la escritura en la pared de la mano de Dios que anuncie el futuro de la política chilena.
A mí en lo personal… no me molestaría.