Por John Kayser.- Es difícil generar un juicio de valor en torno a la responsabilidad política del ministro del Interior, Andrés Chadwick, frente a la cadena de mentiras (y desmentidos) oficiales que han rodeado la muerte del joven comunero mapuche Camilo Catrillanca, a mediados de noviembre pasado.
Chadwick se hace parte directamente de las versiones iniciales de Carabineros que señalaban que la muerte de Catrillanca habría sido producto de un enfrentamiento. Lo hace en una entrevista a El Mercurio pocos días después del incidente (el 18 de noviembre) en que afirma la tesis de que Carabineros recibió disparos. También lo hace el ex intendente Luis Mayol quien era su subordinado, y a él se lo sacó del cargo.
También es cierto que la declaración del renunciado general Victtoriano genera más dudas que certezas. El ex oficial estaba a cargo del comando Jungla en la zona. ¿Por qué, si tenía la certeza de que no hubo enfrentamiento (al punto que supuestamente se la comunica de manera directa al ministro del Interior), permite que se emita una versión distinta?
En su declaración como testigo ante el fiscal, el ministro Chadwick afirmó que esa llamada efectivamente existió, pero que no la escuchó bien. Y siendo una pieza de información tan relevante, como la que definía si Catrillanca iba armado o no, ¿no valía la pena llamar de nuevo? ¿corroborarlo de alguna forma antes de emitir juicios sobre la acción de Carabineros?
Durante su interpelación en el Congreso, admitió que todo lo que le informó Carabineros era falso y desconoció la existencia de informes de inteligencia que sindicaban a Catrillanca como un prominente líder juvenil mapuche y que podría estar siendo seguido por las fuerzas policiales.
La responsabilidad política del ministro del Interior, en este caso, se orientaría a la incapacidad de discriminar la verdad de la mentira. Avaló una tesis -la del enfrentamiento- pese a tener pruebas de lo contrario; demoró en descabezar a quienes complotaron para mantener esa tesis ocultando pruebas; y no corroboró una pieza fundamental del testimonio en el día 1 de la crisis (la llamada que Victtoriano no escuchaba bien).
Es difícil decir que su deber es renunciar por este caso. Pero claramente se pone en duda su idoneidad para encabezar dos procesos públicos extremadamente relevantes: la reforma a Carabineros, y la convivencia en la Araucanía (porque se trata de algo mucho más profundo que la seguridad).