Por José María Vallejo.- El caso que tuvo como protagonista al diputado Gabriel Silber y que determinó desestimar su candidatura a la presidencia de la Cámara Baja es probablemente una de las actuaciones más decepcionantes en la historia de la política chilena.
No sólo significó la victoria del cahuín, del dicho malintencionado en una operación de poder -digna de House of Cards- sin ningún escrúpulo moral. Es peor: es el hecho que corona una política que se convirtió en chabacana, donde los titulares y las decisiones no se motivan ni por principios ni por proyectos, sino por el actuar privado de los políticos.
Una decisión sustentada en un correo anónimo, en lo que parece una flagrante vendetta personal, una campaña que disparó de manera coordinada a todos los diputados y senadores una historia de pasillo, una de esas versiones que suelen ser usadas para reírse de los poderosos al calor de un asado o de un happy hour, solo que ahora se le daba credibilidad total y se elevaba a nivel de escándalo.
Y, peor aún, el hecho de que los jóvenes diputados del Frente Amplio se plegaran en masa a rechazar a Silber como opción, indica precisamente el poder del dicho maledicente, de la capacidad de tomar decisiones sobre datos sin comprobar. Que ninguno llegue a Ministro de Defensa, por favor. Esa clase de pontificado moral, cuando se extiende a rumores, tiene el riesgo de transformarse rápidamente en fundamentalismo, en dogma irracional.
En una “arista” del caso, otra situación deleznable. En comentarios de Radio Biobío se señaló que durante el verano se cuestionaba en el PPD una supuesta relación entre Silber y la diputada del PPD Loreto Carvajal y se le habría pedido a esta última que no asumiera como segunda en la testera de la Cámara para evitar cuestionamientos. Primero, el periodista que hizo tal afirmación no dijo quién habría presionado para una eventual bajada de Carvajal, lo que es grave pues se entrega a los mismos principios del cahuín que dieron origen a este decepcionante episodio. Segundo, si eso fuera cierto, el responsable (daba la impresión de que el periodista apuntaba a la directiva del PPD) habría cometido una discriminación inexcusable. ¿Por qué tendría que renunciar una diputada debido a sus relaciones personales?
Y desde el punto de vista de los medios, que ahora afirman que la situación personal de Silber se “sabía” desde enero, que se comentaba en los pasillos del Congreso… triste papel de la prensa. Primero, porque significa que llevaban meses festinando sobre la vida personal de alguien; segundo, porque se festinaba sobre un posible delito, y si le daban alguna veracidad y no denunciaron, son cómplices; y tercero, porque si no le daban ninguna credibilidad, ¿cómo es que ninguno ha cuestionado a los que ahora rasgan vestiduras y retiran su apoyo acusando a Silber sin evidencias?
De este bochorno debieran tomarse algunas lecciones. Más todavía si existen lecciones sobre la manipulación de la información y las fake news.