Categorías: Opinión

Una convención sin comunicación

Por Alvaro Medina J.- Desde el punto de vista de la comunicación, la Convención Constituyente no ha tenido estrategia. Dicha carencia ha constituido una miopía difícil de entender, producto, quizás, de la euforia inicial que acompañó su instalación.

En efecto, el origen de la convención (un estallido social, una marcha multitudinaria, un acuerdo nacional, una victoria arrolladora en el plebiscito) hacía prever que las eventuales oposiciones a la iniciativa participativa que estaba destinada a construir la primera constitución política en la historia de la república “made in” el pueblo a través de sus representantes elegidos, iban a ser mínimas.

Luego, la elección de una directiva donde la cabeza es ocupada por una convencional mapuche, con un alto grado de credibilidad, acompañada por un intelectual respetado. Escenario ideal, ¿no? Credibilidad es un estado en que tus dichos, afirmaciones y, sobre todo, promesas sobre el futuro se aceptan, se toman como una posibilidad cierta. Es decir, cuando un tercero que no te conoce es capaz de apostar como cierto que lo que dices o prometes será verdad.

La Convención Constituyente tenía esa credibilidad. Pero luego aparecieron Rojas Vade, el proceso de iniciativas populares de norma, la elección de nueva directiva y el inicio de las votaciones.

En todo ese tiempo, en medio de esos procesos, la comunicación de la convención comenzó a asentarse en el prestigio ganado y en la reputación de su directiva. Sin embargo, se obviaron elementos clave de una estrategia como:

La construcción de un relato, de un discurso como idea fuerza que ayudara a articular una composición esencialmente desordenada y heterogénea, como es una asamblea de 155 (luego 154) personas diversas, no necesariamente disciplinadas ni adscritas a órdenes de bloque o de partidos. En los medios, cada convencional remaba para su propio puerto, optimistas y pesimistas, de izquierdas y de derechas, racionales o fanáticos.

El análisis permanente de los escenarios de riesgo y los públicos o personajes clave en esos riesgos. El exceso de confianza y la atomización de los mensajes le ha impedido a la convención, como institución encargada de redactar una constitución, anticipar desde dónde y con qué contenido podrían provenir las críticas a su gestión y la capacidad de llegada a los medios masivos, nacionales, de quienes se oponen no solo a su obra, sino a su existencia misma.

– Una estrategia con una planificación detallada de medios. Simplemente no ha tenido. Los convencionales, muchos de ellos con una cultura de redes prodigiosa, se recluyeron en la producción (en algunos casos bastante destacada) de videos con pretensión viralizable. Otros, se arrellanaron en la complacencia de ser entrevistados con frecuencia por los medios masivos. Pero no hubo una gestión institucional de la convención que instalara su relato, sino que quedaron a merced de las pautas de los medios tradicionales, sin control, sin capacidad de respuesta. Y las pautas -amén de responder a los intereses de los dueños- buscan naturalmente criterios noticiosos siendo el conflicto el más cultivado. Prueba de ello fue la cobertura de las iniciativas populares de norma, donde los medios se centraron en las pocas más deschavetadas o sin sentido, las que podrían provocar más rechazo debido al conflicto valórico o cultural.

Dado eso, en vez de dar tranquilidad a la opinión pública, señalando las virtudes de un proceso inédito en la historia, donde el respeto social es un factor clave, y el valor inmanente de que nuestro país cuente con una Carta Magna construida por el pueblo, prácticamente en directo y con transparencia total… en vez de eso, los titulares se han centrado en su amplísima mayoría en los factores de desprestigio de la convención, de su trabajo y de su producto final.

Hubo ya elementos de gestión comunicacional que anunciaban esos vicios de gestión, como el intento de contratar estudiantes de periodismo, en vez de comunicadores profesionales y luego la renuncia de la directora de comunicaciones -con críticas similares- sin un reemplazo oportuno.

Si bien es cierto en muchas instituciones los líderes (gerentes, jefes de servicio) es tristemente tradicional que se preste poca atención o no se valore la comunicación como un camino estratégico -o peor, que quienes no saben de comunicaciones hagan las cosas convencidos de que saben más que un comunicador- es penoso que una institución con un rol tan trascendente cometa los mismos errores, y más aún cuando las consecuencias de la carencia de estrategia pueden ser tan graves.

Alvaro Medina

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