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De las crisis y las desconfianzas

Por Patricio González.- De un tiempo a esta parte han ido apareciendo diversos tribunos mostrando su asombro frente a la desconfianza generalizada en nuestro país, particularmente acentuada en la instituciones, sean ellas públicas o privadas. Es un asombro que revela, una vez más, la desconexión que tienen las élites políticas, empresariales y religiosas respecto de un fenómeno que es mundial y donde -citando nuevamente a Naomi Klein- este estado permanente de crisis se transforma en normalidad, y la desconfianza es un subproducto de aquello.

En efecto, si hacemos un análisis de lo que ha sido el mundo después de la Gran Guerra -con esto adhiero a lo que algunos historiadores han denominado a la Primera y Segunda Guerra Mundial, sosteniendo que los 30 años transcurridos entre una y otra fue solo un interludio generado por el Tratado de Versalles y que ambas fueron una sola gran guerra- tenemos que la crisis ha sido el denominador permanente: la guerra de los Balcanes, las guerras del medio Oriente, las mini guerras tribales en África, la pandemia del Ébola, la aparición del VIH, las gripes AH1N1 y subsiguientes.

En fin, hemos estado en permanentes crisis de ese tipo y, cuando no ha sido eso, tenemos la crisis del petróleo en 1973, la crisis asiática de 1998, la crisis subprime de 2008, la gran crisis de 1929, la crisis de los misiles en 1962… Todo esto para decir que pareciera ser que la situación de crisis es la normalidad.

Ahora, circunscrito a nuestro país, este fenómeno ha sido permanente: el “boinazo”, los pinocheques, la cárcel de Punta Peuco, las colusiones del papel, las platas políticas, la Ley de Pesca, el “caso del jarrón” de Corfo, el caso Riggs, entre otros, han producido y ahondado la desconfianza de la gente de a pie como nosotros y han producido tal nivel de hastío y molestia que terminan produciendo fenómenos sociales imparables como el 18/10, que además tenía agregado otros componentes latamente analizados por diversos expertos, con la salvedad que ese estallido fue protagonizado por gente común enrabiada, aunque también estuvieron los vándalos que siempre harán destrozos por cualquier motivo, incluso si la Selección de Fútbol pierda o gane.

En fin todos los eventos antes mencionados han sido crisis, unas más grandes que otras y que han ido minando la confianza de la gente, primero en élites (cualesquiera que ellas sean) y después de las instituciones que manejan esas mismas élites.

Por eso, una eventual salida a este estado de cosas será el plebiscito donde podrá verse reflejado el ABC de la democracia: Gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. De lo contrario nos veremos contreñidos a un status quo que nos llevará indefectiblemente a una crisis sin solución. Es de esperar que los partidos políticos, todos, cedan alguna cuota de poder para que la masa independiente, esa que protagonizó el 18/10 tenga un lugar importante en esa decisión.

Y, finalmente, el cambio a la Constitución tendrá algún sentido si hace posible que las modificaciones a cargo de los constituyentes permitan despejar los caminos a una reconstrucción de las confianzas entre la ciudadanía y las élites gobernantes, tanto en lo político como en lo económico y, quizás por esa vía, las crisis -que indefectiblemente seguirán existiendo por un fenómeno que parece ser consustancial a la condición humana- puedan ser mediatizadas por las ideas y mecanismos que establezcan los constituyentes en esta nueva Carta Magna, y hacer que la gente de a pie se sienta dueña de ese instrumento.

Los adoradores de Friedmann y, en general, los economistas neoliberales acuñaron el concepto de que las crisis son una oportunidad, lo que ha sido cierto para ellos que en cada crisis han salido gananciosos en detrimento del ciudadano común que, al contrario, ha sido cada vez más perjudicado.