Por Hugo Cox.- En un artículo anterior escribí sobre la importancia del plebiscito en términos de la creación de un nuevo estadio en la construcción de un Chile más de iguales, pero a su vez se plantea en ese artículo que el camino a recorrer es complejo y de equilibrio precario.
Los hechos ocurridos el domingo recién pasado nos colocan delante de un escenario muy complejo, ya que lo nuevo que puede nacer el domingo 25 de octubre de 2020 se puede ver entorpecido porque lo viejo se niega a morir, (Gramsci).
Se nos conmina a condenar la violencia. Todos condenan la violencia: ésta es perniciosa para el desarrollo de cualquier país. Pero no basta con condenarla en términos tan genéricos, más cuando vemos operaciones encubiertas que terminan mal y su chapucería las dejan a la vista.
Cabe preguntarse quién se beneficia de esa violencia. Cuando el gobierno, por intermedio de los instrumentos de control del orden público nos podría señalar quiénes son los violentos. ¿Son, por ejemplo, las barras bravas? ¿son los sectores vinculados a la droga en cualquiera de sus eslabones? ¿son movimientos marginales? Pero el gobierno no entrega los antecedentes de a quiénes debemos condenar.
Sin embargo, permanente entrega un discurso plagado de violencia. Nos habla de “enemigos poderosos” extranjeros; nos habla de “enemigo poderosos” internos; nos habla de “enemigos implacables”. Ese es su discurso político: si se desea la pacificación es necesario terminar con los discursos oficiales de enemigos y amigos, esa construcción discursiva lleva a la destrucción de las sociedades.
Hannah Arendt, con respecto al poder y la violencia política, plantea algunos elementos que nos permitirán entender el actual estado de cosas. En cuanto al poder, ella plantea: “El poder concierne al número de individuos capaces de organizarse y actuar de común acuerdo para lograr llevar a cabo acciones y proyectos que den origen a algo nuevo”.
El poder político hace posible la gobernabilidad gracias al acuerdo entre la acción y el discurso entre los ciudadanos. Si se pierde ese compromiso, surge la violencia. El ejemplo más claro de que el discurso del presidente violenta cada día a más personas es “la ausencia de un proyecto capaz de conectar con los grupos medios y su trayectoria vital, es la incapacidad de elaborar una narrativa que orientara la conducta de sus partidarios… La falta de voluntad disfrazada con una escenografía, la falta de narrativa por la simple verbosidad, la épica por los lugares comunes” (Peña C.).
Lo descrito nos habla de la dicotomía entre el discurso y las necesidades objetivas y subjetivas de las personas, nos habla de la falta de soluciones concretas a problemas concretos, y eso es violencia, ya que la violencia no solo es expresión física.
La violencia, a diferencia del poder, no requiere un mínimo relevante de individuos. Obra por acción y multiplica la potencia natural de quienes la ejecutan, aunque sean minorías, a través del uso de distintas técnicas e instrumentos.
Al no poseer apoyo y, a su vez, legitimidad, se acude a la violencia para destruir un poder existente o en gestación que perdure contraria a esa voluntad.
En síntesis lo que ocurre y está detrás de esto y que se abre a la ruptura del poder subyacente, es el quiebre de la legitimidad del régimen previo.
El plebiscito del 25 de Octubre permite dar un principio de cauce político a esta ruptura y puede bajar las tensiones al interior de la sociedad.
Ante el quiebre del modelo, la acción del 25 Octubre es el retorno al soberano para que sea el inicio a un nuevo ciclo político. La importancia de este acto está que en un día se da paso a un proceso que la historia de este país no conoce, ya que todas las constituciones han sido confeccionadas por ciertas elites y con fuerte raigambre militar, de modo que se da por concluido un ciclo de 210 años de historia de Chile, para dar inicio a un periodo complejo, pero con un horizonte visible en que todos participen.
Existen ejemplos de esta participación como fueron los cabildos ciudadanos de amplia participación. La información está sistematizada y puede ser usada como insumo para la elaboración de la nueva carta. Por otra parte, se debe tener conciencia de la importancia histórica de este acto, y aquí es donde se deben desterrar los miedos que crean los actos de violencia, de cuyo origen el gobierno debería dar cuenta al país, informar de dónde provienen y quiénes son. Hoy esos actos solo favorecen a quienes no desean los cambios, las viejas fuerzas que se niegan a morir.