Por Hugo Cox.- La semana pasada entregó una serie de hechos que dan cuenta de un estado muy complejo de la sociedad chilena, un ambiente de descalificación, de negación del otro, y donde un escenario de referéndum permite que la crispación y la polarización se noten con fuerza, ya que los plebiscitos son elecciones en blanco y negro, o se aprueba o se rechaza.
En el caso nuestro ambas opciones aún no se consolidan, e intentan -por todos los medios- dejar atrás todo lo que huela a los grupos más duros que acompañan tanto al rechazo como al apruebo. Se intenta apelar al desempeño de la Convención Constitucional, donde se expresaron las posiciones refundacionales, por una parte y, por otra, el inmovilismo y la nostalgia hacia una constitución que ya había sido desahuciada.
Ambas opciones tienen nudos que son de difícil resolución, que pueden hacer muy difícil la gobernabilidad del país. La opción del Apruebo (de resultar ganadora) puede generar esperanzas que no podrá satisfacer en el tiempo mediato e inmediato, ya que la situación económica no podrá abordar un espíritu transformador que chocará con estructuras sociales y económicas complejas, lo que puede ahondar la crisis. Por otra parte, el Rechazo no puede estar vinculado a un “no cambio” ya que la ciudadanía no lo aceptaría, debido a que los cambios son necesarios. Ambas opciones parecen intentar virar hacia un centro, dejando atrás a los sectores más duros.
En la opción Apruebo, esta movilización hacia el centro provoca contradicciones profundas al interior de la coalición de gobierno, ya que en ella está presente el objetivo de desencadenar una serie de transformaciones que -si no son conducidas en forma eficaz y eficiente- pueden ahondar en una crisis de proporciones, arriesgando la gobernabilidad del país (hay amplios ejemplos de ello en la historia de este país).
En cuanto a la opción Rechazo, muestra dos conflictos que debe solucionar para ser creíble: primero, debe crear acuerdos incrementales de reformas o cambios y la forma de asegurar dichos cambios; y, además, debe demostrar que los cambios que ofrece no son un mero gatopardismo. Solo así generaría un nuevo escenario para asegurar la gobernabilidad.
Estos escenarios no han sido previstos, por lo que se puede observar en la prensa abierta, y lo que se visualiza es el constante cambio del discurso con un perdón entre medio, lo que en nada contribuye a la gobernabilidad porque pone en duda la credibilidad.
Pero, por otra parte, el ministro secretario general de la Presidencia tiene una intervención en que desnuda el pensamiento de fondo, que hace más compleja la gobernabilidad.
En esta intervención lo que desarrolla es la tesis del reemplazo de una generación por otra: una no contaminada, destinada a dirigir los destinos del país, en detrimento de esa generación post dictadura que gobernó. Esta tesis tenía un gran objetivo: aislar a la Democracia Cristiana y buscar una alianza con el Partido Socialista, pero con algunos sectores del PS. Por lo tanto, había que dinamitar esta alianza y que los sectores provenientes de la antigua concertación se alejaran de ella.
El discurso del ministro también lo encontramos en la ministra del interior (a propósito de su fracasado viaje a la Araucanía, dijo “pensé que podría conversar con ellos porque somos diferentes”), y el propio Presidente que tuvo su impasse con el Rey de España; y en su discurso en la cumbre de la Américas en que desconoce la presencia de EEUU en la testera de la reunión. En todas estas acciones se denota un deseo de superioridad, de desconocer al otro (proto fascismo).
Lo anterior, en política, es negativo, y más en las actuales condiciones en que el establecer alianzas y acuerdos es importante para avanzar en los cambios que necesita el país.
En síntesis, el escenario del 5 de septiembre en adelante será de alta fragilidad, y con una escenografía de alta polarización y crispación, en que la emocionalidad estará a flor de piel, donde se hablará posiblemente desde el asco al otro, o desde la negación del otro, más en un país que no cree en sus instituciones y no cree en las personas donde la fe pública no existe. Salir de esto necesariamente requiere de más política y mucha experiencia.
El plebiscito no solucionara la crisis y el gobierno con crisis de gobernabilidad.