Por Elena Pisonero.- Hace unos años decidí tomar partido por las mujeres porque es lo correcto y además es necesario para construir una sociedad mejor. Y lo manifiesto al menos una vez al año – en torno al 8 de marzo- si bien lo tengo en mi ADN e influye en todo lo que hago, me comprometo conmigo misma diciéndolo en público.
Demasiadas veces las propias mujeres supuestamente modernas del s XXI siguen cayendo en las trampas interesadas que quieren distraer el foco de la acción en favor de minorías o temas marginales cuando la mitad de la población de la que forman parte sigue en terrible desventaja. Y es que hay datos que indican un retroceso en este proceso de equiparación en los últimos años y la situación creada por el COVID-19 nos está perjudicando seriamente de manera diferencial, aumentando la brecha.
Las mujeres están en la primera línea de la pandemia. Son mayoría en el sistema de salud y asistencial, pero también en los trabajos que podríamos englobar en “domésticos”. Trabajos estos que no se retribuyen cuando son para el propio hogar o si son para otros se retribuyen mal y que en los periodos tan prolongados de confinamiento se han hecho especialmente demandantes para las mujeres, incluso esclavizantes, no dejando margen para tener una vida propia. No puedo dejar de mencionar la violencia en el hogar de la que las mujeres siguen siendo las principales víctimas.
A ese gran grupo de mujeres se añaden otras profesionales que han visto dificultada la conciliación por tener que ocuparse de los hijos sin escuela física y por dificultad de teletrabajar. Siguen siendo las mujeres las que se ocupan mayoritariamente de los hijos y las que renuncian al trabajo en caso de tener que elegir. De hecho, se ha reducido más el empleo y aumentado más el paro de las mujeres en estos tiempos de pandemia.
No caigamos en lo que yo denomino ceguera de proximidad, esa que eleva a categoría universal lo que creemos que nos pasa en nuestro entorno. Vamos a los datos: en media en todo el mundo, según el Banco Mundial, las mujeres tienen el 75% de los derechos que ostentan los hombres. Es un índice que se elabora analizando los derechos económicos a lo largo de la vida laboral en 8 indicadores.
De los 190 países analizados, solo 10 tienen igualdad legal. Y en 88 países la ley limita a las mujeres los trabajos y las horas que pueden trabajar, aumentando la segregación ocupacional en ámbitos que precisamente están siendo los más afectados por la pandemia: los de contacto y proximidad.
El COVID-19 no ha hecho sino empeorar una tendencia de ralentización de los avances o incluso de aumento de las brechas existentes. Sin ir muy lejos, un análisis reciente publicado en la LSE indica que después de las elecciones al Parlamento Europeo de 2019, el número de eurodiputados que se oponen a la igualdad de género y los derechos de las mujeres aumentó a más del 30 por ciento (alrededor de 210 de 705 eurodiputados), esencialmente duplicándose en comparación con la legislatura anterior.
Tenemos que seguir remando contracorriente para no retroceder o poner foco en la corriente que nos lleve antes a la meta. En el confinamiento la cara positiva ha sido el avance de entre 3 y 5 años en la necesaria transformación digital que nos prepare para estar en la economía del SXXI que, como repito hasta la saciedad, es híbrida. Lo físico se supedita a lo digital y esto determina la cara oscura del proceso: los que no se capacitan para entender las nuevas dinámicas perderán las oportunidades de tener proyecto vital y con ello aumentarán las brechas ya existentes.
Por eso, pensando en clave de futuro, invito a poner el foco en lo que construye, en lo que suma, en lo que aporta al conjunto. Y eso pasa por protagonizar los procesos de transformación en marcha: el digital-tecnológico y el de la sostenibilidad (medioambiental, social y de gobernanza). Creo que las mujeres podemos y debemos jugar un papel fundamental. Mauro Guillén en su último libro «2030 Viajando hacia el fin del mundo tal y como lo conocemos«, considera ese liderazgo de las mujeres una de las 8 claves de futuro.
Las mujeres tenemos que estar donde se toman las decisiones. Si no, la desigualdad aumentará. Las plataformas de Inteligencia Artificial ofrecen una eficacia y una comodidad extraordinarias, pero utilizan el pasado para extrapolar el futuro. Esto funciona bien si la historia es una buena guía de cómo queremos que se desarrollen las cosas, pero no si queremos construir un futuro mejor eliminando elementos de nuestro pasado.
La diversidad es importante para eliminar sesgos o incorporar distintos ángulos de visión hasta ahora excluidos que aportarán mejores soluciones. Incorporemos todas las minorías, lo diferente, pero no perdamos de vista que las mujeres somos la mitad de la población y tenemos problemas comunes que resolver. Hagámoslo en positivo, ayudando a construir un mundo mejor, lo que en el caso de las mujeres se traduce en igualdad, al menos de oportunidades.
Elena Pisonero es Licenciada en Ciencias Económicas con especialización en Economía Aplicada y fundadora de Relathia. Este y otros artículos disponibles en el blog de la autora