Por Miguel Mendoza Jorquera.- Las vacunas contra el COVID-19 han sido, sin duda, una de las herramientas médicas más efectivas de la historia reciente. Desde su implementación masiva, más de 13 mil millones de dosis han sido administradas en todo el mundo, reduciendo drásticamente la mortalidad y las hospitalizaciones por la enfermedad. Sin embargo, en medio de su éxito, también han surgido interrogantes legítimos sobre posibles efectos adversos, como su vinculación con accidentes cerebrovasculares (ACV).
Algunas vacunas, especialmente aquellas basadas en vectores virales como AstraZeneca (Vaxzevria) y Johnson & Johnson (Janssen), estuvieron en el centro del debate por reportes de trombosis con trombocitopenia, una combinación anormal de coágulos y bajo conteo de plaquetas que en casos raros puede derivar en ACV. Según Nature Medicine (2021), se estimó un exceso de riesgo de entre 1 a 5 casos por millón de vacunados con AstraZeneca, frente a un riesgo mucho mayor por infección directa con COVID-19, que alcanza hasta 39 casos por millón.
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Por otro lado, las vacunas de ARN mensajero como Pfizer-BioNTech (Comirnaty) y Moderna (Spikevax) han mostrado un perfil de seguridad más estable. Sin embargo, un informe preliminar del Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, siglas en inglés, Centers for Disease Control and Prevention) en 2023 mencionó una leve señal de posible incremento en ACV isquémicos en mayores de 65 años tras la dosis de refuerzo bivalente de Pfizer, que no fue confirmada en análisis posteriores.
¿Qué pasa con las demás vacunas? Sputnik V, Sinovac (CoronaVac) y Covaxin, no han estado en el foco de la controversia por ACV, aunque la vigilancia ha sido menos exhaustiva en algunos países donde estas vacunas fueron aplicadas. Aun así, los reportes disponibles no muestran un riesgo significativamente elevado de eventos cerebrovasculares.
Fuente: Estimaciones basadas en datos de EMA, CDC, Nature Medicine, y reportes nacionales de farmacovigilancia.
Como se observa, el riesgo de ACV por vacunación es significativamente menor que por infección viral directa, sin importar la plataforma de la vacuna. Este dato es crucial para desarmar los discursos que, basándose en efectos adversos aislados, promueven desinformación o rechazo generalizado a la vacunación.
Vacuna | Principio activo |
Pfizer-BioNTech EE.UU./Alemania | ARN mensajero (mRNA) que codifica la proteína Spike del SARS-CoV-2 |
Moderna EE.UU. | ARN mensajero (mRNA) que codifica la proteína Spike del SARS-CoV-2 |
AstraZeneca Reino Unido | Adenovirus de chimpancé (ChAdOx1) modificado con el gen de la proteína Spike |
Johnson & Johnson EE.UU. | Adenovirus humano tipo 26 (Ad26) modificado con el gen de la proteína Spike |
Sputnik V Rusia | Adenovirus humano tipo 26 (Ad26) y tipo 5 (Ad5), ambos modificados con el gen Spike |
Sinovac (CoronaVac) China | Virus SARS-CoV-2 inactivado (virus completo muerto) |
Covaxin India | Virus SARS-CoV-2 inactivado (virus completo muerto) |
No se trata de negar los efectos adversos, sino de ponerlos en perspectiva. La Agencia Europea de Medicamentos (EMA) y la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) coinciden: los beneficios de las vacunas superan con creces los riesgos. Pero esa afirmación debe ir acompañada de vigilancia activa y comunicación clara.
El riesgo de ACV asociado a las vacunas contra el COVID-19 es real, pero extremadamente bajo. Es menor que el que implica la infección por el propio virus y, además, ha sido manejado con responsabilidad por las agencias regulatorias. La clave está en mantener la vigilancia, adaptar estrategias según los datos y, sobre todo, comunicar con precisión, sin alarmismo pero sin complacencia.
La vacunación ha sido un hito científico. Preservar su legitimidad requiere algo más que ciencia: requiere ética, comunicación y transparencia.
Miguel Mendoza Jorquera, Tecnólogo Médico MBA, con especialización en inmunohematología y enfermedades virales transmisibles.
Referencias
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