La sociedad en que vivimos está empezando a plagarse de acciones de cancelación absolutamente kitsch, vacías, sin sentido, basadas en una intelectualidad básica y maniquea.
Por José María Vallejo.- Me ha llamado profundamente la atención la tremenda incoherencia discursiva de aquéllos que han efectuado acciones de protesta contra Israel a través de retirar convenios académicos o negar la entrada intelectuales o músicos.
Forma parte de una cultura de la cancelación ignorante y sin sentido. Como la cancelación de un convenio de la Universidad de Santiago con el Instituto de Tecnología de Israel y la Universidad de Haifa, exigiéndoles a esas instituciones que aclaren su postura y acciones sobre la guerra.
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Algo parecido ocurrió en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, en protesta contra académicos acusados de sionismo y contra un convenio con otra institución académica israelí; y en la Universidad de Chile (si… la Universidad de Chile), que terminó con un acuerdo de cooperación con la Universidad Hebrea de Jerusalén, siguiendo los consejos de los estudiantes movilizados que exigían romper relaciones con todas las casas de estudio israelíes como una forma de condenar la guerra emprendida por el Primer Ministro de ese país, Benjamín Netanyahu.
En la Universidad Católica, la federación de estudiantes hizo el mismo pedido a su rector.
El que este tipo de acciones irracionales provenga de universidades lo hace aún más estúpido.
¿Acaso los intelectuales o las instituciones de enseñanza son codeudores solidarios de sus gobiernos? Ciertamente no.
Previamente vimos el mismo tipo de paroxismo fanático tras el ataque de Rusia a Ucrania, cancelando conciertos de prominentes músicos rusos e incluso (y esto fue en Chile, en una el centro cultural de una comuna “rica”) revocando un encuentro literario sobre el dramaturgo Anton Chejov.
Me parece que ese tipo de posturas significan una severa limitación intelectual, usando el facilismo del estereotipo para encasillar a todos los connacionales de un gobierno agresor como compartieran la responsabilidad de su barbarie.
Pero, al mismo tiempo, es una forma de cobardía, pues esas mismas instituciones o grupos políticos y sociales (que saben que ese tipo de protesta o funa no significa para esos gobiernos absolutamente nada), no se atreverían a hacer eso mismo de manera abierta y directa.
Bajo la lógica de los canceladores, puedo asumir que esos mismos que piden terminar con convenios con intelectuales o universidades, no entran a los restaurantes chinos en protesta por las violaciones a los derechos humanos cometidas por el gobierno de Beijing; no habrán consumido ningún producto norteamericano por ser amigos de Israel y menos bajo el gobierno de Trump; evidentemente no deben leer a Yuval Noah Harari por su nacionalidad; y seguramente pedirán el retiro de todas las películas donde aparezcan actrices israelíes como Gal Gadot o Natalie Portman.
La sociedad en que vivimos está empezando a plagarse de acciones de cancelación absolutamente kitsch, vacías, sin sentido, basadas en una intelectualidad básica y maniquea. Es una vergüenza que las personas e instituciones llamadas a desarrollar el pensamiento, se presten a ello.