Por Alvaro Medina Jara.- Durante la lucha por la independencia de la India, Mohandas Gandhi, se vio continuamente denostado: se decía que no era auténtico porque su ascetismo lo financiaban grandes empresarios, si vida en el ashram la pagaban otros y que su pobreza, por lo tanto, no era más que una farsa; que su celibato no era tal y que, por lo tanto, su mensaje era inválido.
Hoy, se intenta hacer lo mismo con la joven activista Greta Thunberg. Que es muy niña, que es asperger, que es manipulada por sus padres o por grandes corporaciones, que detrás de ella hay intereses financieros, que dice que no quiere viajar en avión, pero sus colaboradores sí lo hacen… que habla muy fuerte, que le hacen los discursos… y que por lo tanto, su mensaje sería inválido.
En retórica y política eso se llama falacia ad hominem: un recurso a través del cual se desacredita un mensaje a través de desacreditar a quien lo dice. Dado que quien lo dice es falso, el mensaje también sería falso.
El problema de las falacias argumentativas es que tienden a funcionar. Y en los últimos días se suman voces en torno a que Greta Thunberg sería un fraude, haciendo girar todo el debate en torno a si ella, como personaje, tiene algún grado de falsedad. Y se olvidan así del fondo del asunto, que es su mensaje. Esto también responde a la primera de las leyes de la manipulación que denunció Noam Chomsky: la ley de la distracción, esto es, mantén a la población pensando en otra cosa.
Y el fondo de su mensaje es lo importante. Y es que los líderes y políticos del mundo no han hecho nada por frenar la catástrofe ecológica que ya tenemos encima. Peor: han sido sus principales impulsores. Que todos sus acuerdos tomados entre cúpulas son vanos, vacíos, y no constituyen ningún desafío o avance real. Que su principal preocupación es el crecimiento económico y no la calidad o la dignidad de la vida.
Greta Thunberg se ha transformado en el símbolo de la profunda irritación de las nuevas generaciones ante la inacción de las viejas generaciones. Su grito es el grito de los millones de jóvenes mundo, su angustia es la angustia de los millones de jóvenes del mundo, que ven que su futuro se trunca, que no hay garantía para ellos, porque los líderes viejos no les están dejando un planeta para vivir.
Hace unos días apareció un reportaje en El Mercurio donde se señalaba como una extraña moda el hecho de que los jóvenes adolescentes y veinteañeros no quisieran tener hijos, precisamente porque no quieren traer niños a un mundo sobre el que no se sabe si va a continuar. Y tristemente no es una moda, sino una reacción ante la falta de futuro, que hay que tomar en serio, del mismo modo que hay que tomar en serio lo que pasa en el planeta y hacer algo, aunque le caiga mal a alguien Greta Thunberg.
De modo que, por favor, querido lector, no se deje llevar por los prejuicios que se pueden tener respecto de la joven Thunberg. En vez de eso, céntrese en la urgencia de salvar el planeta que tenemos, y de exigir a nuestros líderes un sentimiento igual a la hora de tomar decisiones.